miércoles, 18 de noviembre de 2009

Un burdel llamado La Estación

¿Qué busca y qué hace un hombre cuando se va de putas? Sus protagonistas se lo responden. Recorre el prostíbulo más concurrido de Lima Norte, ese nuevo corazón de la ciudad.

David Gavidia. (A mis amigos los “parroquianos”)

Huele a caldo de gallina y a Purina. También a un poco de aserrín. Las chicas no se mueven de la barra. Son mercancía a disposición. La cerveza transita de una mesa a otra. Vasos helados, líquido extraño, espumoso licor que es secado con ansiedad. Un vaso lleno, ¡Salud!, ¡Una botella al piso! (aplausos-gritos-saaaaaaaaaaaauu)…

Hay hombres de braguetas desabrochadas y manos ansiosas. Luces rojas que tapan las imperfecciones de la piel. De tu piel, de su piel…

Música que llena los espacios, nuestros espacios, aquellos espacios.
Baños que huelen a berrinche y a humo de cigarro, baños que también son mercados de la transacción, pequeñas cloacas del barato amor.

¿A cuánto el polvo?, 40, cariño, ¿Servicio completo?, trato de pareja, mi vida, ¿Con chupadita?, vaginal y poses, querido.

Son las nueve de la noche del sábado 31 de octubre y en la puerta de La Estación -el burdel de Lima Norte- un señor lleva puesto una máscara de calavera y en la mano un garrote de verdad. Su acompañante tiene una peluca con un cuchillo de juguete atravesado sobre la sien. “Tres soles la entrada”, dice al ingreso, cuya puerta está adornada por luces rojas y lilas, azules y amarillas, por globos naranjas y serpentinas negras, por calaveras de cartón.

Entras…

La Estación no figura en los website de prostitución de Lima. Hace unas semanas fue clausurado por el municipio de San Martín de Porres al carecer de las normas mínimas de seguridad, sanidad y salubridad (¡¿alguien dijo VIH?!). Hoy, sin embargo, han preparado una fiesta que incluye: sexo en vivo, promoción 2 X1 a la zona VIP, baile del tubo, table dance, seis lucas la chela y otras sorpresas que anuncia el animador.
Una fila de hombres hizo su cola para sentarse a beber y flirtearse alguna trabajadora sexual (eufemismo que usamos –y usaremos aquí- para referirnos a las señoritas prostitutas). Todos tienen las mismas caras: ojos inquietos, algunos llevan puestos una gorrita que les tapan los rostros, otros visten camisas y ternos, algunos, buzos o shorts. Son parroquianos.

LA ESTACIÓN ENTONCES LUCE SUS PUERTAS ABIERTAS. Google maps - el plano virtual más visitado del universo - lo ubica en el Ovalo Naranjal, kilómetro 7.5 de la Panamericana Norte. Pero la Internet no conoce de zapatillas ni de experiencias. Por ello, el local donde la mujeres inventan cariño, se halla entre la oscuridad de un callejón pegado al Gran Complejo de Los Olivos, donde hierve cada fin de semana Marisol y los Caribeños de Guadalupe. Tres cuadras hacia abajo, la avenida Túpac Amaru se levanta como una lengua negra y bífida que te lleva hacia los cerros poblados del distrito de Independencia. Frente al burdel, la fábrica de comida para animales Purina, de allí el olor a caca de gallina que invade el lugar.

En el interior, unas veinte chicas, mujeres, adolescentes, cumplen sus propias reglas: “al cliente, solo veinte minutos” y “Está prohibido enamorarse”. Nada más. Ellas no se ofrecen, ni te inquietan con toqueteos malditos. Tampoco te piden les regales un trago, ni te miran por casualidad. Conversan entre ellas: de sus hijos, creo; de los enamorados, también. De problemas de lactancia, que los tienen; del temor a la TBC, sí, a la TBC.

Ellas de pie, y pegadas a la barra, solo ven a la masa de hombres sentados, riéndose a carcajadas y esperando que alguno se le acerque. Cuando alguien las acecha, su semblante cambia. Ahora sonríen a medias. Ahora mueven las yemas de los dedos, en gesto coqueto. Ahora hablan bajito, como si su voz se convirtiera en susurro, casi imperceptible para el oído ajeno. Ahora llegan al acuerdo. Ahora ella coge su bolso. Ahora él la sigue orgulloso. Ahora se los traga una puerta… Ahora, inician el acto.

DE LOS CUARENTA SOLES QUE PAGA EL “CLIENTE” POR EL SERVICIO, VEINTE ES PARA LA EMPRESA Y VEINTE PARA LA TRABAJADORA. “Es un acuerdo al que hemos llegado”, dice Canela, una pequeña de 19 años proveniente de Tarapoto, mientras cancela en la caja, ubicada en el ala izquierda de la discoteca, donde se levanta un pabellón de tres pisos con cochera y unas cincuenta habitaciones.

Canela llegó a la Estación gracias a una prima quien le dijo: “hazlo por dinero”. Y allí se quedó. Trabaja de jueves a domingo. Los lunes descansa y los martes y miércoles lo hace en otro night club del Centro de Lima. Explica que, a comparación, aquí se siente más cómoda. “Gano más”, dice, escueta. Su conversación gira en torno al dinero. En algún momento habló de educación (¿Computación y Turismo, dijo?). No lo recuerdo bien, hubo distracción: anunciaban el inicio del show de sexo en vivo en la zona VIP. El animador se mueve por la barra anunciando la promoción: “A ver, a ver, a ver… descubre las maravillas que te ofrece la noche… solo por diez minutos a quince soles la jarra de cerveza; a solo quince soles… ven a la zona VIP. Aprovecha la promociooón”.

Es la medianoche del Halloween. Fin de mes y la gente anda con plata. Una fila de personajes paga su ingreso a la selecta zona VIP. Donde se supone están las mujeres más guapas y el polvo más caro (entre ochenta y cien soles).

El sexo en vivo es una imitación casi paródica de la película Streaptease, donde Demi Moore luce sus pechos en 7 milímetros. Hay una chica que baila, muestra el culo, enseña las tetas, seduce a los espectadores ("¡Prohibido tocar, prohibido tocar!”). Luego, de a pocos y en ritmo de Crazy de Aerosmith se saca el sostén, las bragas y se cuelga de un tubo. Camina por el escenario y escoge a un joven ardiente, cualquiera al azar, lo sienta en una silla y se monta, sin más ni más.
Luego suceden dos cosas: la primera, y que es muy usual, que al sujeto no se le pare. Las luces, el shock por la sorpresa de haber sido escogido, la probable intimidación de estar sentado delante de una guapa y descomunal mujer frente a 50 salvajes que observan y gritan como el sexo no le responde y se le encoge del roche al no lograr su cometido. (“Puta es la primera vez que me pasa `on”, se defiende). Mientras recibe las rechiflas públicas, aunque estas duren poco, la mujer ya salió en busca de un nuevo ganador.

Lo segundo, y que también resulta habitual es que el aparato le funcione y el otro salga feliz con un toque de buen sexo gratis, que en resumen es: sentado en una silla, la chica cabalgando, cuatro, cinco, seis movimientos bruscos de cadera y la eyaculación veloz, solo así se puede llegar a sentir placer alguno. Si el parroquiano se demora en venir, es desechado. Aunque recibe las palmas, del siempre bien respetado.

EN SALA PRINCIPAL, CANELA, SE ACOMODA EL SACO ROJO Y SE PARA EN SU ESQUINA HABITUAL. Ha terminado su quinto polvo de la noche. La suma le resulta interesante si tenemos en cuenta que ella, por su trato de pareja, por su desnudo completo, por su disposición al sexo anal y al tiempo extra, recibe propinas, regalos, un “estímulo económico” del acompañante de turno. Trabaja hasta las 6 am, y durante una jornada normal puede tener entre 15 y 25 clientes, a quienes se ha prometido nunca besar.

- Yo no doy besos a los clientes, si les chupo la pinga a todos.

Canela inicia su acto sexual, primero, quitándose la ropa. Pidiéndote hagas lo mismo. Luego saca un preservativo del bolso y con la boca lo coloca en el pene del parroquiano, deslizándolo por todo lo largo con las yemas de los dedos.

- Los besos solo para mi novio.

Al tocar el tema de su pareja, Canela, se pone nostálgica. Le duele hablar de ello. Parece enamorada y, cada acto sexual con un sujeto “x”, es una puñalada en el ego, más que en el corazón. Solo dice que él vive en Vitarte y tienen ocho meses juntos. Lo engaña diciéndole que por las mañanas trabaja en Metro – un conocido centro de abastos peruano- y por las noches como anfitriona en un casino de Jesús María.

Canela entonces se acomoda el cabello. Lo tiene húmedo y recién peinado (no huele a sexo). La pregunta sobre su enamorado la ha dejado callada (¿se sentirá triste?), sus ojos denotan cansancio (¿disfrutarás con los clientes?), tiene las manos mojadas (¿tendrás tu público fijo?), la ropa se le ve limpia (¿o tendrás asco de echarte a la cama con uno diferente, siempre?) bosteza, quizás de aburrimiento (¿te habrás enamorado de alguno?).

- ¿Y vamos a tirar o no?, pregunta Canela. Sería el quinto o sexto, quizás el séptimo de la noche. Prefiero callar y observar alrededor.

La noche resulta dura. Es un murciélago rabioso que goza en la oscuridad. Y aguantarla siempre es complicado. A las cuatro de la mañana cuando el cuerpo comienza a sentir la fatiga, algunas de las chicas ya quieren descansar. Unas duermen sobre las mesas y otras buscan clientes, desesperadas, otras bailan con sus “fijos”: esos parroquianos que las visitan cada fin de semana, con un regalo bajo el brazo.

DURANTE EL SEXO, CANELA SE DESVISTE EN SU TOTALIDAD. A diferencia de Hellen o Gabriela, otras de las trabajadores del lugar, que no se sacan el sostén. “Nunca muestro las tetas”, cuenta Maribel, quien esta parada junto a Canela. Ambas no solo son amigas sino que nacieron en Tarapoto. La complicidad, la vida dura, las noches largas las han hecho cómplices de la nocturnidad y confidentes de día. El ser paisanas las hace sentirse acompañadas en esta dura ciudad.

“No me gusta que me toquen los pechos. Tengo una hija y no quiero que me infecten”, detalla Maribel, con un tono de desprecio en su voz. En alguna ocasión, cuenta que un cliente osó besarle los senos cuando aun ella daba de lactar. El amante se fue con un sabor pastoso, producto de la lactosa, en sus labios. Mientras ella sintió repugnancia y pena por su pequeña. Dice que desde entonces, él, siempre vuelve por ella, pero nunca más le permitió siquiera, rosar sus redondas tetas… quizás alguna vez: cuando éste le pagó 40 soles más porque solo se quitara el brassier.
El dinero es así. Y tenerlo frente a estas mujeres genera una sensación de poder en los hombres. La cuestión monetaria (disculpen la huachafada) entrega al “varón” ese inusual dominio de escena que muchos no tienen en la vida real, en el talk show de la existencia. Sin letra y sin floro pero con algo de dinero van en busca de placer, nunca de amor. ¿Morbo, aburrimiento, insatisfacción sexual, incapacidad para conquistar a una chica?, son algunas de las preguntas que diferentes mujeres se preguntan a través de los foros en la Internet. “N” son las respuestas. Nunca, complacientes.

En La Estación se ignoran estas divagaciones. Para las trabajadoras del sexo, los hombres son unos parroquianos más, penes andantes que beben y gimen antes de eyacular. Pechos desnudos, cuerpos de diferentes colores y tamaños. Espaldas que convulsionan en el reflejo de un espejo, un par de nalgas que se contonean al ritmo de una penetración de la cual, ellas solo fingen gozar. Hombres con pocos Soles, adolescentes que ahorran todo un mes para el debut, ancianos impotentes y solitarios que solo pagan por compañía, empresarios en quiebra que buscan olvidar las finanzas. En este fideicomiso del falso amor, todo vale. En el burdel, la democracia no existe: la dictadura es el dinero.

La mujeres trabajadoras de este lugar, quizás, podrían responder la pregunta del millón ¿Porqué los hombres se van de putas? ¿Por qué son capaces de llenar locales como La Estación durante cada día de la semana?... para ellas la respuesta sería: pues aquí hacen lo que no pueden en su casa, se liberan.

Pero, no saben, que en este burdel, como en cualquier otro, el hombre busca valores elevados, que no es más que la solidaridad con el cuerpo. Se mezcla el Eros y el Tánatos, el erotismo y el placer sin confluctuar sentimientos. Después del sexo, chau, cada uno por su lado, ninguno sale herido, al menos del corazón. El contrato es claro. Nada es cierto. Todo es ficción. No hay amor de verdad en este peligroso juego. Solo un poco de búsqueda de autoestima, algo de cariño, sacarte la arrechura que llevas dentro, expulsar el “taco”, perdón por la vulgaridad, y escupir lo más lejos que puedas, esa carga que también se llama soledad.

Canela coge su bolso y culmina la charla. Un sujeto la saluda en la mejilla con un “hola, mi amor”, ella sabe la rutina, su pequeña figura cruza la puerta. Será el número diez. La noche aun es larga y ella sigue atrapada en la nocturnidad a la espera de un cliente que le pague y acabe rápido con ese martirio que es abrir las piernas a un desconocido, que llegó a cerrar la noche a este lugar, ebrio y arrecho, como si fuera éste su paradero final, o mejor aun: su última Estación.

ADGC. Lima, 17 de noviembre de 2009.

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PD: La Estación no es el único burdel de este lugar. En la misma calle se levanta La Anaconda, otro prostíbulo similar pero de una edificación más grande. A parte de ello, existen hoteles al paso y burdeles caletas. Se trata de la nueva zona rosa de SMP, que por su puesto, no figura en las guías turísticas de la capital. Son burdeles de pueblo, que aterrizan los precios del siempre bien comentado Scarlett, el nigth club más ficho de esta parte de la ciudad.
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* José Vidal Jordán es reportero gráfico del diario La República y alimenta su espacio personal: http://www.flickr.com/photos/josevidal/ A él, nuestro agradecimiento por su tan bondadosa colaboración.

viernes, 28 de agosto de 2009


45 días: madre, viaje, confusión.
Con las disculpas del caso. Este blog nació con la idea de entregar crónicas periodísticas. De un tiempo a esta parte se convierte en un diario vivencial. Uno más de tantos que abundan en la web. No sé qué pasa, quizás solo las ganas de querer escribir de cuando en cuando con el corazón un toque magullado. ¿Y publicarlo con qué fin? No lo sé realmente. Ni yo me lo explico.
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Pre-diagnostico: Alzheimer. Los ojos de mi tía Elena decayeron, acompañaba a mi madre quien recibió el impacto de la noticia, muda, como si no le importara realmente que en adelante su vida se convirtiera en un hoy sin ayer, o en el simple reflejo de un presente tan fugaz que resultara imposible de recordar.
El neurólogo que analizaba su bajón anímico, desorientación y la recurrente pérdida de memoria dio su veredicto. Cruel, brutal. La señora Paz Victoria tiene la enfermedad del olvido e iniciaría pronto un formateo incesante que culminaría con su muerte cerebral. No lo dijo así, pero yo lo quise entender como tal. “Es eso, o un tumor en la cabeza”, remarcó muy enfático y seguro de su resultado. No en vano el doctorcito acumulaba tantos años entre clínicas y hospitales. Debía tener la seguridad y frialdad de quien sabe la vida es un abrir y cerrar de ojos. “Noticias como esta las doy toda la vida”, habrá pensado.
De golpe la mala nueva remeció el hogar. Mi madre, la fuerte, la independiente, la que soluciona su vida solita y se jaranea entre la discordia de la administración de una empresa quedaría viciada del pasado. No había marcha atrás. ¿Qué pasaría en adelante? Era la pregunta que todos nos hacíamos, a moco tendido, por su puesto. ¿Vale pensar en un futuro cuando se tiene un recuerdo dañado? Claro que sí, “hay que mejorar su calidad de vida, entonces”, pensé. Madurar es un golpe que a veces duele tanto como la misma muerte, y mucho menos que la felicidad, eso es obvio. Había que tomar acciones y no dejarla partir.
Los días posteriores a la noticia fueron duros. Confusión, desidia, los problemas menores crecieron como el patán de Golliat. “David es un gigante”, recita Sabina. A veces hay que creer en la poesía.
Me había quedado sin trabajo. Renuncié del diario La República días previos al pre diagnostico con la boca llena de vanidad: “me voy porque quiero cosas mejores, siento que puedo dar más y aquí no me dejan”, dije, pensando más en mi liquidación y planificando viajes de placer que a las finales nunca realicé.
De pronto cayeron las deudas. Cerca de 30 mil soles impagables para un bolsillo vacío. Los medicamentos de nombres extraños. Neopresol, Neuril, ampoyas, relajantes. Una pila de pastillas recostadas junto a la cama de mamá esperando ser devoradas. “Siento que la perdemos”, no se demoró en pensar mi tía Elena. “No hay tiempo para andar con tristezas”, respondí con frialdad y detestando a Dios que no comprende de golpes en la vida, pues como recita Vallejo: “tú no tienes Marías que se van”.
La peor enfermedad, creímos, se había apoderado de ella, esa en la que mi madre es capaz de responderle a la doctora delante mío: “él no es mi hijo, es mi hermano”. Desde entonces, solo tengo un deseo para el próximo 28 de octubre, día de mi cumpleaños, que tú te acuerdes que ese día también te convertiste en madre y que me llamo Alonso David.
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Las noticias malas suelen tener un punto final, al igual que las rachas negativas. Luego de una serie de pruebas: tomografías, exámenes psicológicos y más medicamentos. El doctor rectificó su resultado: “usted señora es una mujer muy fuerte y no tiene ningún tipo de daño neuronal ni cerebral. Se recuperará. Tiene una depresión muy aguda que debe ser tratada, eso ocasiona su desorientación y olvido. Pero mejorará”. Ese sábado mis tías le regalaron una torta y le dijeron: “es como si hubieras vuelto a nacer”. Tomaron lonche juntas.
A doña Vicky le han dado seis meses, quizás un año de tratamiento, eso alivió nuestras angustias. Desde ese día ella anda con un mejor semblante aunque no sale de ese bloqueo mental en el que sigue metida. A veces se acuerda de su profesora de primaria, “la borrachita”, o que el Panchito, hijo de otra tía mía, anda medio enfermo. Hasta de mi tobillo golpeado se preocupa. Y ahora, también entiendo que esta enfermedad es como salir de un pozo profundo y oscuro que para superarlo solo se requiere de mucho cariño y paciencia. Además de enterarme que se trata de un mal que está de moda.
Desde ese día quiero mucho más a mi mamá (pero no se lo digo, aun). Todo lo hago por ella. Compartimos cosas que antes no y aprendemos un poco de cada quien. Es como retribuir lo mucho que ella dio por mi. Que si se le antoja un pastel, voy y se lo compro, así sea la medianoche; que si quiere desayuno, se lo preparo; una serie de engreimientos que así no más nunca hice. La vida te enseña a madurar, eso es muy cierto. Y esta no es color rosa, ni ocre, sino tiene diferentes totalidades de grises.
No conocía sobre la depresión. Pensé que mis tristezas son penas extremas cuando en realidad son leves rasguños de una existencia que recién voy aprendiendo a mirar con diferentes ojos. ¿Depresión yo?, nada que ver…
Ahora las cosas van cambiando. Acepté un trabajo de consultoría que mi amiga Nancy Condoré me propuso y gané un dinero que me salvó el pescuezo por unos días. ¿Cómo es, no?. Cuando alguien actúa con cariño y buena fe (el de ella hacia mi) las cosas son como que mejores. Desde ese entonces, las puertas se me comenzaron a abrir nuevamente: las deudas se fueron pagando hasta en un 80%, otro amigo, Fernando Cárdenas, me recomendó para escribir una crónica en Etiqueta Negra y –aunque el tema que estaba trabajando se cayó y ahora estoy a la espera de un nuevo encargo- un texto mío, sino hay inconvenientes de última hora, aparecerá en la edición de setiembre. Ojala no se vuelva a caer (jajaja… que bonito es sonreír) y, para terminar la semana, otro amigo, Luis Arriola o Don Arriola, me llamó para un frilo en Terra Perú los fines de semana; con ese dinero podré parar la olla de la casa y mi mamá no me verá tan desocupado, aunque la chamba sea desde el hogar.
Ella, mientras escribo esto, anda en un bautizo. Sale a una fiesta después de mucho tiempo y espero regrese feliz y cansada. Debe ejercitar más su mente y la alegría es el mejor aliciente. Todo pasa después de que hablé, al fin, con Dios; Benedetti dice que nunca conversa con el Hombre pues para muy ocupado, y yo le creo. Pero, esta vez, me ligó. Ahora le pido que las cosas sigan mejorando, que salgamos todos de este pozo triste y oscuro, que las lágrimas derramadas cada vez sean menos, que las sonrisas regaladas sean más y que tu andar pausado se transforme en vitalidad. Mamá, solo quiero mitigar esta pena que nos regalaste, sin querer, pues tu depresión se convirtió en nuestra más grande melancolía. Que pare el ardor del corazón y que el tuyo se alimente de más felicidades. Las cosas van mejorando. Hay que tener esperanzas. Y pensar que todo esto pasó en solo 45 días. La vida y el calendario son a veces injustos.

ADGC .

PD: De poder, seguir la lectura del post con esta canción del buen Pedrito.

http://www.youtube.com/watch?v=kTBrQf9nPIQ

viernes, 31 de julio de 2009


El oficio del querer

El 30 de junio renuncié al diario La República con la esperanza de buscar cosas nuevas, experiencias extremas, lo definí como: "las ganas de rehacer... reinventarme": viajar (al Cusco y hacer el Camino Inca fue la primera idea). Luego postulé a un curso de la Fundación Nuevo Periodismo de García Márquez y quedé seleccionado para asistir a uno de sus talleres por un mes en Cartagena de Indias, Colombia. Por motivos familiares no pude asistir. Luego, postulé al Taller de Martín Caparrós, en la misma Fundación, y otra vez quedé seleccionado, pero en lista de espera. ¡Dos de dos!. Pero el mismo motivo no permite viajar (no debería). "Las cosas pasan por algo", me decían. Más con resignación tuve aceptarlo y quedarme en Lima. Para postular a dichos talleres escribí este breve manifiesto sobre mi corta experiencia profesional. Aquí les presento un resumen de lo que pienso y creo, es el periodismo: el oficio de las frustraciones, el oficio del querer. El escrito que me permitió ser, pero no ser. Quedo de ustedes...

David Gavidia.

“¿Escribir en 800 palabras mi experiencia profesional?” La sola idea de arrancar con el término exacto o el verbo justo resulta tan complejo como el decidir, ir o no al dentista, sin un dolor de muelas. Complicada la situación. Tuve vacíos mentales y lagunas artificiales que me hicieron recordar eso del terror al vacío que los Paracas supieron disimular con tanta algarabía en el color. No me siento todavía un experto, así que dejo hablar al corazón.

De golpe vienen mil ideas. Experiencias por montones. Si resumiría en una palabra el objetivo de mi trabajo se sintetizaría en lealtad (más que verdad, lo siento Gabo). Se lo dije al periodista Gustavo Gorriti durante mi entrevista de trabajo para ingresar al diario La República: “si de algo me debo preciar es que me considero sincero y leal a mis ideas. Si te digo, esto huele mal es porque me apesta. Disculpa si sueno duro o vulgar. Pero soy sincero”. Silencio. Un día después me presentaron como el nuevo redactor de la sección Sociedad.

Desde entonces comprendí eso que suena a verso: “el periodismo te enseña a observar (más que mirar)”. “El periodismo te regala experiencias, te brinda oportunidades, te ofrece mundos distintos”. Entonces comprendí el mensaje. Y aparecen nativos que defienden sus tierras y son muertos a balazos por policías inexpertos, indígenas que bloquean pistas y mueren acribillados, policías que cundan en pánico y son secuestrados y degollados. Bagua. Triste y solitaria ciudad de paisajes verdes y nubes como algodones debe ser retratada como parte de la cobertura diaria. Se convierte en un lugar noticiable, bello, pero azotado por la muerte y la confusión, por las huelgas y reclamos. Un gobierno que desespera. Un periodismo que informa sin saber cómo. La mirada paciente del cronista es el que prende la luz en este tipo de comisiones, diría Julio Villanueva Chang.

Siento que el oficio del cronista no solo es para retratar personajes o agudizar esa moda por el “yo”, sino limpiar las legañas y mostrarte historias que están allí: sus personajes y costumbres, sus luchas y miedos, sus fobias y complejos, sus problemas y esperanzas, ese sueño de grandeza estancado que en el Perú también llamamos “Choledad”. Pulir estas ideas, perfeccionar el ojo que vuelve invisible lo visible, aprender a escoger qué cosa observar, agudizar esa curiosidad infantil que requiere este oficio. Esa es mi motivación para ser parte del taller de Martín Caparrós.
También, quiero conocer Colombia. Ya lo leí: “El único riesgo es que te quieras quedar”. Abrirme mundo, conocer nuevas gentes, sociabilizar e intercambiar ideas como experiencias. Probar de ese periodismo sudamericano con olor a café que me dicen es el mejor de todos. Nutrirme de sus ideas, abstraer un poco del talento del argentino Caparrós, traerlas al Perú, ser parte de esa pequeña legión de afortunados que asiste a la Fundación. Porqué no, darle la mano a Gabo, porqué no, querer volver, porque no, pisar sus famosas redacciones. Porque no, escribir sobre las flores y sus mujeres. La fiesta y el regocijo de los pueblos es una forma de aprender de ellos. El colombiano en particular, que tanto me interesa.

En mi carrera he tenido la oportunidad de ver cosas bellas como terribles, ayudar en casos sociales como retratar goles en los minutos finales. Cubrí el terremoto de Pisco en 2007, con el 80% de casas destruidas y más de 300 muertos, fue una experiencia triste pero a su vez enriquecedora. Uno aprende del dolor humano, de la desgracia ajena. He cubierto ciudades desaparecidas por huaicos, he llegado hasta el Twinza (frontera con Ecuador) para entrevistar poblaciones nativas que combatieron en la guerra. He conocido el estrés y el compromiso con los temas sociales: niños que superan el cáncer, mujeres que luchan contra el Sida, las ganas de vivir. El periodismo es el juego de la vida y la construcción de las palabras. Es lo que siento, lo que vivo cuando lo hago.

Creo en el periodismo duro y puro. He tenido decepciones, golpes, impedimento de dormir, no conciliar el sueño pensando en la portada de mañana y esperando que mi nota sea la mejor.
He participado de conferencias y me han presentado como experto sintiéndome inexperto. He cometido errores ortográficos, confundido datos, recibido cartas rectificatorias, notariales, desmentidos públicos pero también felicitaciones de niños y gentes que requieren ayuda (que es lo que más valoro). En resumen, he hecho una carrera que siento va en ascenso, que la busca profesionalizar. Quiero perfeccionarme, ser más cada día, sudar periodismo, aspirar a ser cronista, ser parte de esa cofradía de artistas de la palabra. Por eso recurro a este taller, ilusionado con ser parte de… ¿se puede escribir mi experiencia en 800 palabras? Difícil, aun me queda el terror al vacío. Lo siento Gabo.

ADGC. Lima, 25 de junio 2009 (en el cumpleaños de mi mamá)

domingo, 19 de julio de 2009

¡Toribianito maricón!
(La reivindicación)

Hace cuatro años escribí una historia –con mucho de retórica por cierto- en la que despotricaba contra mi ex colegio, el Externado Santo Toribino, del Rímac. Llevó el mismo nombre que tiene este post, pero aquel tenía la carga espiritual de quien se halla cansado de tanto recuerdo de colegio. Hoy, que se cumplen diez años de haber salido del plantel, escribo una nota rectificatoria, no en alabanza de aquellos años, sino con la serenidad que te regala siempre la distancia del tiempo.

David Gavidia. (¡Habla promoción!)
A la 99, otra vez.


“Parecen mozos del Hotel Bolívar. Pero enanos. Cantan Noche de paz y se mueven como si les picara el poto ,“canta, ríe y bebe…” ¡Vaya que dan pena!”, mi mamá Victoria leyó el primer párrafo de aquella historia publicada en el portal Xcrivas.com y frunció el ceño. Su rostro se encogió como puño previo a un combo asesino. Cuando leyó las palabras “tetas”, “paja” y “pedofilia”, se paró del asiento, dio clic en minimizar y dijo: “cómo puedes escribir esas cosas tan feas”. Fue el único de mis escritos que ella dejó por la mitad, ofendida por ser tan hijo vil, tan jijuna de verbo, tan metafórico y vulgar para con mis “amigos”, se fue a la cocina diciendo: “qué dirán ahora los de tu promoción”. Inquietado por sus palabras mi primo Héctor leyó el mismo escrito y dijo: “¡qué cague de risa!”.

Aquella publicación recibió comentarios de todos los calibres. Xcrivas recibía la visita de cerca de 1500 lectores por día (cifra elevada para un portal cultural). “Estimado David, yo fui toribiano y no sé qué objetivo periodístico buscas con ésta publicación. Creo que confundes los ángulos de tus comentarios”, escribió el profesor de redacción interpretativa de la Bausate y Meza, José García Sosaya. “David, no bajes al Rímac. Te sacaremos la puta madre!”, publicó un anónimo hijo de debajo del puente. Y así sucesivamente, incluso hubo aquellos que me felicitaron por contar las cosas
“tal y como son, tío”.

Bueno, el hecho es que luego de leer sus coments la duda me invadió (imagino que todos han tenido la sensación esa de que algo anda mal, pese a que sabes o crees, hiciste algo bien) “¿realmente la cagué con el post?”, me pregunté. El llamado de un amigo de mi barrio para ir a jugar pelota hizo que me olvidara de tal cavilación.

Pero hoy, cuatro años más tarde la pregunta, “¿la cagué?”, volvió a coger vigencia, revivió, extraña, desde un lado oscuro arremetió para no desaparecer y quedarse inquietante como peligroso delantero en arco rival: solo el partido entre la “U” y Cristal logró hacerme olvidar del hecho (se dan cuenta que solo el fútbol logra extraerme de este mundo pendenciero de paquetazos y bombas). Fue entonces que me propuse resolver y reivindicar al colegio a través de este comentario, nada sobón por cierto, tampoco se lo merece.

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Emigré del colegio hace diez años y hoy comenzó el campeonato de ex alumnos. Pese a que no jugué el primer partido y acusé a la maldita argolla de no colocarme en el equipo pese a haber estado en los entrenamientos y haberla roto en la defensa, me quedé con la sensación de tranquilidad pues ganamos por 3-2 a la 2007. Previo al partido me dieron mi camiseta roja con una cruz blanca en el pecho que se estira a lo largo del tórax, mi short blanco y medias rojas. En la espalda decía el apellido que me heredó mi padre, el número 19 –mi último número de orden en la lista de la promo 99- y debajo de ello la frase que me trajo la nostalgia: “10 años”…. Mierda!!!!!!!! Como ha pasado el tiempo!!!!!, pensé, vociferé, casi grité.

Jorge Jayo Huaringa es un compañero de promoción a quien no veía justamente hace 10 años, ayer nos encontramos y nos hicimos la pregunta clásica de aquellos que se dejan tragar por el hoyo negro del tiempo: “Oe, ¿qué fue de tu vida?”.

-Soy gerente de una agencia de turismo, saqué mi título, estudié una maestría en Marketing y tengo mi hijita de tres años. Ahorita voy a visitar a mi mamá, luego a mi enamorada y por la noche soy bombero de la estación de San Borja… ¿Y tú?.

La pregunta la he respondido mil veces y enumerar mis “logros,” ¡logros! ¿logros? me es sencillo. Así que no escamoteé la respuesta: “renuncié hace dos semanas a La República. Trabajé allí casi cuatro años y me harté, me llegó simplemente. Ah!, estudié periodismo pes… saqué mi título y esas weadas y ahora toy en una maestría de Literatura…sí en San Marcos…allí pes… jodiendo… no hembrita no tengo… pa qué… terminamos con mi flaca hace siete meses…sí, cinco años…. Un huevo de tiempo pes…claro… no…. Chibolos naa… uso poncho… pero por las weasss…. Ya ni tiro… jajaja….sí… cágate de risa….y eso pes… ahora ando así de vago…. Relanzando una web, Xcrivas, jugando pelota, voy al estadio… eso no más… ¿mi mamá?, bien gracias… bueno, en la jato … allí con estrés…. Cagao, sí… esta con descanso médico… oe que bueno que ya tengas tu cachorrita…Almendra… sí, bonito el nombre, ni cagando se lo pusiste tú… se parece a ti?... al menos nació sanita…ah, no… ya te he dicho… nada yo con los chibolos… por allí luego … pero no… nada pes…. Ya déjalo allí.

El partido terminó con el resultado a nuestro favor y con Jayo fuimos de inmediato caminando hacia la avenida Tacna, la gente se quedó a chupar por el triunfo y el reencuentro. “Oh Gavidia, déjate cuatro lucas pa´ la chela aunque sea, no seas cabro”, me dijo un repitente ex alumno a quien le dicen Juguete.

Luego de la despedida vi a todos los compañeros, pocos amigos, reunidos en círculo en la pista atlética que esta junto a la cancha de minifútbol del colegio, haciendo las mismas bromas de aquellos años: al jetón, al cachetón, a motor, así, todos en círculo, todos se ponían al centro como cuando se tenía 15 o 16.

“¿10 años?”, pensé ahora sí en serio. “¿10 años?”, cuando tenía 15, a los 25 yo pensaba:

1) Ya estar casado
2) Tener mi jato propia
3) Haber viajado por el mundo
4) Ganar un chupo de plata

Cuando se tiene esa edad, no sé porque se cree, equivocadamente, que la base dos resulta la etapa de liberación a la gloria, independencia, algunos lo logran, otros como yo, no. Entonces los complejos afloran. Nada es como se planifica.

¡10 años! Y nada de eso he logrado: sigo viviendo en la casa de mi madre, por suerte no me he casado, he viajado sí, pero nunca fuera del país, y plata no gano ya ni para el pan. No me arrepiento. La edad me creció, la madurez, en algo, me entró, todavía maquillo mis sentimientos, oculto mis complejos, y boto esos aires de superioridad ante la gente que no me conoce para enmascarar ciertas dolencia del corazón “quítate la coraza”, me decía Fiorella Montero-guapa, sincera, bella de alma, hermosa de corazón, la perfecta a veces, la ideal en otras, la ex hoy, la chinchosa siempre. La…. Bueno, todos mis adjetivos ella bien los sabe. El caso es que no le hice caso y entonces las fobias continúan. Siempre.

No es que sienta que he logrado poco, por el contrario, creo que algunas cosas he conseguido. Muchas otras, no. Ya no quisiera estar en el Perú, por ejemplo. ¿Junior, somos Madrid?, (tú también fuiste toribiano cabrazo!!!!).

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Bueno y volviendo al tema ¿qué de diferente encontré entre los compañeros que vi, se quedaron, se fueron, entre los ex amigos de colegio? Muchos siguen con la misma cojudez de antaño, siguen, intentan seguir siendo ese personaje burlesco de la escuela, que hoy no se ve más que pantomimas de un tiempo que para ellos fue mejor.

Reitero lo dicho en
“Toribianito Maricón”. Por mi, no regresaría a los tiempos del colegio. Ayer (ya es pasada la medianoche, por eso uso el tiempo pasado) las remembranzas hicieron que muchos dijeran: “cómo quisiera volver a esa época”. Yo les di la espalda. Y recordé “¿la cagué con ese post?”. No, la respuesta fue de inmediata y me sonó fuerte en el oído aquella mítica de Leusemia: “Al colegio no voy más (¡ni huevón!)”.

No me entra la nostalgia de los amigos de la promo. No los extraño, pero cuando me cruzo con algunos siento que los estimo: sobre todo a esa flota de broders que acompañó mi estancia rimense hace algunos años. Con la gente que me llama “loco” sin saber en realidad que me paltea abrir la boca en mancha y si hago locuras no son planificadas (obvio), solo nacen, solo se dan…qué loco no…

Quizás por ello ahora me resulta extraño ver con alegría a tantos compañeros juntos. Abrazarme, aunque sea por compromiso con aquellos que en el colegio ni saludaba. Mostrarles los dientes como si en realidad me importara lo que les hubiera pasado. Es extraño como el tiempo crea esa complicidad, esa afinidad rara que solo es capaz de fabricar las distancias y el tiempo. Por lo que recordar las viejas hazañas resulta tan glorioso como ameno, hasta yo me reí al escuchar apellidos tan extraños (pues no recordaba a muchos) y sin embargo, una sensación plena de alegría me enervaba. Eso es locura. Y por eso, ahora, ya de noche, con 25 años que comienzan a pesar de alguna forma, me doy cuenta que el colegio no solo es el aula, me equivoco pues… es una etapa, el colegio no es un nombre… es un mundo, allí nunca fui, ni seré, pero fue lo que quiso ser, ¿no se entiende?, perdón…esa es la intención.

Nunca fui de los chongueros, mi mamá me crío con esa onda que hasta ahora mantengo de “paz y amor”, no me meto con nadie para que nadie se meta conmigo. Tampoco fui de los respondones, ni rebeldes, menos de los chancones. Ocupé varias veces el último lugar de mi salón, no tanto por bruto, sino por andar siempre metido en ese extraño mundo de ideas flotantes, sueños de grandeza que le llaman.

Haber, en el último año quise retirarme del colegio pues me harté de que haya gente que se alucinara matona, me llegaron los rateros de Pizarro y me le corría a la posibilidad de que me tocara en el mismo aula con muchos de los “indeseables” de la promoción, como que me tocó. Raro, luego se hicieron mis amigos. Primera lección de vida: no es bueno juzgar. (Con esta sentencia rompo la afirmación del post
Toribianito maricón en el que afirmo: “¿Qué me dejó el Santo Toribio? Muy fácil, nunca me enseñó a vivir. Jamás me quiso de verdad, no fue capaz de enseñarme el camino a seguir…”).

Es bonito recordar, más cuando se tiene esa distancia de tiempo y espacio de la que les comentaba. Y quién diría, despotricaba contra Pizarro -la avenida venosa y profunda como río que cruza la zona más picante del rico Rimac- y fue justamente allí que me enamoré por ¿primera vez?. Fue caminando por sus calles. Fue de una chica de chompa celeste a la que perseguí por tres años. Se llama Carla Vizconde Díaz y fue el amor más bonito que pude tener por aquella época (sí, remarco la negrita, solo por aquella época).

Ese mil novecientos noventa y nueve le pedí a mi mamá que me cambiara de colegio y cuando ya todo estaba firmado para que me vaya al colegio Trilce de Salaverry, la tristeza por dejar de usar mi chompa azul y mi buzo nuevo (miren en las tonterías en las que me fijaba) le dije no, me quedo. Allí dije: “quién sabe, quizás este año este con Carla”. Y se dio. Debió ser lo más bonito de aquel año y lo mejor que me pasó en mi etapa escolar. Sus cachetes hinchados, su nariz respingada, sus ojos rasgados y sus labios en eterno puchero, bemba colorá que juré besaría siempre y por siempre. Le prometí matrimonio, nos prometimos hijos y amor eterno. La felicidad y quizás la fidelidad nos duró solo tres meses.

“No quiero decirte quieres ser mi enamorada, ya acabo el colegio y sé que esto terminará, no quiero irme con ese dolor, quiero que estes conmigo siempre, tú no me gustas, yo estoy enamorado de ti”, algo así te dije en una tarde-noche de setiembre, en la puerta de mi casa en Habich, llamada Los Claveles, pues también era un salón de recepciones. Al día siguiente me distes el “sí” y un día más tarde nos dimos nuestro primer beso en un callejón de la avenida esta. Fui feliz se los juró, pero con el fin del colegio eso también se acabó.

Hace unos días (o meses) conversé con Carla, diez años más tarde también, y recordamos desde el primer y el último beso. Cualquiera diría que se trató de una conversación en plan de volver, de afanar, de buscar el momentillo exacto para buscarnos el sentimiento y decir: “¿lo intentamos?”, pero no… la distancia también te vuelve más frío, le conté que en todo este tiempo que pasó también conocí lo que es tener un gran amor de verdad, ya más maduro y más serio y tú me contaste de tu novio, amor de combi (se conocieron en la ruta que va para Independencia), nos reímos de la forma más extraña en la que nace este bicho extraño que aparece en nuestras vidas para joder la paz en nuestros corazones.

Te conté de mi vida y que había aprendido a querer con la razón (hoy la practico con la rigurosidad de un cobrador de la Sunat), te pregunté por tu boda y reíste… “ya veremos cuando”, me respondiste. Ya ninguno mencionó el tema impropio, ese en el que alguna vez nos juramos vida eterna junta (tu enamorado se puede poner celoso, recuerdas que una vez te llamé y contestó él… ¡ta mare que huachafo!. Me dijo: “ahorita te la paso, ¡ah! soy su enamorado” y yo pensé, “este es peor que perro que mea la esquina para marcar su territorio”, te lo dije y nos cagamos de risa juntos “pero igual lo quiero”, agregaste luego), seguimos riendo.

Después ya nos vimos como dos viejos amigos que se quisieron tanto que hoy se quieren lejos para mantener intacto el recuerdo. A veces uno se enamora de las nostalgias, esa etapa, diez años más tarde, ya la pasamos. Ahora cada quien sueña con la felicidad mutua, cada uno por su lado. Ella fue parte de estos diez años y con ello se rompe otra afirmación inexacta del tan mentado Toribianito… “(el colegio) no me enseñó que la infancia es el camino perfecto para llegar a la madurez eterna”, sí me lo enseñó. Allí fue cuando comenzó la práctica de ese interminable trajín: el querer con la razón, el desprendimiento para amar, que también significa el dejar partir a quien se quiere, así te magulles la molleja, se humedezcan las pupilas, se te joda el alma (por eso, y quizás solo por eso, hoy domingo, me jodió tanto el escuchar a Mauricio Fernandini, en Veinte Lucas, preguntarle a una cacera de Breña: “¿a cuánto el corazón?”).

El colegio también me enseñó a mantenerme intacto en esta jungla callejera llena de ratas y ratones, a querer un poco más a la gente y aunque suene reiterativo, querer a las personas tal y como son: pese a que haya mucho cojudo que no cambie, que se jure aun ese personaje mafioso de antaño, que se mantengan muchas taras mentales, heridas abiertas que todavía las vez, y las recuerdas cuando estas lejos.

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Han pasado 10 años. Aun no puedo sudar la camiseta de la promoción y este año como nunca me he juntado con esa cofradía extraña que es la del colegio. Muchos ya están gordos marca registrada de padres y esposos que ya se propagan en la lista, otros han bajado de peso, los maleados (muchos) se han tranquilizado, los lornas (muchos) se han pendejeado, los callados (muchos) ya hablan hasta huevada, los raros (muchos) ya salieron del closet, los que eran misios (muchos) ya hasta ahora tienen carro, así, la lista se amplifica y vuelve alta, interminable, cada personalidad es un iceberg distante e inmenso. Y solo han pasado “10 años”.

El próximo sábado volveremos a las canchas y no sé si jugaré. Por el momento ya no tengo floro para responder al ¿oe, que fue de tu vida?, quizás ahora pueda decir que se acaba de morir mi perrito, el mismo que conocieron en tiempos del colegio, que mis amigos se han ido quitando y he perdido a las personas que más me han querido, que en contraposición aparecieron nuevas gentes que ahora y por un tiempo indefinido también me han prometido cariño bonito… no sé, hay floros extraños que salen del momento, como ese de Fernando Ampuero: “Si detienen el mundo, yo me bajo primero”. Por lo pronto, ya no detesto al coro ni a la gente, por lo pronto, solo escribo hasta que me duelan los dedos, por lo pronto, ya aparecen la fotos de la 99 en el Facebook o tal vez en el Hi5, esta vez conmigo incluido y esta vez, cosa extraña, apareceré en ella, con mis recuerdos intactos que gracias a la distancia, he aprendido a valorar... y solo han pasado “10 años”.

A.D.G.C, Lima, 19 de julio de 2009.

jueves, 21 de mayo de 2009

Buenas noches, amigo Lee

En tu memoria y mi corazón.

Acabo de regresar de la veterinaria y ya no estas entre mis brazos. Estuvimos juntos hasta el final. Quizás pude hacer algo más no lo sé, tal vez no. Ya para que meditar sobre esto. Esta será la primera noche que pasemos en casa sin ti. Y eso me pone triste amigo Lee.

Acabas de partir. Casi a las once de la noche de hoy, en el cumpleaños de Héctor, el motivo no lo sé. Tampoco lo quiero averiguar. El caso que hoy ya no estas entre nosotros. Me da pena saber que ya no me recibirás por las noches ni me despedirás por las mañanas como lo hacías desde hace 16 años. Chochera, no sabes las lágrimas que nos has hecho derramar.

Traté de ser valiente en tus últimos instantes pero el verte sobre la camilla y oír al doctor que fuiste fuerte me hizo sentir mejor. Triste consuelo. Ya no te dejaré la comida por las mañanas y mas tarde te enterraremos en Campoy, en San Juan de Lurigancho, un distrito que no conoces pero que desde hoy será tu hogar.

Amigo ya te extraño, te fuiste y esperaste marcharte las horas que me tomó volver al hogar. Para despedirnos con tu último llanto. Sabía lo que significaba, esta noche ya no habrá pollo ni arroz chaufa para ti, tu plato está lleno y nuestros corazones vacios, Mi mamá te llora y yo también. Adiós compañero y esta vez –quien lo imaginaría- lo diré por última vez… buenas noches, amigo Lee.

martes, 24 de marzo de 2009


AMORES QUE MATAN, N(U)NCA M(U)EREN

Una aproximación a mi fanaticado hinchaje por Universitario de Deportes y las coincidencias entre Juan Reynoso (actual DT de la “U”) y este servidor, a 24 horas de jugarse el superclásico en Matute, estadio de Alianza Lima.

David Gavidia.

1.- Por la Victoria, soy hincha de la “U”.
No te importó que nos corrieran a balazos, mamá. Ni que tomáramos el primer bus que nos sacara del estadio, menos oír por la radio que en las afueras de Matute, un gran despliegue policial se encargaba de contener la furia de las barras, ¿recuerdas? Tampoco te interesó arriesgar tu billetera, ni los gritos de la gente, solo querías protegerme, “tápate el polo”, me decías y “cuidado con las piedras”, me gritabas… y yo, en medio de la brutalidad de las personas, con mi cabeza gacha entre tus brazos, solo atinaba a decir: “¡ganamos mamá!”… y por dentro pensar: “gracias por hacerme feliz”. Tenía 10 años.

Es la anécdota que cuentas siempre. No hay fiesta ni reunión familiar que no repitas la misma historia. Sí, esa en la que me llevaste al clásico en Matute, la primera vez que pise tribuna y la única que me atreví a decir un carajo delante de tuyo, al ver a mi equipo en la cancha. Fue un domingo 10 de octubre de 1993. Hora: 3:30 pm. Lugar: estadio Alejandro Villanueva. Tribuna: Oriente alta. Equipos: Alianza Lima – Universitario. Fecha 22 del torneo Descentralizado. Un día antes no pude dormir, la noche previa me acosté ansioso, ya vestido para partir. Siempre con la camiseta crema en el pecho. Apuesto a que esos datos te son ajenos, para mi en cambio, se convirtieron en eternos.

Fue la primera vez que vi a mis ídolos en un campo de juego. Y aun recuerdo el escozor en la piel y esa sensación de estremecimiento al ver a miles de personas alentar e insultar por pasiones divididas, tan polarizadas como arraigadas. Observé las banderas y el papel picado, los cánticos y las barras, las rabias y las risas. Recuerdas que ese partido lo ganamos 1-o, mamá, y que grité el gol con la furia de un guerrero persa y festejé, como jamás lo hubiera pensado, el gol más agónico de mi vida ¿lo recuerdas?, ¿te lo relato?...
Arco sur. Contragolpe de Universitario. El balón que llega a Nunez, quien da media vuelta y remata, la pelota choca en el palo -la Trinchera ahoga el grito de gol, se jalan los pelos; en Sur respiran aliviados- pero el balón queda picando, se pasea por la línea de meta, Ronald Baroni –ese delantero con bincha y brazo vendado- aparece por detrás de la defensa y cabecea la redonda para que ésta, en slow, se introduzca en la red, pidiéndole permiso al arquero. Qué se estiró, qué gritó, qué se esforzó, pero su frustración fue la alegría de otros. ¡Golazo!. Los jugadores salieron victoriosos con los brazos en alto y la gloria acumulada en la boca. La mitad del estadio celebró, la otra era callada y triste. Después de eso tú, mamá Vicky (ya en casa y pasado el susto de la salida del estadio), hablaste de la fanaticada, de la gente y su contagioso entusiasmo. Aquel tanto signficó de paso acercarnos al ansiado bicampeonato y la alegría de medio Perú ¿Recuerdas? Yo lo acepté y me gustó el vicio del salto y el canto en las barras, desde entonces mi hinchaje creció y coleccioné polos y posters de los jugadores: Nunez y Martínez, Zubczuk y Balán, Baroni y Asteggiano, por su puesto Reynoso, con la número 3. Luego vinieron tus preocupaciones, pues me escapaba solo a la cancha y te sacaba dinero para las entradas, nos peleamos y reconciliamos mil veces. Desde entonces me volví en el fanatizado hincha que intenta meterse a la cancha. Gracias a la Victoria, entonces, que soy hincha de la ‘U’.

2- Retornos. El potrillo que dejó Matute.
La anécdota de mi primera vez en un estadio la recordé el pasado jueves, quince años más tarde. En aquella ocasión volví a Matute, no como ese hincha que salió en un camión de pollos en noviembre pasado luego de ganar el último clásico por 2-1 (con goles del ‘vagón’ Hurtado por cierto), sino, como el periodista deportivo que intento ser, al menos por un pequeño tiempo.

Me senté en la tribuna sur del estadio y Alianza entrenaba en el campo. Un grupo de periodistas especulaba la alineación que usaría el equipo ese domingo y yo miraba hacia oriente, el lugar de mi primera vez.

Sonriente le comenté a un compañero la anécdota de mi madre y de mi hinchaje. Me respondió que ni en broma lo cuente otra vez entre “este grupo de colegas”, pues todos andan con el corazón pintado de blanquiazul. No me importó y le insistí qué mi mamá, qué las piedras, qué los insultos. Qué ganamos... ¡Ay carajo!... me fui de boca. Y le mencioné una magnífica coincidencia entre Juan Reynoso y yo. Aquel 10 de octubre de 1993 no solo fue mi debut en tribuna, también fue la primera vez que el actual técnico de la ‘U’ pisó la cancha de Matute vestido de crema, el color del eterno rival.

El ex hijo predilecto de Alianza Lima, el otrora capitán de Matute, el sobreviviente potrillo de La Victoria, salía con la insignia crema sobre el pecho. Los hinchas del rival lo tomaron como una afrenta. Lo juro, jamás oí tantos insultos hacia una persona. Allí comprendí que el amor también se transforma en cólera, que la cólera en odio y por último, que tantos insultos no son capaces de tumbar a un solo hombre.

Esa memorable tarde Reynoso gritó el gol de la ‘U’, besó la camiseta y la Trinchera lo catapultó a la condición de ídolo. Fue el debut de Juan Máximo en Matute con casaquilla crema, fue mi estreno en tribuna con la garganta inflamada de tanto aliento. “Reynooooso, Reynooooso”, grité, y a mi lado, otros desfogaron su rabia: “¡Maldito traidor!”. Presencié aquella escena. Y no la olvidé jamás.
“Amores que matan, nunca mueren”, es cierto maestro Sabina. El pasado domingo se jugó el clásico en Matute con el ‘cabezón’ en el banquillo, lo ganamos (lo ganó) 1-0 y al final del partido, despedido entre botellazos de agua y bolsas de pichi, solo atinó a decir: “Hoy me sentí más crema que nunca”. La escena de quince años atrás volvió a mi mente y me llenó de felicidad.

Reynoso volvió a la casa que lo vio nacer y gozó con el triunfo . Y yo a un estadio que, cuando llega la ‘U’, me trae gratos recuerdos. Para él significó su debut como técnico en clásicos del fútbol peruano y para mi como cronista deportivo. Tuve que hacerle un seguimiento visual, sus gestos, los insultos que caerían sobre él desde la tribuna. Juan jamás lo supo y no tiene porque, en cambio se lo conté a mi madre quien sonrío y dijo: “espero que hallas escrito sin pasiones y con la verdad”, entonces solo atiné a parafrasear a Jorge Barraza: “El periodista también es hombre, también es hincha”. Ella sonrío. “Ay David”, respondió y yo no supe qué mas decir. Pero quedó el gesto cómplice y el recuerdo bendito. Aquella tarde de octubre de 1993 fue y será una de las más alegres y apasionantes de mi vida. Lo sé Juan Máximo, para ti también. No hace falta que lo digas.
  • PD: La foto que aparece en este post corresponde al año 94. Observen, Lee, mi compañero, ya aparece desde entonces... ambos de crema en la antigua casa de Habich.

  • Recuerdo de aquél memorable partido. Hincha crema, porque recordar es volver a vivir cheka y goza.... no lo dudes y grita: llora cagón!!!...
  • En caso no puedas ver el video esta es la dirección en youtube: http://www.youtube.com/watch?v=cBOAQI4yyuo

lunes, 9 de febrero de 2009

Un ícono de la capital
El cochero que soltó las riendas

Luego de 23 años Juan Manuel Arguedas Gonzales (43) dejó la calesa que conducía en la Plaza Mayor de Lima para trabajar en una conocida joyería del pasaje Santa Rosa. Vestido de chalán quiere una entrevista de cinco minutos con Alan García. Como cochero fue extra de novelas y películas. Llevó el féretro de Valentín Paniagua. Fue militar y perteneció a los Húsares de Junín. Solo quiere que su familia sea feliz. Todo un personaje.

Escribe: David Gavidia.
“Black power” que viste de chalán. Pin de Obama sobre el pecho porque es “grone” como él. Aliancista y salsero. Limeño y chalaco. Hombre chamba que trabaja como negro en tiempos de cholos que viven como blancos (y viceversa). Ex cochero de la plaza, ícono de Lima. “¡Una foto!”, le piden, una placa en la historia. ¡Click! ¡Flash! Sonrisa Kolinos. Es Juan Manuel Arguedas Gonzales, el cochero de la Plaza Mayor. El hombre que soltó las riendas, luego de 23 años. Señor que dejó los corceles y se bajó de la calesa.
–¿Y por qué soltó las riendas?–Bueno, tengo que velar por mi familia. Mis hijos están creciendo y mis necesidades también aumentan… quiero darles un mejor futuro, una mejor educación… me da nostalgia dejar la calesa, pero fue por una mejora económica.
El pasado 18 de enero mientras Lima celebraba su aniversario 474º, con nostalgia don Juan Manuel miraba desde lejos la celebración. Era la primera vez, en más de 20 años, que no salía en corso con la calesa y los caballos para recorrer la Plaza Mayor, mientras turistas y curiosos alzaban la mano en plan de saludo para recibir de él un gesto de cariño.
Ahora no está muy alejado de esa realidad. Trabaja en el mismo pasaje Santa Rosa donde antes se estacionaba con su coche y los caballos, pero hoy promociona las joyas de la tienda Peruvian Gold. Parte de su nuevo trabajo es andar con la gente. Hablarles. Ellos se toman fotos con él y comentan su vestimenta de chalán.
“Acepto tomarme fotos porque mi imagen estará en cualquier lugar del mundo. Si hablan de Lima, salgo yo, como si fuera un símbolo de la ciudad. Y espero seguir siéndolo mientras tenga vida y salud”, dice sonriente. Recuerda que sus fotos aparecen en diferentes afiches de promoción de la capital, también en calendarios. Hasta amigos suyos le han comentado que en oficinas de turismo de EEUU aparece su imagen en videos promocionales. Lima, the city of kings. La tradicional imagen de la Catedral, y recorriendo la Plaza, don Juan Manuel saluda, como siempre, a quien lo saluda.“Pero nunca he recibido regalía alguna”, dice medio en broma pero con la ironía de quien sabe tiene los bolsillos estrechos.
Pasado militar
En la Plaza de Armas hay una protesta de la CGTP. La policía echa gas pimienta y los turistas corren. Es un día de fuerte sol y quema. Es mediodía y hay cambio de guardia. Se oyen las trompetas, el paso marcial de los Húsares de Junín. Juan Manuel mira hacía Palacio y recuerda que fue parte de ellos. A sus 17 ingresó al Ejército para permanecer allí cinco años. Recuerda que escoltó al presidente García en su primer gobierno cuando prestaba servicio en el antiguo Cuartel de Barbones. Muestra la foto y los recortes de periódicos en los que su imagen aparece como extra en la novela “Luz María”, o en la película Matalaché, en 1984, o en donde vestido de Baltasar recorre Lima como Rey Mago.
En su viejo álbum de fotos aparecen también tomas con Gaby Pérez del Solar, Pepe Vásquez, Margarito, el Gordo Casaretto, Lucho Barrios y Monique Pardo; también transportando a políticos como la defensora del Pueblo Beatriz Merino u otra en la que posa con el alcalde Castañeda. Luego muestra portadas de revistas internacionales en las que su foto y su particular atuendo recorren el mundo a través de aviones.
Personajes ilustres
“Anécdotas con alguno de estos personajes, muy pocas. No tengo gustos políticos. Ellos son muy controversiales”. Lo que sí afirma: “Todas las apariciones fueron sorpresivas y felices”.
Sin embargo, tiene en el recuerdo un momento triste, don Juan se encargó de trasladar el féretro del presidente Valentín Paniagua. Nunca vio tanta gente junta llorar por un presidente.
¿Un momento alegre? Cuando conoció al director y fundador de El Gran Combo de Puerto Rico, Rafael Itier. Se tomaron una foto, él posó muy sonriente y se sorprendió al ver la calesa en una Lima convulsionada pero aún de estructura colonial. “Esa foto es mi tesoro”, dice, pues el hombre gusta de la salsa dura. Admira al maestro Lavoe y, en sus mejores tiempos, a Oscar D’León. Como buen moreno, dice, tiene que ser bailarín.
Padre de 3 hijos, casado hace 18 años. Ha vivido en el Callao, en La Molina y Barrios Altos, donde reside actualmente. Sus lujos: un televisor en blanco y negro sin cable. ¿Computadora? Never.
Trabaja ahora desde las 9 am. Siempre de pie y nunca de rodillas. Aunque el sol y las piernas terminen molidas al finalizar el día, hay que sobrevivir en esta Lima de gallinazos y plumas. Anda corto de billete. Cría a sus hijos con la severidad y serenidad de quien sabe vive en una zona picante. La vida militar lo ha sabido preparar para la guerra de la vida. Ahora anda con sueños. ¿Quién no los tiene? El suyo es muy sencillo: aprender inglés, leer más sobre la historia de Lima, llegar a ser guía turístico y, por qué no, poner su agencia en un futuro. Para ello requiere ayuda. Y la pide. Quiere una cita con Alan García Pérez. ¡Atención, señor Presidente!
Mensaje a la Nación
“Quisiera que Alan me dé 5 minutos de su tiempo. Hacerle recordar que fui su escolta. Que me reconozca ante la sociedad. Mi trabajo y perseverancia. No pido plata, sino su apoyo, así como lo hizo con Máximo Piñeyro, el hombre del sanguito. Yo quiero seguir pa’ lante. Le he escrito una carta espero que sea bien recibida. Son 23 años que he trabajado como cochero en la Plaza Mayor, eso no lo tiene cualquiera, no lo he visto nunca y en ningún lado. De esta forma quiero darle tranquilidad a toda mi familia, quiero trascender turísticamente, que la gente no me olvide. Quiero que mis hijos saquen pecho por su padre”.
Entonces le entra la nostalgia y recuerda momentos agradables, la sonrisa de la gente, los histriónicos y raros personajes del Centro, los caballos, claro, los caballos. Aparece el Charly, el King, la Muñeca, la yegua Petra y el Broncano… la lista continúa. Son 23 años pues.
Sabe, los animalitos están cerca pero él ya no los maneja, ahora ve cómo sus compañeros continúan el trabajo en la vieja plaza.
Juan entonces se denomina un “black power” como Obama. “Fuerza negra”, dice y, vuelve a reír. Esta vez con la convicción de saber que él intenta surgir y luchar en estos pagos del Señor. Como cuando con 20 años se inició en esto de ser cochero para solo dejarlo a los 43. Una vida, toda una institución que soltó las riendas de la calesa, de los caballos, pero que aún es postal capital.

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Datos
Nació.
Juan Manuel Arguedas Gonzales nació en Lima el 11 de abril de 1965.
Experto. Cuenta que con los años sus reflejos aprendieron a dominar los nervios de los caballos. “El animalito es dócil, pero hay que tener cuidado siempre”, afirma.
Premio. Juan Manuel fue condecorado el 18 de enero de 2008 por la municipalidad de Lima por su contribución al turismo nacional e internacional en la capital. Ese mismo reconocimiento lo espera recibir del presidente Alan García Pérez.

sábado, 31 de enero de 2009


(H)olas de bienvenidas

Llegaste para la boda de tu hermano y para variar seré el gran colón de la fiesta, compadrito. Aunque sin parte de invitación pero con la venia de tu familia estoy a siete días de partir a Trujillo, con boleto de avión ya comprado y la mochila lista (y sin condones- te conté que los boté todos a la basura) iré para cumplir la promesa de asistir al matriqui de Pooll y luego disfrutar de la playita. Se trata de (h)olas de bienvenidas.
Ahora que ya pisaste tierras nuestras hoy por la mañana te fui a buscar como en los viejos tiempos. Aunque malograste mi intención de llegar con el silbido de siempre. Te hallé en la puerta de tu casa, con bvd y short, que notaban tus fácil cinco kilos de más, mientras tu gran viejo discutía con el hombre de la basura por no querer llevarse unos paquetes de tu vecina.
Por todo lo que te conté en la mañana te debes de haber dado cuenta lo mucho que me hacía falta una de nuestras conversas en vivo y en directo. Nada de Webcams, teléfono de mierda, complicado Messenger. Te conté de todo. Decidí quitarme los tapujos, destapar los fantasmas que prometí ocultar y hablé. Disculpa por el egoísmo, por ese monólogo que tuviste que soplarte por casi dos horas ¡¡¡qué bestia….solo un amigo puede aguantar tanto!!!. Necesitaba un consejo y me lo diste. “Sigue adelante”, dijiste. Eso suena a canción cubana, pensé. Te conté de las buenas y malas noticias. La peor del fin de año y la más triste del 2009. Vida, muerte. O un deceso anunciado que no es apta para crónica. Borrón y cuenta nueva, dije. Tú asentiste. Sabes es lo mejor. Borrón y cuenta nueva. Borrón y cuenta nueva. Hay que aprender la lección.
Te vi más cachetón y la buena onda de tus viejos me hizo sentir bien (¡Con jugo de papaya y todo!). Fue un grato reencuentro Junior. Te dije que el tiempo parece no pasa, que las cosas siguen igual, y tu te empeñaste en hacerme recordar eso que suena a chiste cruel, a broma de buen gusto: “La paras cagando”. Lo sé… hay cosas que no cambian.
Me viste más pelucón y con el mismo peso. Recorrimos temas tan sencillos como el pescado frito de Habich, la huaca y los fardos funerarios. De la gente, hasta de “manguera” y los domingos peloteros. No hubo tiempo para conversar de la U, ni del Cristal. Es que, lo siento, todo fue una egoísta auto introspección que presenciaste muy temprano.
Hablé de los amores, de mi disfunción eréctil, de la familia, de los cambios, de la gente que partió como tú y que volvió como tú. Mencionaste que iniciaba tu cuenta regresiva para el retorno. Casi te mando al carajo por chistoso. Sé espontáneo, fue lo único que pude decirte. No hagas números invertidos, mira tú retorno como algo lejano. Esmérate en andar por Lima gastando suela de zapatos madrileños. Observa las cosas que dejaste con la misma nostalgia que cuando partiste. Los que nos quedamos nos hemos encargado de mantenerlas o destruirlas. Bueno, no es hora de filosofar. Por lo pronto, estas en Lima limón. En unas horas será tu cumpleaños y de cajón estaré allí para embriagarnos con los vinos Miranda Carhuayo, lo mismo que hace un año, cuando terminamos sentados en la vereda de tu casa viendo como el sol de febrero aparecía a las 7 de la mañana y después de la gran fiesta de cumple-despedida tuya. Horas después perdí mi vuelo a Tarapoto, recuerdas (sí, la paro cagando)… jajaja…. Bueno, hoy es tu cumple-bienvenida y estoy feliz. Ya se me pasó la pena de la mañana. Ahora oigo al Grupo 5 desde mi compu y me ha levantado el ánimo. No puedo dejar de sentirme extraño por ratos (sabes a lo que me refiero) pero ya pasó. Bienvenido amigo. Un brindis por tú 2010, por tú llegada a Lima, por mis historias de siempre, pero por tú capacidad de ser tan noble, perseverante y oirme sin recriminarme, sin juzgar, solo escuchar y mirar. ¡Carajo, el corazón se me hace pasa!. Para la noche ya estará macerado. ¿Habla, somos unos vinocos? ¡A tu salud!.
* La foto que aparece en esta speudo carta es del primero de febrero de 2008 a las 7 am en el cumple de Junior que inició a las 10 pm del 31 de enero. Por esas horas ya borrachos, pero con la amistad intacta. De aquel día quedó esa placa.