martes, 24 de marzo de 2009


AMORES QUE MATAN, N(U)NCA M(U)EREN

Una aproximación a mi fanaticado hinchaje por Universitario de Deportes y las coincidencias entre Juan Reynoso (actual DT de la “U”) y este servidor, a 24 horas de jugarse el superclásico en Matute, estadio de Alianza Lima.

David Gavidia.

1.- Por la Victoria, soy hincha de la “U”.
No te importó que nos corrieran a balazos, mamá. Ni que tomáramos el primer bus que nos sacara del estadio, menos oír por la radio que en las afueras de Matute, un gran despliegue policial se encargaba de contener la furia de las barras, ¿recuerdas? Tampoco te interesó arriesgar tu billetera, ni los gritos de la gente, solo querías protegerme, “tápate el polo”, me decías y “cuidado con las piedras”, me gritabas… y yo, en medio de la brutalidad de las personas, con mi cabeza gacha entre tus brazos, solo atinaba a decir: “¡ganamos mamá!”… y por dentro pensar: “gracias por hacerme feliz”. Tenía 10 años.

Es la anécdota que cuentas siempre. No hay fiesta ni reunión familiar que no repitas la misma historia. Sí, esa en la que me llevaste al clásico en Matute, la primera vez que pise tribuna y la única que me atreví a decir un carajo delante de tuyo, al ver a mi equipo en la cancha. Fue un domingo 10 de octubre de 1993. Hora: 3:30 pm. Lugar: estadio Alejandro Villanueva. Tribuna: Oriente alta. Equipos: Alianza Lima – Universitario. Fecha 22 del torneo Descentralizado. Un día antes no pude dormir, la noche previa me acosté ansioso, ya vestido para partir. Siempre con la camiseta crema en el pecho. Apuesto a que esos datos te son ajenos, para mi en cambio, se convirtieron en eternos.

Fue la primera vez que vi a mis ídolos en un campo de juego. Y aun recuerdo el escozor en la piel y esa sensación de estremecimiento al ver a miles de personas alentar e insultar por pasiones divididas, tan polarizadas como arraigadas. Observé las banderas y el papel picado, los cánticos y las barras, las rabias y las risas. Recuerdas que ese partido lo ganamos 1-o, mamá, y que grité el gol con la furia de un guerrero persa y festejé, como jamás lo hubiera pensado, el gol más agónico de mi vida ¿lo recuerdas?, ¿te lo relato?...
Arco sur. Contragolpe de Universitario. El balón que llega a Nunez, quien da media vuelta y remata, la pelota choca en el palo -la Trinchera ahoga el grito de gol, se jalan los pelos; en Sur respiran aliviados- pero el balón queda picando, se pasea por la línea de meta, Ronald Baroni –ese delantero con bincha y brazo vendado- aparece por detrás de la defensa y cabecea la redonda para que ésta, en slow, se introduzca en la red, pidiéndole permiso al arquero. Qué se estiró, qué gritó, qué se esforzó, pero su frustración fue la alegría de otros. ¡Golazo!. Los jugadores salieron victoriosos con los brazos en alto y la gloria acumulada en la boca. La mitad del estadio celebró, la otra era callada y triste. Después de eso tú, mamá Vicky (ya en casa y pasado el susto de la salida del estadio), hablaste de la fanaticada, de la gente y su contagioso entusiasmo. Aquel tanto signficó de paso acercarnos al ansiado bicampeonato y la alegría de medio Perú ¿Recuerdas? Yo lo acepté y me gustó el vicio del salto y el canto en las barras, desde entonces mi hinchaje creció y coleccioné polos y posters de los jugadores: Nunez y Martínez, Zubczuk y Balán, Baroni y Asteggiano, por su puesto Reynoso, con la número 3. Luego vinieron tus preocupaciones, pues me escapaba solo a la cancha y te sacaba dinero para las entradas, nos peleamos y reconciliamos mil veces. Desde entonces me volví en el fanatizado hincha que intenta meterse a la cancha. Gracias a la Victoria, entonces, que soy hincha de la ‘U’.

2- Retornos. El potrillo que dejó Matute.
La anécdota de mi primera vez en un estadio la recordé el pasado jueves, quince años más tarde. En aquella ocasión volví a Matute, no como ese hincha que salió en un camión de pollos en noviembre pasado luego de ganar el último clásico por 2-1 (con goles del ‘vagón’ Hurtado por cierto), sino, como el periodista deportivo que intento ser, al menos por un pequeño tiempo.

Me senté en la tribuna sur del estadio y Alianza entrenaba en el campo. Un grupo de periodistas especulaba la alineación que usaría el equipo ese domingo y yo miraba hacia oriente, el lugar de mi primera vez.

Sonriente le comenté a un compañero la anécdota de mi madre y de mi hinchaje. Me respondió que ni en broma lo cuente otra vez entre “este grupo de colegas”, pues todos andan con el corazón pintado de blanquiazul. No me importó y le insistí qué mi mamá, qué las piedras, qué los insultos. Qué ganamos... ¡Ay carajo!... me fui de boca. Y le mencioné una magnífica coincidencia entre Juan Reynoso y yo. Aquel 10 de octubre de 1993 no solo fue mi debut en tribuna, también fue la primera vez que el actual técnico de la ‘U’ pisó la cancha de Matute vestido de crema, el color del eterno rival.

El ex hijo predilecto de Alianza Lima, el otrora capitán de Matute, el sobreviviente potrillo de La Victoria, salía con la insignia crema sobre el pecho. Los hinchas del rival lo tomaron como una afrenta. Lo juro, jamás oí tantos insultos hacia una persona. Allí comprendí que el amor también se transforma en cólera, que la cólera en odio y por último, que tantos insultos no son capaces de tumbar a un solo hombre.

Esa memorable tarde Reynoso gritó el gol de la ‘U’, besó la camiseta y la Trinchera lo catapultó a la condición de ídolo. Fue el debut de Juan Máximo en Matute con casaquilla crema, fue mi estreno en tribuna con la garganta inflamada de tanto aliento. “Reynooooso, Reynooooso”, grité, y a mi lado, otros desfogaron su rabia: “¡Maldito traidor!”. Presencié aquella escena. Y no la olvidé jamás.
“Amores que matan, nunca mueren”, es cierto maestro Sabina. El pasado domingo se jugó el clásico en Matute con el ‘cabezón’ en el banquillo, lo ganamos (lo ganó) 1-0 y al final del partido, despedido entre botellazos de agua y bolsas de pichi, solo atinó a decir: “Hoy me sentí más crema que nunca”. La escena de quince años atrás volvió a mi mente y me llenó de felicidad.

Reynoso volvió a la casa que lo vio nacer y gozó con el triunfo . Y yo a un estadio que, cuando llega la ‘U’, me trae gratos recuerdos. Para él significó su debut como técnico en clásicos del fútbol peruano y para mi como cronista deportivo. Tuve que hacerle un seguimiento visual, sus gestos, los insultos que caerían sobre él desde la tribuna. Juan jamás lo supo y no tiene porque, en cambio se lo conté a mi madre quien sonrío y dijo: “espero que hallas escrito sin pasiones y con la verdad”, entonces solo atiné a parafrasear a Jorge Barraza: “El periodista también es hombre, también es hincha”. Ella sonrío. “Ay David”, respondió y yo no supe qué mas decir. Pero quedó el gesto cómplice y el recuerdo bendito. Aquella tarde de octubre de 1993 fue y será una de las más alegres y apasionantes de mi vida. Lo sé Juan Máximo, para ti también. No hace falta que lo digas.
  • PD: La foto que aparece en este post corresponde al año 94. Observen, Lee, mi compañero, ya aparece desde entonces... ambos de crema en la antigua casa de Habich.

  • Recuerdo de aquél memorable partido. Hincha crema, porque recordar es volver a vivir cheka y goza.... no lo dudes y grita: llora cagón!!!...
  • En caso no puedas ver el video esta es la dirección en youtube: http://www.youtube.com/watch?v=cBOAQI4yyuo