miércoles, 18 de noviembre de 2009

Un burdel llamado La Estación

¿Qué busca y qué hace un hombre cuando se va de putas? Sus protagonistas se lo responden. Recorre el prostíbulo más concurrido de Lima Norte, ese nuevo corazón de la ciudad.

David Gavidia. (A mis amigos los “parroquianos”)

Huele a caldo de gallina y a Purina. También a un poco de aserrín. Las chicas no se mueven de la barra. Son mercancía a disposición. La cerveza transita de una mesa a otra. Vasos helados, líquido extraño, espumoso licor que es secado con ansiedad. Un vaso lleno, ¡Salud!, ¡Una botella al piso! (aplausos-gritos-saaaaaaaaaaaauu)…

Hay hombres de braguetas desabrochadas y manos ansiosas. Luces rojas que tapan las imperfecciones de la piel. De tu piel, de su piel…

Música que llena los espacios, nuestros espacios, aquellos espacios.
Baños que huelen a berrinche y a humo de cigarro, baños que también son mercados de la transacción, pequeñas cloacas del barato amor.

¿A cuánto el polvo?, 40, cariño, ¿Servicio completo?, trato de pareja, mi vida, ¿Con chupadita?, vaginal y poses, querido.

Son las nueve de la noche del sábado 31 de octubre y en la puerta de La Estación -el burdel de Lima Norte- un señor lleva puesto una máscara de calavera y en la mano un garrote de verdad. Su acompañante tiene una peluca con un cuchillo de juguete atravesado sobre la sien. “Tres soles la entrada”, dice al ingreso, cuya puerta está adornada por luces rojas y lilas, azules y amarillas, por globos naranjas y serpentinas negras, por calaveras de cartón.

Entras…

La Estación no figura en los website de prostitución de Lima. Hace unas semanas fue clausurado por el municipio de San Martín de Porres al carecer de las normas mínimas de seguridad, sanidad y salubridad (¡¿alguien dijo VIH?!). Hoy, sin embargo, han preparado una fiesta que incluye: sexo en vivo, promoción 2 X1 a la zona VIP, baile del tubo, table dance, seis lucas la chela y otras sorpresas que anuncia el animador.
Una fila de hombres hizo su cola para sentarse a beber y flirtearse alguna trabajadora sexual (eufemismo que usamos –y usaremos aquí- para referirnos a las señoritas prostitutas). Todos tienen las mismas caras: ojos inquietos, algunos llevan puestos una gorrita que les tapan los rostros, otros visten camisas y ternos, algunos, buzos o shorts. Son parroquianos.

LA ESTACIÓN ENTONCES LUCE SUS PUERTAS ABIERTAS. Google maps - el plano virtual más visitado del universo - lo ubica en el Ovalo Naranjal, kilómetro 7.5 de la Panamericana Norte. Pero la Internet no conoce de zapatillas ni de experiencias. Por ello, el local donde la mujeres inventan cariño, se halla entre la oscuridad de un callejón pegado al Gran Complejo de Los Olivos, donde hierve cada fin de semana Marisol y los Caribeños de Guadalupe. Tres cuadras hacia abajo, la avenida Túpac Amaru se levanta como una lengua negra y bífida que te lleva hacia los cerros poblados del distrito de Independencia. Frente al burdel, la fábrica de comida para animales Purina, de allí el olor a caca de gallina que invade el lugar.

En el interior, unas veinte chicas, mujeres, adolescentes, cumplen sus propias reglas: “al cliente, solo veinte minutos” y “Está prohibido enamorarse”. Nada más. Ellas no se ofrecen, ni te inquietan con toqueteos malditos. Tampoco te piden les regales un trago, ni te miran por casualidad. Conversan entre ellas: de sus hijos, creo; de los enamorados, también. De problemas de lactancia, que los tienen; del temor a la TBC, sí, a la TBC.

Ellas de pie, y pegadas a la barra, solo ven a la masa de hombres sentados, riéndose a carcajadas y esperando que alguno se le acerque. Cuando alguien las acecha, su semblante cambia. Ahora sonríen a medias. Ahora mueven las yemas de los dedos, en gesto coqueto. Ahora hablan bajito, como si su voz se convirtiera en susurro, casi imperceptible para el oído ajeno. Ahora llegan al acuerdo. Ahora ella coge su bolso. Ahora él la sigue orgulloso. Ahora se los traga una puerta… Ahora, inician el acto.

DE LOS CUARENTA SOLES QUE PAGA EL “CLIENTE” POR EL SERVICIO, VEINTE ES PARA LA EMPRESA Y VEINTE PARA LA TRABAJADORA. “Es un acuerdo al que hemos llegado”, dice Canela, una pequeña de 19 años proveniente de Tarapoto, mientras cancela en la caja, ubicada en el ala izquierda de la discoteca, donde se levanta un pabellón de tres pisos con cochera y unas cincuenta habitaciones.

Canela llegó a la Estación gracias a una prima quien le dijo: “hazlo por dinero”. Y allí se quedó. Trabaja de jueves a domingo. Los lunes descansa y los martes y miércoles lo hace en otro night club del Centro de Lima. Explica que, a comparación, aquí se siente más cómoda. “Gano más”, dice, escueta. Su conversación gira en torno al dinero. En algún momento habló de educación (¿Computación y Turismo, dijo?). No lo recuerdo bien, hubo distracción: anunciaban el inicio del show de sexo en vivo en la zona VIP. El animador se mueve por la barra anunciando la promoción: “A ver, a ver, a ver… descubre las maravillas que te ofrece la noche… solo por diez minutos a quince soles la jarra de cerveza; a solo quince soles… ven a la zona VIP. Aprovecha la promociooón”.

Es la medianoche del Halloween. Fin de mes y la gente anda con plata. Una fila de personajes paga su ingreso a la selecta zona VIP. Donde se supone están las mujeres más guapas y el polvo más caro (entre ochenta y cien soles).

El sexo en vivo es una imitación casi paródica de la película Streaptease, donde Demi Moore luce sus pechos en 7 milímetros. Hay una chica que baila, muestra el culo, enseña las tetas, seduce a los espectadores ("¡Prohibido tocar, prohibido tocar!”). Luego, de a pocos y en ritmo de Crazy de Aerosmith se saca el sostén, las bragas y se cuelga de un tubo. Camina por el escenario y escoge a un joven ardiente, cualquiera al azar, lo sienta en una silla y se monta, sin más ni más.
Luego suceden dos cosas: la primera, y que es muy usual, que al sujeto no se le pare. Las luces, el shock por la sorpresa de haber sido escogido, la probable intimidación de estar sentado delante de una guapa y descomunal mujer frente a 50 salvajes que observan y gritan como el sexo no le responde y se le encoge del roche al no lograr su cometido. (“Puta es la primera vez que me pasa `on”, se defiende). Mientras recibe las rechiflas públicas, aunque estas duren poco, la mujer ya salió en busca de un nuevo ganador.

Lo segundo, y que también resulta habitual es que el aparato le funcione y el otro salga feliz con un toque de buen sexo gratis, que en resumen es: sentado en una silla, la chica cabalgando, cuatro, cinco, seis movimientos bruscos de cadera y la eyaculación veloz, solo así se puede llegar a sentir placer alguno. Si el parroquiano se demora en venir, es desechado. Aunque recibe las palmas, del siempre bien respetado.

EN SALA PRINCIPAL, CANELA, SE ACOMODA EL SACO ROJO Y SE PARA EN SU ESQUINA HABITUAL. Ha terminado su quinto polvo de la noche. La suma le resulta interesante si tenemos en cuenta que ella, por su trato de pareja, por su desnudo completo, por su disposición al sexo anal y al tiempo extra, recibe propinas, regalos, un “estímulo económico” del acompañante de turno. Trabaja hasta las 6 am, y durante una jornada normal puede tener entre 15 y 25 clientes, a quienes se ha prometido nunca besar.

- Yo no doy besos a los clientes, si les chupo la pinga a todos.

Canela inicia su acto sexual, primero, quitándose la ropa. Pidiéndote hagas lo mismo. Luego saca un preservativo del bolso y con la boca lo coloca en el pene del parroquiano, deslizándolo por todo lo largo con las yemas de los dedos.

- Los besos solo para mi novio.

Al tocar el tema de su pareja, Canela, se pone nostálgica. Le duele hablar de ello. Parece enamorada y, cada acto sexual con un sujeto “x”, es una puñalada en el ego, más que en el corazón. Solo dice que él vive en Vitarte y tienen ocho meses juntos. Lo engaña diciéndole que por las mañanas trabaja en Metro – un conocido centro de abastos peruano- y por las noches como anfitriona en un casino de Jesús María.

Canela entonces se acomoda el cabello. Lo tiene húmedo y recién peinado (no huele a sexo). La pregunta sobre su enamorado la ha dejado callada (¿se sentirá triste?), sus ojos denotan cansancio (¿disfrutarás con los clientes?), tiene las manos mojadas (¿tendrás tu público fijo?), la ropa se le ve limpia (¿o tendrás asco de echarte a la cama con uno diferente, siempre?) bosteza, quizás de aburrimiento (¿te habrás enamorado de alguno?).

- ¿Y vamos a tirar o no?, pregunta Canela. Sería el quinto o sexto, quizás el séptimo de la noche. Prefiero callar y observar alrededor.

La noche resulta dura. Es un murciélago rabioso que goza en la oscuridad. Y aguantarla siempre es complicado. A las cuatro de la mañana cuando el cuerpo comienza a sentir la fatiga, algunas de las chicas ya quieren descansar. Unas duermen sobre las mesas y otras buscan clientes, desesperadas, otras bailan con sus “fijos”: esos parroquianos que las visitan cada fin de semana, con un regalo bajo el brazo.

DURANTE EL SEXO, CANELA SE DESVISTE EN SU TOTALIDAD. A diferencia de Hellen o Gabriela, otras de las trabajadores del lugar, que no se sacan el sostén. “Nunca muestro las tetas”, cuenta Maribel, quien esta parada junto a Canela. Ambas no solo son amigas sino que nacieron en Tarapoto. La complicidad, la vida dura, las noches largas las han hecho cómplices de la nocturnidad y confidentes de día. El ser paisanas las hace sentirse acompañadas en esta dura ciudad.

“No me gusta que me toquen los pechos. Tengo una hija y no quiero que me infecten”, detalla Maribel, con un tono de desprecio en su voz. En alguna ocasión, cuenta que un cliente osó besarle los senos cuando aun ella daba de lactar. El amante se fue con un sabor pastoso, producto de la lactosa, en sus labios. Mientras ella sintió repugnancia y pena por su pequeña. Dice que desde entonces, él, siempre vuelve por ella, pero nunca más le permitió siquiera, rosar sus redondas tetas… quizás alguna vez: cuando éste le pagó 40 soles más porque solo se quitara el brassier.
El dinero es así. Y tenerlo frente a estas mujeres genera una sensación de poder en los hombres. La cuestión monetaria (disculpen la huachafada) entrega al “varón” ese inusual dominio de escena que muchos no tienen en la vida real, en el talk show de la existencia. Sin letra y sin floro pero con algo de dinero van en busca de placer, nunca de amor. ¿Morbo, aburrimiento, insatisfacción sexual, incapacidad para conquistar a una chica?, son algunas de las preguntas que diferentes mujeres se preguntan a través de los foros en la Internet. “N” son las respuestas. Nunca, complacientes.

En La Estación se ignoran estas divagaciones. Para las trabajadoras del sexo, los hombres son unos parroquianos más, penes andantes que beben y gimen antes de eyacular. Pechos desnudos, cuerpos de diferentes colores y tamaños. Espaldas que convulsionan en el reflejo de un espejo, un par de nalgas que se contonean al ritmo de una penetración de la cual, ellas solo fingen gozar. Hombres con pocos Soles, adolescentes que ahorran todo un mes para el debut, ancianos impotentes y solitarios que solo pagan por compañía, empresarios en quiebra que buscan olvidar las finanzas. En este fideicomiso del falso amor, todo vale. En el burdel, la democracia no existe: la dictadura es el dinero.

La mujeres trabajadoras de este lugar, quizás, podrían responder la pregunta del millón ¿Porqué los hombres se van de putas? ¿Por qué son capaces de llenar locales como La Estación durante cada día de la semana?... para ellas la respuesta sería: pues aquí hacen lo que no pueden en su casa, se liberan.

Pero, no saben, que en este burdel, como en cualquier otro, el hombre busca valores elevados, que no es más que la solidaridad con el cuerpo. Se mezcla el Eros y el Tánatos, el erotismo y el placer sin confluctuar sentimientos. Después del sexo, chau, cada uno por su lado, ninguno sale herido, al menos del corazón. El contrato es claro. Nada es cierto. Todo es ficción. No hay amor de verdad en este peligroso juego. Solo un poco de búsqueda de autoestima, algo de cariño, sacarte la arrechura que llevas dentro, expulsar el “taco”, perdón por la vulgaridad, y escupir lo más lejos que puedas, esa carga que también se llama soledad.

Canela coge su bolso y culmina la charla. Un sujeto la saluda en la mejilla con un “hola, mi amor”, ella sabe la rutina, su pequeña figura cruza la puerta. Será el número diez. La noche aun es larga y ella sigue atrapada en la nocturnidad a la espera de un cliente que le pague y acabe rápido con ese martirio que es abrir las piernas a un desconocido, que llegó a cerrar la noche a este lugar, ebrio y arrecho, como si fuera éste su paradero final, o mejor aun: su última Estación.

ADGC. Lima, 17 de noviembre de 2009.

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PD: La Estación no es el único burdel de este lugar. En la misma calle se levanta La Anaconda, otro prostíbulo similar pero de una edificación más grande. A parte de ello, existen hoteles al paso y burdeles caletas. Se trata de la nueva zona rosa de SMP, que por su puesto, no figura en las guías turísticas de la capital. Son burdeles de pueblo, que aterrizan los precios del siempre bien comentado Scarlett, el nigth club más ficho de esta parte de la ciudad.
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* José Vidal Jordán es reportero gráfico del diario La República y alimenta su espacio personal: http://www.flickr.com/photos/josevidal/ A él, nuestro agradecimiento por su tan bondadosa colaboración.