viernes, 28 de agosto de 2009


45 días: madre, viaje, confusión.
Con las disculpas del caso. Este blog nació con la idea de entregar crónicas periodísticas. De un tiempo a esta parte se convierte en un diario vivencial. Uno más de tantos que abundan en la web. No sé qué pasa, quizás solo las ganas de querer escribir de cuando en cuando con el corazón un toque magullado. ¿Y publicarlo con qué fin? No lo sé realmente. Ni yo me lo explico.
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Pre-diagnostico: Alzheimer. Los ojos de mi tía Elena decayeron, acompañaba a mi madre quien recibió el impacto de la noticia, muda, como si no le importara realmente que en adelante su vida se convirtiera en un hoy sin ayer, o en el simple reflejo de un presente tan fugaz que resultara imposible de recordar.
El neurólogo que analizaba su bajón anímico, desorientación y la recurrente pérdida de memoria dio su veredicto. Cruel, brutal. La señora Paz Victoria tiene la enfermedad del olvido e iniciaría pronto un formateo incesante que culminaría con su muerte cerebral. No lo dijo así, pero yo lo quise entender como tal. “Es eso, o un tumor en la cabeza”, remarcó muy enfático y seguro de su resultado. No en vano el doctorcito acumulaba tantos años entre clínicas y hospitales. Debía tener la seguridad y frialdad de quien sabe la vida es un abrir y cerrar de ojos. “Noticias como esta las doy toda la vida”, habrá pensado.
De golpe la mala nueva remeció el hogar. Mi madre, la fuerte, la independiente, la que soluciona su vida solita y se jaranea entre la discordia de la administración de una empresa quedaría viciada del pasado. No había marcha atrás. ¿Qué pasaría en adelante? Era la pregunta que todos nos hacíamos, a moco tendido, por su puesto. ¿Vale pensar en un futuro cuando se tiene un recuerdo dañado? Claro que sí, “hay que mejorar su calidad de vida, entonces”, pensé. Madurar es un golpe que a veces duele tanto como la misma muerte, y mucho menos que la felicidad, eso es obvio. Había que tomar acciones y no dejarla partir.
Los días posteriores a la noticia fueron duros. Confusión, desidia, los problemas menores crecieron como el patán de Golliat. “David es un gigante”, recita Sabina. A veces hay que creer en la poesía.
Me había quedado sin trabajo. Renuncié del diario La República días previos al pre diagnostico con la boca llena de vanidad: “me voy porque quiero cosas mejores, siento que puedo dar más y aquí no me dejan”, dije, pensando más en mi liquidación y planificando viajes de placer que a las finales nunca realicé.
De pronto cayeron las deudas. Cerca de 30 mil soles impagables para un bolsillo vacío. Los medicamentos de nombres extraños. Neopresol, Neuril, ampoyas, relajantes. Una pila de pastillas recostadas junto a la cama de mamá esperando ser devoradas. “Siento que la perdemos”, no se demoró en pensar mi tía Elena. “No hay tiempo para andar con tristezas”, respondí con frialdad y detestando a Dios que no comprende de golpes en la vida, pues como recita Vallejo: “tú no tienes Marías que se van”.
La peor enfermedad, creímos, se había apoderado de ella, esa en la que mi madre es capaz de responderle a la doctora delante mío: “él no es mi hijo, es mi hermano”. Desde entonces, solo tengo un deseo para el próximo 28 de octubre, día de mi cumpleaños, que tú te acuerdes que ese día también te convertiste en madre y que me llamo Alonso David.
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Las noticias malas suelen tener un punto final, al igual que las rachas negativas. Luego de una serie de pruebas: tomografías, exámenes psicológicos y más medicamentos. El doctor rectificó su resultado: “usted señora es una mujer muy fuerte y no tiene ningún tipo de daño neuronal ni cerebral. Se recuperará. Tiene una depresión muy aguda que debe ser tratada, eso ocasiona su desorientación y olvido. Pero mejorará”. Ese sábado mis tías le regalaron una torta y le dijeron: “es como si hubieras vuelto a nacer”. Tomaron lonche juntas.
A doña Vicky le han dado seis meses, quizás un año de tratamiento, eso alivió nuestras angustias. Desde ese día ella anda con un mejor semblante aunque no sale de ese bloqueo mental en el que sigue metida. A veces se acuerda de su profesora de primaria, “la borrachita”, o que el Panchito, hijo de otra tía mía, anda medio enfermo. Hasta de mi tobillo golpeado se preocupa. Y ahora, también entiendo que esta enfermedad es como salir de un pozo profundo y oscuro que para superarlo solo se requiere de mucho cariño y paciencia. Además de enterarme que se trata de un mal que está de moda.
Desde ese día quiero mucho más a mi mamá (pero no se lo digo, aun). Todo lo hago por ella. Compartimos cosas que antes no y aprendemos un poco de cada quien. Es como retribuir lo mucho que ella dio por mi. Que si se le antoja un pastel, voy y se lo compro, así sea la medianoche; que si quiere desayuno, se lo preparo; una serie de engreimientos que así no más nunca hice. La vida te enseña a madurar, eso es muy cierto. Y esta no es color rosa, ni ocre, sino tiene diferentes totalidades de grises.
No conocía sobre la depresión. Pensé que mis tristezas son penas extremas cuando en realidad son leves rasguños de una existencia que recién voy aprendiendo a mirar con diferentes ojos. ¿Depresión yo?, nada que ver…
Ahora las cosas van cambiando. Acepté un trabajo de consultoría que mi amiga Nancy Condoré me propuso y gané un dinero que me salvó el pescuezo por unos días. ¿Cómo es, no?. Cuando alguien actúa con cariño y buena fe (el de ella hacia mi) las cosas son como que mejores. Desde ese entonces, las puertas se me comenzaron a abrir nuevamente: las deudas se fueron pagando hasta en un 80%, otro amigo, Fernando Cárdenas, me recomendó para escribir una crónica en Etiqueta Negra y –aunque el tema que estaba trabajando se cayó y ahora estoy a la espera de un nuevo encargo- un texto mío, sino hay inconvenientes de última hora, aparecerá en la edición de setiembre. Ojala no se vuelva a caer (jajaja… que bonito es sonreír) y, para terminar la semana, otro amigo, Luis Arriola o Don Arriola, me llamó para un frilo en Terra Perú los fines de semana; con ese dinero podré parar la olla de la casa y mi mamá no me verá tan desocupado, aunque la chamba sea desde el hogar.
Ella, mientras escribo esto, anda en un bautizo. Sale a una fiesta después de mucho tiempo y espero regrese feliz y cansada. Debe ejercitar más su mente y la alegría es el mejor aliciente. Todo pasa después de que hablé, al fin, con Dios; Benedetti dice que nunca conversa con el Hombre pues para muy ocupado, y yo le creo. Pero, esta vez, me ligó. Ahora le pido que las cosas sigan mejorando, que salgamos todos de este pozo triste y oscuro, que las lágrimas derramadas cada vez sean menos, que las sonrisas regaladas sean más y que tu andar pausado se transforme en vitalidad. Mamá, solo quiero mitigar esta pena que nos regalaste, sin querer, pues tu depresión se convirtió en nuestra más grande melancolía. Que pare el ardor del corazón y que el tuyo se alimente de más felicidades. Las cosas van mejorando. Hay que tener esperanzas. Y pensar que todo esto pasó en solo 45 días. La vida y el calendario son a veces injustos.

ADGC .

PD: De poder, seguir la lectura del post con esta canción del buen Pedrito.

http://www.youtube.com/watch?v=kTBrQf9nPIQ