jueves, 18 de septiembre de 2008


Los niños del pabellón. Infierno en la piel

Esta semana en el diario La República publiqué una crónica sobre niños quemados que inció así: "Es difícil escribir cuando se siente el dolor ajeno. Más complicado cuando se trata de niños que sufren. La dureza del periodista, esta vez, logra flaquear. Por eso, ingresar al Pabellón de quemados del Instituto Nacional de Salud del Niño puede resultar un reto para el corazón". La siguiente es una historia inédita escrita en 2005 para el diario Expreso. Los editores en aquella ocasión dijeron se trataba de una crónica muy fuerte. Bueno, se lo dejo al criterio de ustedes. Espero les sirva de lección.

Escribe: David Gavidia
Foto: José Vidal (*)

Símbolos del olvido. Lucero conoció el infierno. Lucero sigue en él. Por las noches llora, las brasas arden en su piel. Se despierta, grita y su llanto es aullido en la noche tétrica del Hospital del niño. El dolor invade el pabellón de quemados. Ella tiene, apenas, un año 8 meses y, el 25 % de su cuerpo corroído por el fuego.
A pocos días de la tragedia, hace un año, su madre, la internó en el hospital y se olvidó de su existencia, hoy, no se sabe su paradero. Lucero se encuentra abandonada y en su tierna ignorancia sólo juega, camina y corre en el gran patio que es su pabellón, aquél que ya la adoptó y brindó su corazón.
A su lado esta Jeffersón, también las brasas bailaron el su tersa piel, tenía un mes cuando estas hicieron carnaval en su carne, su hogar quedó destruido en Ayacucho, un incendio los dejó desamparados. En su desesperación, la familia lo trajo a la capital, éste tan solo tenía un mes de nacido, no encontraron mejor solución, olvidarse de él. Ahora, Jefferson se ha convertido, junto a Lucero, en los niños símbolos del pabellón. Ambos comparten (triste coincidencia) la misma historia.
La casa mayor. El Pabellón número I del Hospital del niño es un viejo edificio. En el piso 3 se encuentran 29 niños internados, todos con quemaduras de primer, segundo y tercer grado. El caso más crítico es el de un niño de 8 años con el 53 % de cuerpo destrozado. Así, todos transcurren, desde los cero, hasta los 18 años. Todos envueltos en la misma tragedia, todos pobres y sin recursos.
El pabellón ostenta 35 camas, insuficientes en el mes de diciembre, cuando las fiestas de fin de año se convierten en drama y la ignorancia se hace presa de sus carnes: agua hervida, fuego, corriente y pólvora son los principales motivos.
“Existen dos causas por la que se producen estos accidentes. La primera es la miseria y la segunda la ignorancia”, cuenta el doctor Augusto Bazán, quien hace 42 años fundó el pabellón de quemados del Hospital del niño y hace 19 es consultor Ad honorem del nosocomio infantil.
“En 200 pacientes encontramos que la mala vivienda y la miseria fueron las principales causas de sus accidentes. Estos hogares, donde viven en promedio 5.5% de personas no cuentan con las principales necesidades y ningún tipo de servicio. Los llamamos monoviviendas”, afirmaba y con tono más enfático recordó que la ignorancia también juega un papel (antagónico) en esta problemática. “Los padres dejan los depósitos con agua al alcance de los niños y estos los jalan, por lo que caen en su rostro. Aquí encontramos que los más afectados son los menores de 3 años”.

El precio del No Saber. Y sí pues, tuvo la culpa. El doctor Bazán, acompañado de un grupo de enfermeras nos cuenta que una madre desprovista y su desconocimiento causaron la desgracia. “Un recién nacido, tenía 16 días, lloraba y lloraba, la madre no sabía que hacer. Era primeriza... tanta fue su desesperación que pensó, ´ tendrá frío ´ y lo planchó. Le metió plancha caliente al pecho del bebe, pensó que hacía lo correcto, que el frío cesaría. Triste fue su sorpresa, cuando esta le quitó el polo, la piel quedó impregnada en él, se le notaban las costillas, lo trajeron de emergencia al hospital. El niño, solo había tenido hambre”.

De la inclusión social. Una cuna. Una almohada. Un letrero. “Prohibido desatarla”. Un niño, de aproximadamente 3 años se encuentra atado a la cuna. Sus extremidades parecen jaladas por 4 cuatro caballos. “Tiene que mantenerse amarrado, no se puede rascar. Si lo hace pueden quedar cicatrices en su piel o contraer infecciones como la pseudomona”, cuenta una de las enfermeras que cuidan a los niños menores en una de las habitaciones. Todos comen, aquel jueves el menú fue menestras, jugos y gelatina.
“Es difícil mantener a un niño quemado. Tenemos muchas carencias. El estado ayuda a estos niños durante los 10 primeros días. En el undécimo ya no tienen apoyo y los familiares tiene que cubrir los gastos, como son pobres no pueden continuar”, cuenta el doctor Bazán.
Quien oía esto es una desesperada madre, ella tiene cuatro meses en Lima, proviene de Junin y su hijo, de 2 años, sufrió quemaduras en la totalidad de su rostro, es un caso tétrico. La doña, ya lleva cientos de soles gastados, entre curaciones, terapias, cremas, hospedaje y alimento. “Me duele ver a mi hijo así”, dice, solloza y recuerda... “un plástico ardiendo cayó en su rostro”.
De la reinserción. Ese es un tema que importa. ¿Cómo lograrlo?.“En el Perú, anualmente requieren rehabilitación más de 20 mil niños. Ellos necesitan de cirujanos, psicólogos, asistentes sociales y terapistas para su recuperación que dura entre 2 y 5 años luego del accidente”, comentaron representantes de la Asociación de Ayuda al Niño Quemado, ANIQUEM.
De igual forma comentó Julia Huayta, directora del Programa De Ayuda a la Vida Para Víctimas con Secuelas de Quemaduras (PAV_VISEQ). “Tiene que tener tratamiento psicológico. Ellos tienen que entender que lo suyo no es un defecto y pueden afrontar la vida sin problemas, tener éxito y evitar la marginación, siempre hay que luchar contra eso. En alguna ocasión el director de un colegio en Los Olivos le negó la matrícula a un niño quemado, no lo quiso recibir por este problema. Luchamos hasta que lo hicimos”, aseguró.
Y así se hace rutina. La marginación, las carencias y la ignorancia. Miles son las prevenciones, conocidas hasta el hartazgo. Qué no dejar líquidos calientes cerca de los niños, qué no encender fósforos cerca de materiales inflamables, qué sino hay luz, qué si no hay agua, tener mayor cuidado. Desechar el Kolinos como crema ante quemaduras (tremenda barrabasada), en caso de estas, sumergirlo en agua fría por unos minutos. Y así pues, se hace rutina, más niños siguen sufriendo, sin tener la culpa, mas fuego los sigue consumiendo y ahora Lucero y Jefferson están olvidados, un albergue será su próximo hogar, no hay ayuda, no hay dinero... los accidentes suceden, es cierto que vale prevenir, pero en estos pagos estamos acostumbrados a lamentar.
*(Extraída de la edición online del diario La República).