domingo, 30 de mayo de 2010

Por la Victoria, soy hincha de la (U)


A la señora Paz, qué me cuida desde arriba... Historia de cómo una madre puede influenciar tanto en el fanaticado hinchaje de su único hijo y cómo, hoy, esos recuerdos se convierten en una lucha entre el quedarse o el extinguirse.

David Gavidia*.

Mi madre tiene la memoria extinta. Alzheimer, le dijeron con tan solo 54 años. Nadie sabe cómo se cura eso y mientras, sus recuerdos se diluyen en las inmensas lagunas de su cerebro.

Por eso hoy que veo a mi madre recostada en su cama, durmiendo, quiero imaginar que desde algún rincón de su memoria quedan rezagos de aquellos momentos de felicidad que compartimos. Como esos obsequios que siempre me supo entregar, sencillos, claro, pero que siempre venían teñidos de crema… siempre fueron los mejores. Mi madre se llama Victoria y gracias a ella, soy hincha de la (U).

Victoria me regaló mi primera camiseta crema. Era bamba y mal estampada. Una copia de esas que vendían en la avenida Abancay. Decía Calvo y tenía la quinta vocal bordada sobre el pecho ¡Qué linda camiseta! Era la Anchor, creo que la más bonita y la más nostálgica de la cual tengo recuerdo: la estampa del bicampeón 93.

La camiseta tenía impresa en la espalda el número 7, la de Ronald Baroni, ese delantero de bincha en la cabeza y venda en la mano que junto a “Balán” Gonzales nos hizo delirar con sus goles de fábula: zapatazos o chalacas; remates de lejos o balones encontrados, rebotes, paredes, tacos, o cabezazos, como el que marcamos aquella tarde del 10 de octubre de 1993.
Aquel día fue la primera vez que pisé tribuna. Y fue un clásico en matUte. Tenía ocho años. Por aquellos tiempos solo hablaba de la (U) y mi madre soportaba mis comentarios durante toda la noche. El talento de Zubzuck, las jugadas de Nunes y Martínez, la garra del Puma y lo insultos que caían sobre Reynoso desde el bando enemigo, cuando se dio lo del jale. Siempre hablábamos cuando ella llegaba de su trabajo, cansada. Yo era su único hijo y soñaba ser como los ídolos cremas que adornaban la pared de nuestro compartido cuarto.


Le comentaba que quería ser campeón como ellos, defender la Gloriosa, como ellos. Le dije que soñando me vi haciendo un gol ante Alianza en el clásico definitorio, que me vi celebrando y llorando de alegría, que es la mejor forma de llorar. Creo que fue ese un momento crucial. Una noche, ella cansada, casi durmiendo llegó a la casa del trabajo y feliz sacó dos boletos de su bolso: eran las entradas para el partido más importante del campeonato. U- alianza, en matUte, tribuna oriente, el domingo próximo a las 3.30. El ganador de aquella tarde se iba derecho a la lucha por el título nacional.

Los días posteriores se me hicieron eternos y el sábado previo dormí con la camiseta de la (U) puesta. Amanecí temprano y coloqué las pilas en la radio que llevaría al estadio. Partimos a las 11 de la mañana y llegamos a la cola cuarenta minutos después. Recuerdo las personas que cruzaban con la crema en el pecho en barrio enemigo, sin temor a ser golpeados. “Aquí estamos los cremas de corazón”, decían y coreaban el “llora, llora cagón”, himno inmortal, allá en matUte, dónde también jugamos de local.
Era bello sentir que formaba parte, al fin, de esa marea de cabezas que solo pensaban en gritar y celebrar por la (U). “Estamos en matUte y qué chucha va a pasar”, cantaban, cantábamos desde las pistas hacia los techos de los edificios donde los “cagones” lanzaban piedras o cualquier otro tipo de proyectil. Era la primera vez que oía ese adjetivo para los hinchas de alianza Lima: “cagones” (que por siempre escucharás). Recuerdo que sonreí por el calificativo.

Mi mamá se contagió de esa emoción y ya hasta cantaba. Cuando salió el equipo y las tribunas se llenaron de papeles picados y la fiesta se instaló ella ya hasta coreaba los nombres de los jugadores. Cuánta felicidad desparramada.

El partido lo recuerdo brusco y con poco futbol. Me parecía increíble el mirar a la Trinchera y junto a ella mi mamá. Más increíble me pareció cuando Nunes recibió un pase largo de Martínez y el “viejo” golpeó la pelota tras vuelta en U. Esta chocó en el palo, pero Baroni apareció, fantasmal, y conectó de cabeza la pelota que en slow se introdujo en el arco frente a tribuna sur, pidiéndole permiso al arquero, que se estiró, que gritó, que se esforzó, pero su frustración fue nuestra alegría. ¡Golazo!

Los jugadores salieron victoriosos con los brazos en alto y la gloria acumulada en la boca. La mitad del estadio celebró, la otra era callada y triste. Después de eso tú, mamá Vicky (ya en casa), hablaste de la fanaticada, de la gente y su contagioso entusiasmo. Aquel tanto significó el acercarnos al ansiado bicampeonato y la alegría de medio Perú ¿Recuerdas? Espero que sí.
Una vez afuera del estadio cayeron las piedras desde los edificios de matUte. No soportaban vernos salir de su casa victoriosos. Se armó el pleito con la policía y llovieron las botellas que reventaban en las cabezas o en la pista. Fue entonces que no te importó que nos corrieran a balazos, mamá. Ni que tomáramos el primer bus que nos sacara del estadio ni menos oír por la radio que en las afueras de matUte un gran despliegue policial se encargaba de contener la furia de aquellas gentes, ¿recuerdas?... Tampoco te interesó arriesgar tu billetera, ni los gritos, solo querías protegerme, “cuidado con las piedras”, me gritabas… y yo, en medio de la brutalidad, con mi cabeza gacha entre tus brazos, solo atinaba a decir: “¡ganamos mamá!”… y por dentro pensar: “gracias por hacerme feliz”.


Esa anécdota la repetías siempre. No había fiesta ni reunión familiar que no contaras la misma historia. Era un orgullo salir victoriosos de esa forma. Éramos cómplices de alegría. Luego vinieron tus preocupaciones, pues me escapaba solo a la cancha y te sacaba dinero para las entradas, nos peleamos y reconciliamos mil veces. Luego vino lo de tu memoria que se enfrasca en turbios momentos de tristeza. Luego vino que dejaste de hablar y la pena que nos haces sentir tus profundos e inexplicables silencios. Hace poco me viste con una camiseta de la (U)- con mi nombre estampado- y te dije una mentira: “fue la que me regalaste”. Sonreíste un poco, quise pensar que recordaste aquella vez, en la que me diste esa alegría y convertiste a este tú único hijo, en el fanatizado hincha que es ahora. Sé que no me creíste, mamá, pero aquella sonrisa reprimida me hizo sentir que me entendiste, que recordaste y que fuimos cómplices, como aquella vez…
Lima, 13 de abril de 2010.

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* El texto es una colaboración para la revista CREMAS, editado por integrantes de la Trinchera Norte, la barra popular de Universitario de Deportes y cuyo objetivo es demostrar que en la barra no todos son delincuentes, como los medios y la PNP intentan hacer creer. El testimonio fue publicado en la tercera edición de la revista, que vio la luz durante mayo, mes de la madre. Por ello el tributo y la publicación en este blog. Para aquellos que no encuentran la revista en kioskos o para los que no asisten a la Popular, domingo a domingo.

martes, 25 de mayo de 2010

Un camarada para Villa el Salvador


A propósito de la salida de Lori Berenson, aquí les dejo una entrevista que realicé al esposo de la norteamericana en la que anuncia su candidatura al distrito que dio cuna a María Elena Moyano.

Escribe : David Gavidia.

(La imagen es de internet)

Aníbal Apari Sánchez podría pasar desapercibido en la escena política sino fuera por dos motivos: se casó en 2003 con Lori Berenson, la ciudadana norteamericana condenada por terrorismo; y por su pasado como militante del MRTA, por lo que purgó condena en los penales más rigurosos del país, durante doce años y medio. El otrora camarada se perfila ahora como candidato a la alcaldía de Villa el Salvador y afirma sentirse “tranquilo con su conciencia”, en suma: dice que ya pagó y no reniega de su pasado. Por el contrario, hoy piensa igual que antes, ¿la diferencia?: “no volvería a la lucha armada pues no es una forma de hacer política que convoque a la población”.


El partido de Aníbal se llama Gana Villa y ya reunió las dos mil firmas para presentar su lista ante el Jurado Nacional de Elecciones. Ahora habla sobre la “democracia” ¿Menciona esa palabra, acaso, con resignación por la derrota del terror en los noventa? “No, pues nos movemos bajo ese marco. No hay resignación, simplemente somos una organización abierta a los cambios. Este mundo ya no es el mismo de los setentas u ochentas”, dice quien fuera capturado un primero de junio de 1991 en una escuela de adoctrinamiento del MRTA junto a Alberto Gálvez Olaechea y Rosa Luz Padilla, dos pesos pesados del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru.


Pasó trece años tras las rejas en una edad crucial: entre los 27 y los 40. Cualquiera pensaría que se trata de una vida desperdiciada entre Castro Castro o Yanamayo (Puno), y que fácil reniega de su pasado ¿Es ese su caso? “Si lo hiciera no podría mirarme en el espejo. Sería un desperdicio de vida hacerlo. Yo fui coherente con lo que pensaba en ese momento y por eso actué de esa forma”, dice y agrega: “Yo asumí mi militancia en el MRTA conscientemente. Nadie me convenció ni nada de eso. Estar con ellos implicaba asumir las consecuencias, tantos los activos y los pasivos”, cuenta sin remordimiento: “Yo no me fui a la cárcel por ladrón o violador. Sino por ser coherente con mis ideas”, explica el abogado de 47 años.


Y las ideas de Apari en aquellos tiempos eran las mismas que ahora, aunque suene irónico. “Yo sigo pensando igual, sigo pensando que la justicia no existe en este país y que es necesario cambiarlo”. ¿Cómo? “trabajando con energía”, dice, aunque no menciona más que los principales ejes ante un eventual gobierno suyo: “gestión eficiente de recursos públicos, servicios y buena infraestructura.


EL AYER NO LE PESA
Su pasado –afirma- no es una carga pesada con la que deba lidiar y sabe que sus adversarios políticos podrían señalarlo. “Qué lo hagan. Cuando pertenecí al MRTA yo era un hombre solo. Era un muchacho de 22 años que estaba en la universidad y si algo me pasaba lloraría mi viejo probablemente. Ahora hay un gran cambio”, subraya, seguramente pensando en su hijo Salvador, quien tiene menos de un año y está junto a su madre, Lori Berenson, en el penal de máxima seguridad de Chorrillos.


Sobre su relación con Berenson no quiere profundizar ni hablar. Algunos medios especulan sobre una posible separación ¿es eso o una forma de alejarse de dicha imagen que pueda dañar su candidatura? Silencio. “No hablo sobre mi hijo, ni temas personales”. Sin embargo, el fin de semana pasado la visitó en el penal. Apari también es su abogado y cuando se le pregunta sobre la pronta salida de la norteamericana, el mutis es absoluto.


La anécdota cuenta que Apari conoció a la Berenson en el penal de Puno en 1997. Fue amor a primera vista entre los tormentos de la prisión a 2. 800 metros del mar. En 2003, él libre y ella trasladada en el penal de Huacariz de Cajamarca contrajeron nupcias. Por estar con libertad condicional, Apari, no viajó desde la capital y no asistió a su propia boda. Su padre, Teófilo, fue en su representación. De inmediato la noticia saltó a la prensa y Aníbal gozó de cierta popularidad. En alguna ocasión –cuenta- un policía lo reconoció y lo felicitó. Le gritó: “¡Buena…buena!” levantándole el pulgar; otra señora lo abrazó. Es ese el cariño que dice sentir ahora que sueña con la alcaldía del distrito en donde vive. La cárcel, las muertes y el secuestro es un pasado oscuro para cualquiera pero él lo acepta “sin complejos”.


“El vivir esa experiencia para mi es una fortaleza porque la puedo narrar. No tengo temor en contarla, puedo decirles a mis adversarios políticos por qué me fui preso y mucho más. Así, ninguno de ellos puede juzgarme”, dice con la expectativa puesta en las urnas, en el voto y en la democracia de la que ayer renegaba.