lunes, 22 de febrero de 2010

Jodido hospital


Al que le caiga el guante, que se lo chante. Aunque generalizo a lo largo del texto, sé que también hay médicos esforzados y humanos, excelentes profesionales en los hospitales públicos. Pero como abunden de los otros, les dejo éste escrito... para aquellos que se sienten aludidos.

Escribe: David Gavidia.
Foto: tomada de http://www.ciudadaniainformada.com/

Mi papá está internado en un hospital y mi mamá frecuenta uno. Yo de niño estuve internado también. Mi panza me tumbó por varios meses debido a la falta de una vitamina que ya no recuerdo. Un dolor brutal me arrastró hacia el viejo catre de un tópico infantil (cama 202). Solo tengo en la mente, un plástico transparente que colocaron en mi brazo izquierdo, una inyección y un sueño profundo. Tan profundo como el dolor de mi madre al verme sufrir allí.


Desde entonces nace ese odio mío a los hospitales. Pues son, la residencia de los jodidos. Los lúgubres edificios que separan a los vivos de los muertos, el purgatorio terrenal que no diferencia entre buenos y malos, sino que es la pasarela de enfermos que dudan entre quedarse aquí o irse al más allá. La galería de imágenes de un final conocido: El doctor expide el guión. San Pedro hace el casting. Dios, es el director de cámaras y escoge el momento preciso. Hacen un Drama-forniqueichon. Un suspenso de vida… una pornografía del trato humano. Todos juntos crean un gran dolor.


Detesto esos viejos hospitales, en especial el Cayetano Heredia. Allí murió mi tío y un amigo mío, mi mamá se trataba allí y por unos días también me internaron. En fin, a todos… o por viejos o por mundanos, pero deberían cerrarlos. Por qué no se construyen nuevos y modernos, al menos otros que no huelan a muerto o que tengan aroma a Lavanda, que es la fragancia del telo recién trapeado.


Así como detesto los hospitales, odio las colas para las citas, las boticas y en especial a los doctores a los que se les escapan los caracoles. Médicos jodidos que no la chutan, que se les cruzan los chicotes, que tienen el mandil crema de tanto uso y la camisa de puños desilachados. Son otros jodidos también. O te agravan el mal o te llevan a la morgue. Algunos, así como tienen contrato o convenio con ciertos laboratorios deben tener lo mismo con las agencias funerarias. Dudo sean muchos los que curan, creo que son más los que te entierran.

Los doctores no te curan, te joden. O te cortan la pierna. Los doctores no te mejoran la calidad de vida, te la empeoran. Y pobres, qué sabrán ellos de calidad de vida si muchos tienen sueldos que dan pena, como los enfermos que dan pena, como las camillas que dan pena, como las cucarachas que caminan entre las sábanas y dan pena, como la comida que da pena, como el edificio que da pena, como todo ese ambiente que enferma y te apena. Como tu papá o como tu mamá que se muere y da pena… como todas esas escenas de dolor que joden y repito, dan pena.

Mi papá está internado en un hospital de EsSalud y está que se muere. Él pagó su vida entera un pinche seguro social pues tiene un cartón de docente, otro de sociólogo y otro de filósofo. ¡Lo merece pues!. Pero el trato que le dan es tan miserable que se anda muriendo de un cáncer y la cita se la dieron para tres meses después. “Al Estado le cuesta 500 soles día el mantener a un enfermo internado en un hospital”, me dice resignado, como si todo lo contribuido por más de 50 años no le fuera a alcanzar para una quimio… “Que se vayan a la puta que los parió”, le digo… Estado cabrón y su poca eficacia en el sistema de salud. “¡Alan presidente, pues… tu hijo se atiende en clínica privada!”.

Cuando recorro los pasillos del Cayetano Heredia, hospital al que frecuento casi todas las semanas no puedo dejar de sorprenderme con lo jodido que está. No es que me sorprenda tanto en realidad…sino que es la primera vez que lo vivo. Durante mis tiempos en La República escribí muchos artículos, de diversos hospitales, en los que denunciaba lo mal de la infraestructura y lo pésimo del trato al asegurado o al simple usuario que debe amanecer con el canto del gallo o con la primera combi para tener una cita de 10 minutos y obtener una pastilla que calme el dolor pero que no detenga del todo la enfermedad.

En sus pasillos se reúnen paralíticos y cuadripléjicos, anémicos y dementes, niños con problemas de conducta, señores con cataratas en los ojos, gentes con depresiones severas, acuchillados, personas con gastroenteritis, infecciones agudas, accidentados, moribundos, niños con enfermedades respiratorias, casi tísicos, gentes con TBC, VIH, chicas con el apéndice reventado, que se enroscan del dolor, cardiopatías, paros fulminantes, accidentados, gritos, llantos, desesperación, esperanza, un doctor que blasfema y tapa un cuerpo inerte, aun tibio pero tocado por la muerte, una doña que llora y se agarra a cabezazos contra la pared por la pérdida del único hijo, un adulto robusto que va por su examen de la próstata y suda frío, tan frío como el día en que dudo de su virilidad en el momento que jamás se le paró…

Un hospital es la cueva de las esperanzas, lugares oscuros que albergan un poco de nuestra fe…mucha de nuestras tristezas…la gente se muere, otros se curan, muchos desisten en volver para dejarse morir, como mi viejo. Por eso ya no hay dolor.

Qué culpa tiene uno de ser pobre. El ser miserable de bolsillo y no poder acceder a un adecuado servicio de salud. No lo digo por mi, por suerte, pues la persona que más quiero ahora anda por clínicas pitucas que te dan un trato humano: te llaman por tu nombre, su edificio huele a hierba natural, a incienso chino, se preocupan por tus avances y tus dietas, están alejados de la ciudad y en un bello espacio natural. Hasta por teléfono te siguen el tratamiento en el hogar. ¿En cambio los cagados, los jodidos del hospital? ¿Quién los cura, quién los atiende?... doctores que sobreviven curando sin saber que se mueren de sus propios males sociales: no tienen ni para el menú… se andan en combis o protestando una AETA mejor… a veces admiro a la Federación médica, otras, como habitualmente sucede, la detesto.

Ahora quién vela por mi amiga N que viaja desde Puente Piedra con su hija M, de dos años, para intentar obtener una cita con el pediatra. Ser pobre y con hija pobre es su millonaria desdicha. “¿Quién la cura, quién la atiende?, le pregunto en la cola y detrás de unas 30 personas que ruegan por una cita. “No lo sé”, me dice….

-“Estás jodida”, pienso. Un silencio toma el lugar y solo es roto por un inclemente aullido de sufrimiento. Alguien más dejó este purgatorio del dolor… para siempre.

viernes, 12 de febrero de 2010

Carnaval en mi corazón ayacuchano


Texto: David Gavidia.
Foto: Miguel G. Podestá, del site todoayacucho.pe

“¿A qué hora acaba esto?” La pregunta fue a una doña de zapatos pequeños y polleras inmensas que baila por la noche en la avenida 9 de diciembre, a 30 metros de la plaza de armas de Ayacucho. “Esto nunca acaba… no tiene hora”, responde. Su baile parece el movimiento de un cuerpo descompensado. Sus pies ordenan a la izquierda, pero sus faldas la llevaban a la derecha. Se trata de un movimiento curioso cuyo desbalance a todos les parece un gracioso compás, similar al oscilante péndulo de un viejo reloj. “Tic, tac; tic, tac”.

¿Por qué bailan?, pienso. Es tiempo de carnaval en la tierra de la libertad latinoamericana y la gente llena las calles mojadas por la lluvia de febrero. “¿Por qué bailan?”, no hay respuestas. Felicidad, tristeza, ¿Costumbre? Claro, el carnaval es el motivo, pero ¿Acaso el suficiente para salir con talco y pica pica mostrando los dientes apolillados por la coca chacchada, empinando el codo, bebiendo alcohol de 96° y, zapatear al ritmo de guitarras, tarolas, trompetas y bombos? No lo sé.

“¿Por qué bailan?”. Ahora la pregunta se la hacemos a un amigo viajero y romántico ayacuchano, Miguel Gutiérrez Podestá. “No sé”, responde. Hay cientos de personas reunidas en la plaza de armas, que ha sido acondicionada con graderías frente a la Catedral y junto a la Municipalidad de Ayacucho, por donde las comparsas desfilarán su canto y su danza. “¿Por qué bailan?” La respuesta, para alguien que viene desde lejos puede ser sencilla: En Ayacucho danzan, porque allí, como acá, adoran la escultura del movimiento, que también es la belleza del alma.

Fui feliz allí donde hubo dolor y hablar de Huamanga era abrir heridas que aun no cierran. ¿Museos de la memoria rechazados?, gobiernos corruptos de alianzas nefastas que aun intentan hacernos caer en la amnesia de la ignorancia. Ayacucho es la ciudad del chuzo que divide un pasado de terror y un presente de esperanza. ¿Patrias divididas?, ya no. ¿Nostalgias olvidadas?, jamás. ¿Reconciliación?, esperemos que sí.

El cielo ayacuchano se ilumina con un rayo. ¡Truenos!, fui feliz allí donde el gobierno intenta seamos ingratos de recuerdo. ¿Cargo de conciencia?, no. ¿Aprendizaje continuo?, sí. Se puede ser aventurero en tierras ajenas. Allá, donde reinaron los Wari, me queda la sensación de querer volver y reconocernos. No es floro, es autenticidad.

Volver. ¿Por qué? Pues me quedaron chicos los dos días de placer visual y la frase “¿Qué bonito, no?”, se me repite a cada instante en el oído, como eco silencioso de pasos que se pierden en las pampas de Quinua. Allí donde nos libramos del yugo español. O en la catarata de Paqcha Chirapa, donde llegamos para comprobar que la naturaleza te regala espacios de sabiduría en sus entrañas, donde jamás piensas que llegarás pero un día te toca conocer para retratar en tus pupilas esas imágenes grotescas de peñascos inmensos y valles verdes, con ovejas olor a humedad y lodo formado de lluvia placentera, como dolores de llantos ajenos que se ocultan en medio de arbustos para irlos descubriendo con cada paso y caminar.

Te digo, qué bonito es Ayacucho. Tuve suerte de sumarme a una aventura ajena y escribir esto que me suena a verso, nada de floro, sinceridad absoluta. Ser invitado de una historia que no debía ser la mía pero la tomé como propia para que me queden cinco fotos de sonrisas perfectas a las que me rindo, no sé porque, ni hasta cuándo.

Cada hombre tiene su ciudad. Y difícilmente pienso que la serranía ayacuchana sea la mía. Pero su religiosidad con miércoles de ceniza, su andar pausado y calles de adoquines destrozados y pistas de piedra mal cuidada se parecen al ritmo de vida que quiero llevar. Alegre por las mañanas, tierna por las noches. Apretada de día, mortal de nocturnidad. Bipolaridad de una ciudad moderna enclaustrada en un régimen de antigüedad.

Fui feliz en Ayacucho. ¿No es cierto?, la pregunta es trasladada a “X”. ¿Quizás a ustedes también? Anduve con soroche las primeras horas y el aire aceleraba mi corazón. ¿El aire?, sí, un aire escaso y frío. Fui feliz en un lugar en donde al gobierno le jode recordar su existencia. Qué vaya el MIMDES con sus limosnas caritativas de alimentos no perecibles, que vaya el programa Juntos y desmienta que las madres se embarazan por recibir cien soles por crío, que niegue que un niño por la plaza vende su cuerpo y que en el VRAE, donde reinan los bosques de tinieblas y enamoran los bellos parajes, los narcoterroristas malditos asustan y espantan. Cómo es de irónica la vida, uno es feliz en el lugar donde otros solo conocen llanto. Uno estuvo contento en un lugar que sufrió de desolación pero que goza de un cielo celeste, que conoce de justicias efímeras y de un sol dorado que anda por los cielos como el padre Inti que nosotros apreciamos. Ayacucho es una tierra a la que le ha tocado danzar con la más fea, pero donde, como reza el verso, “bailan, porque su pena espantan”.

La danza es una manifestación del alma: bailan los tristes y contentos, baila el quechua hablante y el limeño. ¿Quién no baila en Ayacucho?, el compás de las comparsas te marca el paso y el camino. Baila el rico y baila el pobre, baila el cholo y baila el negro, bailo yo y baila el choro. “¿Dónde está la billetera y los pasajes, el DNI y las tarjetas?”. Baila el alma en su estado más puro e intelectual. Bailas para liberar los demonios y dar los santos oleos a las almas adoloridas. Todos bailan en Ayacucho que por hoy es sinónimo de fiesta pues las casas de tejas a doble caída son adornadas con globos y serpentinas y sus 33 iglesias de estilo barroco - renacentista permanecen abiertas para pecadores sin pecados, cuna de párrocos héroes e hipócritas. La ciudad me sabe a cuy chactado y pachamanca, a chicharrón, a puca picante y a felicidad.

Felicidad que busco se filtre por el tiempo, que en estos momentos es la dilatación de la esperanza. Quiero que dure más, que las montañas que observas te acompañen siempre, como el cielo de estrellas tintineantes. Pediré que la noche de Ayacucho se extienda y perennice aquella caminata por las calles sin pistas y las trochas de la ciudad. Allí donde circulan riachuelos de lluvias, por donde se camina abrazado a lo que quiero mirar, solo mirar: luz, calles, soledad en las veredas, oír pasos en cuadras peladas, sí, lo sé, suena a utopía, pero existe, eso es verdad.

En Ayacucho observas la diversidad de culturas, la religiosidad de un pueblo, también lo pagano. Te sumerges un poco y rescatas que hay bondad en sus gentes, pero se mantiene esa maldita tara de hablar del terror. Cambiemos, sembremos la costumbre de revalorar sus ríos y lagunas, sus cordilleras y artesanos, sus casas de adobe y quincha, sus tejas con retratos de padrinazgos en fiestas patronales.
En Ayacucho el sol quema pero no arde. Y quiero recordar esa frase de “Ayacucho, ciudad que enamora”, para eliminar la mierda que ya es pasado y, hablar de una ciudad de contrastes y bella para el turismo. Presta para mochileros cautos de miradas perplejas, de esas que se dilatan con el tiempo, de aquellas que pintas y son espejos del cielo. Ayacucho es la ciudad de tradiciones ancladas, con pizcas de chicha y folclor.

Fui feliz en Ayacucho. En su hospedaje con mate de coca y desayuno con pan serrano, con su café tostado y mantequilla de vaca. Fui feliz en el mirador cuando desde lo alto observé la ciudad de noche, negra e inmensa. Fui feliz en ese policromo verde de texturas finas a 2 mil 800 metros de altura. Sonreí en Muyurina, ese campo recreacional donde juegan al fútbol los hinchas del Inti Gas y, por la noche ayacuchana, en el barrio de San Blas, acompañados de chela y papa con huevo para abrazar el hambre y el corazón. Para qué negarlo. Uno se enamora en esos instantes. Aunque las comparsas no crean en el amor (discrepo señora: yo sí). Uno se enamora porque oye el acorde de las guitarras y las gentes que cantan sus penas en yaravíes, porque bailan sus huaynos y se respira el quechua, idioma de sangre. Sangre que se observa en los pies con cada zapateo festivo de baile en carnaval, allí donde las mujeres guapean y conquistan, allí, donde los hombres nos dejamos conquistar. Cómo negarlo, ocultamos sentimientos, somos hipócritas de verbo y corazón, pero allá, he sido sincero de alma. Ayacucho es matriarcado y eternidad. Es cordilleras y sur. Allí se comprende que la vida sí es un carnaval, donde se refugia el inclemente en un cielo de nubes que flotan como copos de nieve. Allí, donde se le pregunta a la doña: “¿A qué hora acaba esto?” y “nunca” te repiten al instante. Solo en ese momento comprendes que es cierto, la vida a veces es un carnaval que sabe a Ayacucho con sus balcones coloniales, con su cerveza en las cantinas, con su andar de la mano por las pampas de la libertad, donde no cabe duda, se firmó la independencia, que a muchos le sabe a mentira, pero que por esos días a mi me supo a verdad.


2010 [La última confesión]

Quiero confesar que mis complejos me ganaron el año que pasó. Que no seguí una ruta fija, que mis caminos se bifurcaron y no supe, jamás, dónde llegar. Si pensé que el 2008 fue una etapa de conflictos propios y ello opacó mi poca luz, en el 2009 se terminó de extinguir ese algo que me daba fuerza y entré en confusión.

Primero fue en el aspecto sentimental. Confundido, raro, un año incipiente e impaciente, con muchas dudas en las que mis tormentos se dejaban apaciguar con pequeñas sonrisas que confundíamos con felicidad. El otro amor. El amor después del amor. ¿Cómo es eso?, era extraño y sin respuestas. Horas de preguntas y dudas, llamadas intensas sin motivación que podían durar horas en las madrugadas, conversaciones vía chat y hasta mensajes dramáticos de “feis” que hoy parecen lejanas a la realidad. Fotos, más fotos y fotos: en Lima, en conciertos, en bares, lejos de la ciudad, también… Idas y vueltas, apariciones y desapariciones. Rondas de trago y revelaciones absurdas. Arrepentimientos, tristezas, mentiras, largas caminatas por el centro de Lima…cuantos engaños acompañados de cigarrillos nocturnos, yo no fumo, no sé por qué lo hacía. Había un poco de alegría cuando oía a Sabina o a Serrat, o al Grupo 5, ufff… el Grupo 5… si la confusión es una ciencia, en 2009 debí ser el mejor discípulo de Confucio, ese “chino-japonés de los más antiguos que inventó la confusión”, Giosue Cozzarelli, señorita Panamá, dixit.

Envidié a mis amigos y compañeros. Por todo lo que lograron y yo no podía y no quería. Llegué a un punto de idiotez que envidié los goles de mi gente en las pichangas domingueras… No había fundamento en mis sentimientos, solo nacían de un lugar oscuro, como si fuera la liberación de un animal inseguro que nunca me atreví sacarlo a pasear sin correa. Siempre era más fuerte que yo.
Mis envidias no eran hacia una persona en especial, sino, a un conjunto de personas, a las que hoy por hoy me volví a acercar con cariño y sin rencor hacia ellos… ni hacia mí, que es el peor de todos los rencores.

Me odié tanto, me acomplejé tanto, me debilité tanto, perdí la pose del vulgar para convertirme en un vulgar, perdí logros y acopié frustraciones. No pedí consejos, cerré la boca y callé lo que me dolía… y hoy lo confieso con aliento a Johnny Walker y con una sensación rara de impotencia en las piernas, que se quieren mover, o correr, o salir disparados al mar y olvidarse de que hay problemas, siempre, por solucionar.

Tengo ganas pues, de salir disparado de la cama hacia ese mar turquesa, de espuma blanca y lizas voladoras, como en las mañanas mancoreñas, te digo: abrázame con tus olas que te envuelven como un remolino, con esa corriente que se mete entre tus dedos y cruza acariciando tu boca y tu nariz para dejarte un poco sin respirar y con los labios salados; es cuando miras al cielo y observas el firmamento celeste, celeste e inmenso, sin límites con el mar, como la vida…sin límites, sin límites, solo tú, la liza voladora y la pequeña ola de remolinos espumosos, que es la vida, que es la paz…

Perdón, divagué.

Admiré mucho, me distancié mucho también, de la gente que quiero, por ejemplo, me alejé de otras personas que me hicieron daño, odié a mis patas de trago, por borrachos, odié a otros por marihuaneros y coqueros. Me alejé de todo tipo de vicios extraños, como el pincharme los dedos y verlos sangrar. Me pegué mucho más a la lectura y en la escritura experimenté estilos, nunca salió nada que me convenciera. Cada texto era una oda a la mediocridad, por eso dejé de escribir.
En lo laboral. Renuncié hasta en cinco ocasiones al trabajo, todas de forma mental, hasta que en realidad lo hice. Harto de lo rutinario y aburrido. Pasé de Sociedad a Deportes en La República y en esta última etapa, exploté… ya sin el apego de mis amigos de sección, sin el filing que siento por lo humano y lo social, traicioné confianzas, es cierto. Gente que apostó por mi le metí una puñalada. Debo afirmar que cuando acepté mi pase a Deportes lo hice motivado más por el dinero, más por hacer algo nuevo, más porque sabía me sería más fácil salirme del diario desde esa tribuna que desde Sociedad. Dije tres meses y cumplí. Al tercer mes renuncié, sin remordimiento. Me fui sin pena y sin gloria, despidiéndome de algunos, sabiendo que le decía adiós a una etapa que incluía, no solo un apego laboral, sino también sentimental. Good Bye, mi friends.

Lo de mi mamá llegó luego, y ya no quiero redundar más en el asunto (ver el pasado post). Llegó como para darnos lecciones. En ese segundo semestre del 2009 aprendí lo que es sudar la gota gorda, había que parar la olla de la casa, ver por los servicios, estar atento a lo que ocurría en el mercado, una suma de cosas que te hacen más fuerte y aprender a la mala. Nunca supe mantener un hogar, tuve que comenzar de golpe y sin dudar.

En tanto, frilanceba, no conseguía algo fijo, como hasta ahora. Pero luego, llegué a una ONG, donde sentí que estafé a la gente. Me sentía un inútil sin saber qué coñazo hacer, no sabía por dónde empezar ni cuándo terminar, siento que solo entregué mediocridad, fui una gran decepción. Nadie me lo dijo, pero seguro lo pensaron.

Debió ser mi peor papel como trabajador y lo acepto. Reemplacé a una amiga que salió de licencia pre y postnatal. A ella, mi agradecimiento eterno, aquel sueldo, me salvó el pescuezo. En medio del trabajo de prensa institucional (que confirmé no es lo mío) editaba la portada de Terra Perú los fines de semana y seguía, como podía, mi maestría de Literatura en la Universidad, con tropiezos incesantes. Pero allí, dándole…
Y así acabó el año. Jugando al borde del reglamento, esperanzado en que algo bueno siempre sucederá. Armando Campos, director del diario El Men, alguna vez me dijo: “cuando estés debajo de la ola alégrate, porque ya te tocará estar arriba”. Y este 2010 pedí revancha.

Comencé el año sin trabajo y jugando al faquir: renunciando a todo “frilo” que me alimentara de dinero por la convicción que tengo de conseguir un nuevo trabajo al que le debo dar prioridad. Pienso, debe ser en algún lugar que sienta me dé la oportunidad de crecer como profesional, de aprender y sobre todo de ganar un dinero que me permita estar tranquilo para mantener la casa y este bolsillo juerguero. En esas andamos…
Me fui a Máncora, al hotel que tiene un tío mío a pasar 15 días. Las vacaciones me hicieron bien. Fui con mi mamá. Regresé más negro y relajado, con la convicción de encontrar cosas buenas y nuevas. Por el contrario, Lima te contamina: hallé que el teléfono, el cable y el internet no estaban pagados, que la tía del segundo piso me piteaba por la deuda con el agua, que mis tarjetas de crédito, y las que no son mías, debían ser canceladas, las financieras ya jodían con su rollo de mandarme a las centrales de riesgo del país... Toda una vaina gris.
Pese a ello no se me fue el optimismo. Pese que a que el dinero se me acaba y la impaciencia me gana. No importa, lo juro, no importa. Positivismo total… Para este 2010, que para mi recién empieza, prometo florecer. No solo me compraré un carro sino que conseguiré un trabajo en el que me sienta feliz. A ello se sumará que escribiré más… iniciaré el proyecto de una novela, creo que ya es hora.

No sé qué narrar. Entrenando se aprende. Quizás hable de todas las malas experiencias, seguro heriré personas, pero busco sincerarme con todos e iniciar de nuevo con honestidad. Aceptando los errores, es una forma de reconstruir. Confesando lo que te duele es una forma de sentirse mejor.
Intentaré viajar más y si se puede irme al extranjero de visita o comisión. Ahorraré dinero y cuidaré mi salud, me quitaré la pose de vulgar y me convertiré en solo un vulgar, jaja… eso es broma. Construiré una pose más estilizada, quizás un dandi al estilo Valdelomar o un Chocano egocentrista. La pose del posero, qué más da.
Quiero sonreír y mucho. Mi felicidad anda apañada, estamos intentando limpiar mi estrella para que todo salga bien. No tengo más metas precisas, las iré construyendo con el trámite de los días. Este 2010 debe ser bueno, escribiré más, lo prometo, me meteré en menos problemas y juro que dejaré las confusiones sentimentales a un lado. Iré más seguro, seré menos autocondecendiente, me comunicaré mejor y no dejaré las cosas a medias, me aventaré más, lo que seguro me traerá muchos rebotes… me afligiré menos, en cuanto a ese problemilla orgánico que tengo en mi corazón, lo trataré…tengo mucha vida por delante. La alegría es sana, el cielo, como el mar, no tienen límite, como la construcción de mi paz.
Hoy almorcé con G., una chica guapa de cejas pobladas y ojos de encanto, mientras comiamos, un Dragón Chino pasó por el frontis del restaurant. Se iba a la calle Capón: “Mañana es el año nuevo chino… feliz año”, le dije, y ella sonrió: “Feliz año”, respondió y yo pensé: “Era cierto… esto recién comienza, aun me queda mucho por avanzar... El 2010 es mío”.

PD: Esta fue la segunda y quizás la última confesión de parte que hago en el blog. Gracias por comprender, por leer y por su paciencia. Gracias por sus críticas y comentarios... sé que muchos se han quedado sorprendidoss por lo que cuento. Todo fue parte de una mala etapa. Ahora, volvamos a la crónica y a los buenos tiempos.

lunes, 8 de febrero de 2010

Carta a Dios [Si el receptor existe]

Te escribo después de mucho tiempo o quizás es la primera vez que lo hago. Cuando la ciencia se acaba, no nos queda más que la fe. Y si en realidad existes, Dios, sabes a lo que me refiero. Mi mamá está enferma y ya no sé qué más hacer.

Po eso te escribo, pues me dicen que te gusta hacer milagros, que cuando la ciencia o la tecnología desaparecen basta un poco de agua bendita para curar las heridas, y las heridas de mi madre son funestas, si la depresión se mantiene, la puede matar de pena atacando su corazón, que es lo más bello que ella tiene.

Su depresión es severa y los doctores no saben qué hacer. “Se nos escapan los caracoles”, han dicho entre ellos. Yo los oí. Ella ha pasado de un policlínico a un consultorio particular, de una conocida clínica y a un hospital. Los doctores hablan de un largo tratamiento, que tengamos paciencia y le demos mucho amor, que todo lo malo pasará ¿pero cuándo?, me pregunto a cada instante. Nos dijeron un año o seis meses, ya han pasado siete y cada día la veo peor.

En mi familia no perdemos las esperanzas pese a que ella dejó de hablar, pese a que no coordina bien sus acciones y parezca un alma en pena, con mucha pena. ¿Qué es la depresión? ,¿La pena que sentí cuando mi chica, a los 15 años me cortó?, ¿La tristeza que tuve cuando murió mi perro de 16 años, o la etapa en la que tuve que andar metido en pastillas y marihuana para olvidar que las decepciones más dolorosas son las que se provoca uno mismo..?. nada de eso, esas son payasadas de adolescente idiota qué no sabe qué hacer con su vida: depresión es esa enfermedad crónica que no sabes cuándo acabará, si con la muerte o con la cura o el remedio. Depresión es ese mal que ataca el sistema nervioso, lo debilita, lo destroza y en el caso de mi mamá, te lo recalco Dios por si no lo sabes, pierdes la memoria, lloras todo el día, dejas de dormir, se te va el hambre y el sueño y con ello los sueños y las ilusiones, pierdes autoestima y esperanza, colapsa tu cerebro, ingresas en shock y tu único motor es el dejarte morir sin motivación. Así esta mi madre, Dios, y tú lo debes saber bien.

Las pastillas no le hacen, ningún tipo de medicamento tiene el efecto esperado. Te hechas al olvido y hace mucho que no te escucho reír, solo llorar, llorar, llorar… hace mucho que no oigo tu voz, hace mucho que no me dices “Davicito”, hace mucho que no eres la misma, sino esa marioneta en la que te has convertido, dependiente y sin esperanzas, una muñeca de trapo a la que hay que lavar y cuidar y alimentar, porque sola ya no quieres o ya no puedes….

Por eso te escribo Dios, por eso te reclamo Dios, porque carajo te metes con los justos. Te recuerdo que hace un año mi mamá se reía a carcajadas con mis historias, me alentaba a seguir con mi vida y mi trabajo, te recuerdo que hace un año era capaz de movilizarse sola, llamarme al celular e invitarme un pollo a la brasa, que hace un año me visitabas en el periódico y comprendías mis dolencias del corazón, por qué si eres tan buena te pasa esto…es justo que a los buenos les hagas la cagada, Dios… ¿es justo?

Ayer fui a la misa del Padre Urraca en la iglesia La Merced, del Centro de Lima. Me paré junto a una columna y fijé mi mirada en la cruz que se alza por encima de toda una pared. Creo que fue la segunda vez que se me escapa una lágrima en todo este tiempo de la enfermedad de mi madre, Dios.

La primera fue en una noche de setiembre, cuando de impotencia mordí las almohadas del sofá para que nadie escuche mis gritos y no dudé en maldecirte y blasfemarte. Lloré diez minutos y me juré no volver a hacerlo por culpa de su enfermedad. “Juro, que sin ser médico yo te curo”, le increpé a Dios, al Padre Urraca y a todos los santos como en esta carta lo hago: “CURA A MI MADRE, CARAJO”, te dije, y no volvimos a hablar. Llore cinco minutos más, Luego salí a encontrarme con mis amigos, y maquillar mi rostro con una sonrisa fingida, una felicidad apañada por ti.

Fui a la misa por una promesa. La cumplí. Mi mamá aun cree en ti, como en el Divino Niño, “el Doctorcito”. Junto a ellos recé un Padre Nuestro incompleto y un Ave María extraño, no recordaba bien lo que era hacerlo y fue cuando noté que hubo gente a mi alrededor que me miraba, quizás por el rostro desencajado y la mirada perdida, no lo sé, pero me miraba. Y yo que seguía insultando y maldiciendo en frente tuyo. Juzgando a la vida. Por cabrona. Por mala. Por perversa. Te la agarras con los débiles y cagas a los buenos. Los malos, ya LO veo, anda en un pie de felicidad, caminando cobrando sus cheques y haciéndose el rico. Dicen que todo es karma, la bondad volverá a nosotros que trabajamos por el bien, tu estas maldecido. No lo digo por ti, Dios, tú sabes a quién me refiero.

Recé y oré por mi madre, solo por ella. No te pedí por mi salud o por mi trabajo ni por mi padre, que anda arrastrando su poca vida producto de un cáncer terminal. Él ya vivió sus 74 años y nos hemos reconciliado hace poco, después de muchos años en los que maquillé nuestro distanciamiento con su muerte ficticia. Mi madre, con 54, mujer guapa y separada, con un solo hijo de 26 es para que goce lo mucho que le queda de existencia. Solo recé por ella y tú lo sabes Dios, tú lo sabes. No nos hagamos los tercios, que si en realidad me escuchas, conoces muy bien la
historia.

Apelo a ti entonces, a la fe que trato de construir para creer en ti, para ser parte de ti. No te pido más que por ella. Que la vuelvas a su estado de gracia, en la que me llamaba “Davicito”, en la que como hace seis meses me invitaba pescado frito en Habich. Antes que tu estado de demencia te consuma y te vuelva temblorosa y llorona, antes de que tu depresión se convierta en nuestra más grande pena, antes de que toda tu alegría se convierta en decepción.

Veo una foto de hace un año Dios, y veo a mi mamá con muchos kilos más y sin ojeras, con la tez rosada y no pálida, con los labios que aun pronunciaban sus deseos. Hoy que eres marioneta en vida te pido le devuelvas su dignidad de persona, que le devuelvas lo mucho que le has quitado. Prometí no llorar porque sé todo acabará pronto y en tu cumpleaños bailaremos alguna cumbia de moda. Mientras tanto tú quédate en el Norte, que la brisa del mar acompañe tu sueño, que las gentes alegren tu existencia, yo me vengo a Lima a enfrentarme a la mierda que puede ser la ciudad, a cambiar nuestro mundo a alistarte las sábanas de tu cama y plancharte la ropa que tengas ajada. Dios, si en verdad existes has el milagro, la ciencia ya no sabe qué carajo hacer, te propongo un trato: te regalo 25 años de mi vida, 50 años de mi vida por la salud de mi madre. Cúrala. Si ella no está, yo tampoco quiero estar. Si ella está, yo estoy. Ayer soñé que estaba sana, y quiero sea así. Analiza mi propuesta.

Adiós.


PD: No tengo muchos amigos cristianos, creo. Yo tampoco me considero tal. Pero creo en la fuerza natural y en la suma del amor y el bienestar que crean la felicidad. Prometo rezar de cuando en cuando y comprometo que esta noche, algunos de mis amigos que leyeron esta carta abierta, se acordaran de ti y también (a su modo) orarán por la salud de mi mamá…así te sentirás más presionado y tendrás que cumplir con el ansiado milagro.