domingo, 9 de octubre de 2011

50 mil chilenos nos dejan sin Mundial


[Cuando la ilusión de un pueblo se destruye en 90 minutos]

El domingo 12 de octubre de 1997 el presidente Alberto Fujimori enciende su televisor y se cuelga de la señal de Panamericana TV. Escucha los comentarios de Micky Rospigliosi y Eddie Fleishman, quienes se encargarán de darle voz a esta jornada, que se supone, debe ser épica.

Hace dos días Fujimori dispuso un avión de la Fuerza Aérea y despidió en el Grupo Aéreo N° 8 a cada uno de los seleccionados con abrazos, fuertes apretones de mano y el mensaje: “Traigan la clasificación a nuestro país”.

Perú definirá con Chile su pase al mundial de Francia 98 en el Estadio Nacional de Santiago. Una clasificación que no se da desde España 82, y esto genera, que más de medio país siga con entusiasmo la transmisión de lo que será este importante partido.

- “Fujimori fue a despedir al equipo como si se tratara de un ejército que iba a la guerra. Eso es peligroso porque contribuye a que se pierda perspectiva de la dimensión real de un partido, y además exacerba artificiosamente un sentido nacionalista y belicista”, dirá días más tarde –en medio de la decepción y los ánimos mortuorios- el psicólogo Alejandro Ferreyros, en la edición número 1487 de la revista Caretas.

Pero ahora falta poco para las 8 de la noche y es el domingo futbolero más feliz del que se tenga recuerdo, en los últimos 17 años:

En las calles se respira un extraño ambiente festivo que contagió, con mucha cuota de oportunismo, al ya dictador Alberto Fujimori. Las casas y los negocios tienen los televisores prendidos a todo volumen. Las familias encienden las parrillas y los barrios tienen el ánimo divertido de las tardes de primavera. Hay mucha cerveza en el refrigerador y la música suena a todo volumen. El partido será transmitido por señal abierta y el canal 5 se asegura un rating histórico.

El entusiasmo crece conforme pasan los minutos, cosa rara ya que el optimismo es un genoma poco frecuente en el ADN bicolor. 28 millones de peruanos despertaron aquel día con las tapas de los diarios ofreciendo una noche de gloria. Una gloria ajena desde los tiempos de Héctor Chumpitaz y César Cueto.

Se dice que el Ejecutivo declarará el lunes 13 como feriado si Perú logra su clasificación; las calles de Miraflores y las últimas cuadras de la avenida Arequipa estan siendo cerradas para preparar las carabanas y los corsos que recorrerán el Parque Kennedy. Congresistas y ciudadanos aventureros viajan a Chile copando todos los vuelos. Quienes no consiguen boletos a Santiago hacen el tedioso recorrido Lima- Tacna, por vía aérea; pero cruzan la frontera en un bus directo a la capital mapocha con la turística ilusión de gritar ¡Perú Campeón!.

La embajada de Perú en Chile tiene planificada una gran recepción en la que participarán embajadores, congresistas e invitados a la sede diplomática para celebrar con Pisco Sour, bocaditos y toneladas de platos criollos el triunfo de la blanquirroja.

En la Plaza de Armas de Santiago decenas de compatriotas se juntan y hacen una barra que no supera las mil personas. Tienen banderas, camisetas y binchas de la bicolor. Los hinchas del país local miran con desconfianza, también se juegan su clasificación y buscan revancha: la selección peruana había derrotado por 2-1 a la chilena en Lima.

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La clasificación es palpable y muy real para ser cierto. El equipo de Juan Carlos Oblitas ocupa el cuarto lugar en la clasificatoria. Tres puntos por encima de Chile (quinto en la tabla). Con un empate Perú comprará los boletos a París, a dos fechas del cierre de las Eliminatorias Mundialistas. Tanta es la emoción y la seguridad de que la selección peruana logrará la hazaña en tierras mapochas que desde Francia llegan dos proformas de hoteles cinco estrellas con ofertas para albergar a la selección durante su estadía en la tierra de Balzac.

En Lima, se habla de premios por la clasificación, del album Panini con fotos intercambiables de Waldir Sáenz y Zinadine Zidane; de Ronaldo y del “Coyote” Rivera; se propone regalar autos a los jugadores más destacados de la jornada y hasta entregar laureles deportivos y colocar sus nombres en la fachada del Estadio Nacional.

Estos jugadores tienen limitaciones de sobra y por ellos nadie dió algún centavo en su debut, en 1996, cuando Ecuador nos goleó por 4 a 1 en Quito. Ahora, pensar que algún equipo nos puede encajar cuatro goles parece una misión poco probable, suena a tarea imposible. Y más si se juega contra Chile, que hoy no contará con su principal figura: Iván “Bam Bam” Zamorano.

- ¡4 -1, nunca!.

- Es algo impensado.

A esta fecha Perú llega armado con un ataque profundo, veloz y de pase fino. Ese juego de toques sutiles que construyen paredes y destruyen defensas esta basado en el talento de Roberto “Chorrillano” Palacios que hace unos días nos regaló un golazo en el triunfo más memorable de aquella Eliminatoria (2-1 volteándole el partido a Uruguay en el Estadio Nacional); cuenta con Nolberto Solano, talentoso volante que ya muestra lo que será en el futuro: símbolo del Newcastle inglés; tiene el tranco largo de Jorge “Camello” Soto, que brilló con el Cristal sub campeón de la Copa Libertadores de América 1997; ofrece la elegancia de Juan Reynoso, central que rompe con el prototipo del defensa rudo y destructor de canillas que abunda en el continente; y tiene la sobriedad de Julio César Balerio, que hizo de la seguridad guardian penitente del arco peruano. No es un equipazo, pero está punto de clasificar a un mundial, nada menos que en Santiago de Chile y ante su clásico rival.

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La esperanza tiene la debilidad de ser alimentada por el mito y la gitanería. Durante la semana previa al partido chamanes peruanos y brujos chilenos han coincidido en un triunfo de la bicolor y su segura clasificación al mundial. Esto ha incrementado la confianza y vitaminizado el pensamiento mágico del peruano de a pie.

- ¡Al fin veré a mi selección en un mundial!, dirían los menores de 20 años, acosumbrados a las derrotas y a las constantes desazones del fútbol peruano.

Pero el sueño comienza a derrumbarse temprano. Los gritos de “¡Peruano maricón!” bajan desde las tribunas del Estadio Nacional de Chile con más animadversión histórica que antipatía deportiva. La rechifla al Himno Nacional de Perú ha logrado el efecto de amedrentar a la selección visitante. En las tribunas, repletas de gente, se han colocado parlantes para incrementar la bulla que impide se escuche, si quiera, alguna de las estrofas.

Las imagenes de televisión muestran a los jugadores peruanos con las caras absortas, cantando su Himno Nacional, perdidos entre tanto silbido. Sus ojos están en algún punto fijo del cielo y las rodillas las tienen inquietas, tanto, que parece no quisieran estar en este lugar. En ese instante, con tanta localía en su contra, Perú comenzó a perder su clasificación...

A los 13 minutos llegó el primero de los tres goles que marcó Marcelo Salas. Luego, los dos disparos consecutivos que Flavio Maestri estrelló en el arco chileno terminaron por ahogar la opciones de gol y el optimismo. Aquella noche Perú cayó goleado por 4-0 y en Chile construyeron su triunfo a base de gritos, presión al rival y el saber jugar en casa... 50 mil hinchas chilenos dejaron a Perú sin mundial.

En Lima las calles eran un velorio. Debió ser la noche más triste del fútbol peruano en los últimos años. Algunos no durmieron por la sensación de impotencia, la sociedad en su conjunto no asimiló la derrota con facilidad. El Perú, tan ajeno a las alegrías deportivas se había permitido soñar y cayó feo. Quizo volar, pero en el intentó toco el pavimento desde muy alto, y dolió.

En adelante, la televisión local hizo lo suyo. Repitió las imagenes de cada gol chileno con esa cuota de masoquismo que adoramos los peruanos. Y las matemáticas aparecieron para hacernos creer que todavía hay esperanzas.

- Si Bolivia le empata a Chile y Perú le gana a Paraguay...

Fue la prolongación de una agonía. Las matemáticas, tan injustas en el fútbol como tan dramáticas en la vida, no sirvieron. La última fecha de las Eliminatorias Perú enfrentó a Paraguay y lo derrotó por 1-0. Las más de 45 mil personas que llenaron el estadio de Lima estaban pendientes a la radio de lo que podía ocurrir en Santiago, con el partido Chile - Bolivia.

Pero la lógica también aparece en el balompié para desvaratar la ilusión de los equipos chicos, siempre basados en la ilógica del fútbol para alimentar sus escasas esperanzas. Chile goleó a Bolivia y Perú quedó afuera de Francia 98 por diferencia de goles.

La derrota fue el caso típico de un duelo patológico, la negación de una visa hacia la felicidad o la renovación de un pasaporte conocido hacia el fracaso.

- El peruano tienen una enorme dificultad para culminar un proyecto, sea de gol o de país, dijo –ahora sí- el psicólogo Alejandro Ferreyros.

Quedaba claro, el “bonjour” peruano, con el que tanto se había soñado, se convirtió, en 90 minutos, en un “Au revoir Perú”, que dolió tanto, como si nos metieramos un autogol en el minuto final.

De David Gavidia, el jueves, 06 de octubre de 2011, 17:26.

lunes, 29 de agosto de 2011

DG.

Mi nombre es David Gavidia. Mi signo es Escorpio. No creo en la cartomancia, pero según wikipedia mi personalidad es la de un sujeto terco, obsesivo y compulsivo. Sin embargo, desde que un grupo de astrónomos descubrió el nuevo signo astral, Ofiuco, he adquirido los valores, la locuacidad y amabilidad de los Virgo. Desde entonces, leo ambos horóscopos, con la terrorífica idea de haber revisado durante 27 años un destino que no me correspondía.

No leo libros de autoayuda, pero también creo que uno mismo edifica su futuro. Ando en eso. Y tampoco creo en los videntes, pero reviso los horóscopos por la noche, con la fascinación de encontrar errores gramaticales y saber que sus pronósticos no fueron ciertos. El destino sigue siendo incierto. Y más si se vive en Lima, Perú; el lugar donde resido.

Autorretratarse es una tarea complicada. Y peor si se es aspirante a periodista, donde lo primero que se aprende (y para mal) es la construcción de un ego intelectual indestructible a las críticas del Facebook o al troleo tuitero. Escribir sobre uno mismo y sin la ayuda de la internet es una tarea complicada. Más en estos tiempos en que la vida –para muchos- se define por la marca digital y la cantidad de seguidores que tienes en las redes sociales. Tengo 700 amigos en Facebook, 160 seguidores en Twitter. Soy un NN del mundo 2.0.

Sigamos.

Nací un 28 de octubre, cuando en Lima se festeja la Procesión del Señor de los Milagros. Me gusta la vanidad, y si Vallejo afirma que nació un día en el que Dios estuvo enfermo, creo que yo lo hice cuando andaba de paseo. La procesión es una fiesta popular, muy ligada a la jarana. Creo que de allí viene mi espíritu nocturno y mi ánimo rumbero: destapo una cerveza cada fin de semana. En mi país se dice que después del fulbito viene el fullvaso. Soy un adicto al deporte rey.

Me gusta el fútbol. Y creo en la sentencia de que “es lo más importantes de lo menos importante”. Esto me trajo muchos problemas. A los 15 años un policía me agarró a palazos, me han caído piedras en la cabeza. Me corrí de la guardia canina y le robaba dinero a mi madre para ir a la Popular. Siempre me descubría, pero siempre me perdonaba. Prometía no volver a hacerlo, pero era un eterno reincidente.

De chico quise ser futbolista. Pero el tiempo se encargó de derrumbar ese sueño. Mido un metro sesenta y nueve, peso 69 kilos y mi aspiración era jugar en la “U” y en Europa. Con este físico poco atlético, solo hubiera aspirado a mi liga departamental. Fuera de ello, supongo que uno en la cancha deja mucho de su personalidad. Me cuesta mucho dar un buen pase o armar una buena pared, pero soy capaz de meter la cara por defender mi arco. De cuando en cuando hago golazos. Pero lo mío no es la habilidad, es mas bien el corazón para jugar.

Escucho poca música, veo pocas películas y compro los libros que publican mis amigos. Leo también los diarios por obligación. Y antes de leer un buen clásico, prefiero ver un buen clásico. Mejor si es el Barza-Real Madrid. Leo los libros que encuentro en mi camino. No es que lea mucho, pero trato de hacerlo para educarme mejor. ¡Ah! Estudié periodismo y tengo una maestría en literatura peruana y latinoamericana. No tengo autores favoritos, ni le hago quecos absurdos a Paulo Cohelo. Admiro a Bradbury, pero quisiera escribir como Ribeyro. Admito que me gustan las canciones de Arjona, pero este año me pegué con Calle 13.



Soy un hombre de costumbres adquiridas. Me considero muy normal. Prefiero estar solo que mal acompañado y de niño me tiraba pedos y me comía los mocos. Hasta que me metieron en la cabeza que no era “políticamente correcto”. Por esos años y recien ahora me doy cuenta que lo correcto es habitualmente lo incorrecto, y que la vida está llena de prejuicios que solo sirven de limitación.

No tengo hijos, pero he tenido dos perros: Bruce y Lee. Sí, admiraba al karateca. Mi viejo murió de un cáncer y mi mamá está enferma. Mantengo a mi familia pero creo que lo hago mal. Si bien, nunca falta dinero uno siempre quiere darles más. Me divierte la figura del escritor que sufre. Yo escribo poco, y cuando lo hago trato de estar en pijama y bien abrigado. Dentro de unos días cumpliré 28 y no tengo cosas propias. Es decir, no tengo carro, no tengo departamento. Pero me jacto de haber ahorrado un año para comprarme mi laptop. Tengo un Play Station 2. Mi nueva aspiración es un Play 3. Siempre prometo que me esforzaré al máximo, aunque con los años incumplo las promesas con mayor frecuencia. Mi vocación es aspiracional, y aunque soy defensa, siempre sueño con hacer el gol de mi vida. Sé que llegará, solo espero no que no me encuentre en posición adelantada.

sábado, 6 de agosto de 2011

Pene, corte y confección

David Gavidia.

Que una mujer le corte el pene a su marido es una noticia espantosa. Tan horrible como verle las tetas a Irina Grandez en la Copa América. Y peor si la información viene acompañada –en negrita y en Times New Roman- con un subtítulo tan cruel como revelador: que la despechada esposa arrojó, sin el mayor de los remordimientos, la porción del genital mutilado al triturador de la basura.

Reducido el pene a su mínima expresión. A un muñón desafortunado que no tuvo la mayor culpa, supongo-digo-yo, que el de levantarse cual corazón rebelde ante un amor distinto que el de su mujer, llega la información desde California: “Le corta pene a esposo y lo tira a basurero”. Informa el City News Service, rebota ABC, recoge Cadena3, enfatiza 20minutos.es, y La República lo pone como nota de portada en su página web. Luego vino el escarnio popular en el Twitter y Facebook. “¡¡Es el WTF del día!!”, dirían mis amigos tuiteros, con una mano en el teclado y la otra, protegiendo la cuestión.

Los reportes de prensa señalan que Catherine Kieu Becker, de 48 años, quedó detenida sin la mínima tristeza. Sin un poco de pena por el “miembro” que se fue. “Se lo merecía”, dijo de forma escueta. El ataque le costó ser encarcelada en el condado de Orange por –suena irónico - mutilación “penal” agravada; privación ilegal de la libertad, agresión con un arma mortífera, administrar una droga con intención de cometer un delito, envenenamiento y abuso de cónyuge.

A estas alturas la noticia ya produce un extraño efecto. Una punzada en el bajo vientre. La sensación de ausencia en el lugar de la presencia. O esa otra oscura sensación del soldado que todavía siente picazón en la pierna mutilada.

La noticia es tragicómica, heredada del cine negro, de la literatura de no ficción. Es atestado policial, proceso judicial inconcluso, sadismo sin atenuantes. Más doloroso que el autogol de Carrillo, y las derrotas de la “U”. La mutilación genital, nos duele a los hombres, como el luto por el amigo que ya no está, sin importar, claro, las dimensiones perdidas.

Y es que para muchos hombres el pene es un ser digno e independiente. Macho que se respeta, dice y jura, que su polla tiene sentimientos, se enamora y actúa con autonomía. Es un ser irracional que se inflama sin mayor razón que la del corazón embriagado de alcohol. Alza su bandera de libertad y acción sin importar domingos y feriados. Días de guardar o pecados concebidos.

En nuestro país los Mochicas adoraban al falo; en Puno, las ruinas de Inca Uyo le rinden culto con un templo a la fertilidad. En Asia, el Festival Kanamara es la veneración del pene en Japón y celebran al miembro viril el primer domingo de abril desde hace mil 500 años. El pene está boca de todos. Sin llegar a ser- obvio- comunión masiva de felatios asociados.

La internet tiene un wikcionario del pene, en donde se ilustra tamaños, formas y coloquialismos: le llaman bichola en México; bimbín, en República Dominicana y hasta cogote de pavo, sin indicar procedencia. En Perú lo tratan con estima, al punto de llamarlo “mi broder”.

La web Targetmaps diseño una cartografía de los tamaños del pene en el mundo, que ubicó a los peruanos por debajo de ecuatorianos, colombianos y venezolanos, pero por encima de argentinos y chilenos, lo que provocó, en un arranque de chauvinismo, que muchos compatriotas izaran su pabellón patrio y gritaran: ¡A-rri-ba-Pe-rú!

En la red también se juntan –sin mayores prejuicios- aquellos "cuya palma de la mano cubre por completo el miembro viril durante la masturbación". Y aunque el administrador español Rodrigo Ares, de la Asociación de Penes Diminutos/Tiny Penis Association, venga realizando las gestiones para afiliarse a la AVE (Asociación de Vaginas Estrechas), solo ha logrado reunir 61 afiliados.

Al pene se le han dedicado poemas y en el teatro tiene hasta una serie de monólogos en las que se da cuenta de su martirio y sacrificio por su esforzada labor. Por eso, la información, de que Catherine Kieu, decidiera – en un arranque de celos- cortar de tajo con el cuerpo cavernoso, esponjoso, meato, arteria dorsal y vena dorsal resulta más que impactante. Una noticia que podría ser considerada para muchos como un acto sacrílego, digno de extirpación de idolatrías. Pero vamos, seamos francos, no es para tanto. El desdichado esposo se convirtió en el anónimo más buscado por la prensa amarilla. Y la agresión en la más comentada en las redes sociales. Todos, amén del pene suturado. Mientras tanto, Kieu, se convirtió, sin querer, en fiel seguidora del estilo Lorena Bobbitt, y en ardua aprendiz de un arte que- preocupantemente- tiene muchos adeptos en nuestro país: el de corte y confección.

El miércoles, 13 de julio de 2011 a las 23:34.

viernes, 29 de abril de 2011

¡Nunca más! (Recordar en la Plaza San Martín)



De David Gavidia, (publicado en mi Facebook) el Martes, 05 de abril de 2011 a las 22:15; pero recién colocado en el blog el 29 de abril.


La Plaza San Martín debe ser la más bonitas de Lima. No sé si por su arquitectura neocolonial o por ese underground-Lima-Party que la rodea. Y aunque tiene portales con olor a meado, está el Bolivarcito para dignificarla.


Pues bien, en esa plaza y por estas horas, unas mil personas hacen algo más bonito y más digno todavía: le gritan al Perú que hoy es 5 de abril, que 19 años han pasado desde el autogolpe de estado de Alberto Fujimori y que su hija Keiko nos quiere y nos puede gobernar.



¿Qué coño está pasando?



Recorro la plaza y veo los rostros de los desaparecidos. 22 años, estudiante; 25 años, madre campesina. Leo el testimonio de las mujeres violadas, de las madres huérfanas de hijo, de los padres atormentados por el terror a los cachacos. Miro las velas, las flores, los grafitis y más fotos en blanco y negro que nos recuerdan lo más gris de nuestra historia contemporánea. Y pienso ¿Aun así queremos darle una nueva oportunidad al fujimorismo?



No pretendo hacerla de analista político, ni mucho menos de politólogo de almuerzo, peor aún, de periodista que solo habla de encuestas en tiempos electorales; pero todavía me parece increíble que un 20% de la población desee regresar a esa dictadura que tanto daño nos causó. Que Fuerza 2011 sea el partido con mayor intención de voto para el Congreso y que Kenyi, el hijo borderline de Fujimori, tenga posibilidades de ser el próximo presidente del Parlamento al tener la más alta votación. ¿Es así o me equivoco? Espero caer en el error.


Y aun así… debo aceptarlo, no es que me parezca extraño, pero me cuesta creerlo.
Esa misma displicencia, y esa nutrida y creciente amnesia que cultivamos hace que exista personas que al mirar los carteles de “Fujimori Culpable” y “5 de abril fecha para no olvidar” todavía no saquen su cuenta y pregunten: ¿Mitin de quién es? “No, no es de Ollanta”. ¡Joder!.
¿Tanto nos cuesta hacer un solo de memoria colectiva? Tanto nos despreciamos que muchos desean regalarle una nueva oportunidad a quien ignoró el dolor de las madres que exhiben las fotos de sus hijos muertos, de sus hijos torturados, de sus hijos aniquilados, de sus hijos incinerados, de sus hijos despedazados; de sus hijas violadas, de sus hijas asesinadas, de sus hijas secuestradas. ¿Tan débiles de recuerdo somos?


No entiendo, y sigo sin entender qué nos pasa. Es cinco de abril, estamos a cinco días de las elecciones y muchos de los peruanos no recordamos que se trata de una fecha tan indigna. Tan indigno como solo pensar en las encuestas mientras en Islay nos matamos entre hermanos, tan indigno como que en el VRAE los niños sean adoctrinados por Sendero Luminoso, y tan indigno como ver las propagandas del Estado y escuchar que el Perú avanza, pero a mi me cuesta juntar un sol para tener cinco panes.



¿Por qué votar por Fujimori? Yo no lo haré, es obvio, y para quienes piensan en manchar de sangre su voto creo que hoy se merecen dar una vuelta por la Plaza San Martín para que comprendan eso del dolor ajeno que es tan nuestro, y para que entiendan eso de las heridas de un país. Quizás así reflexiones sobre tu elección. Por estas horas, la San Martín no solo es la plaza más bonita de toda Lima, sino que es una bella expresión de democracia, el eco de un corazón que no se aguanta y grita, señores: ¡Nunca Más!

viernes, 25 de febrero de 2011

Chau, chau…Sony

(El texto lo escribo a un mes de su partida).

Murió Sony y dejó a su madre huérfana de hijo. Lo sabemos, el diccionario no tiene palabras para describir tanto dolor. No conoce de sentimientos, menos de desconsuelo. Y tampoco se da por enterado de que Sony Santino se fue al cielo. Que lo venció una leucemia linfática y dejó a su familia extrañando su presencia. Hola Sony. Chau Sony. El querido Sony.

¿Qué es más doloroso que una vida trunca?

Sentir que doce años no fueron suficientes para darle tanto amor.

“¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?...” suena como incesante y furioso martilleo en sus cabezas.

Nunca encuentran respuestas.

Murió Sony y la noticia apareció en las redes sociales. Enlutó el Facebook y vía Twitter - los que conocieron el caso- lloraron un poquito por él. Claro, su desaparición no figuró en los noticieros. ¿O acaso fue mención honrosa entre el bloque deportivo y la Amistasí de América Noticias? Lo dudo. Su desaparición fue relegada a la página de defunción y su recuerdo se convirtió en frío y percudido obituario en blanco y negro que no representa ni un gramo de amor.

Sony Santino Lachy murió en la edad que debió jugar a la pelota. Desaprobar el vacacional o tirarse panza de burro a la piscina más feliz del mundo. Pero ya no está entre nosotros. Se fue… y la noticia, claro que sorprende.

Todavía recordamos la nota publicada en el comercio.pe en la que su madre, doña Esperanza (miren qué bello nombre), pedía le regalen a este, su hijo, una camiseta de la “U” y lo ayuden a recolectar los 60 mil soles que se requería para lograr el trasplante de médula ósea y salvar a su “cremita de corazón”. Por supuesto que el pedido tuvo eco entre los jugadores y los dirigentes que conmovidos ayudaron en el caso. Y por supuesto que su historia movilizó a un pueblo que se puso la camiseta de “Salvemos a Sony”.

Pronto aparecieron las colectas. ¡Lograr el milagro de Sol en Sol! Pronto se le vio a Sony sonriente. ¡Vamos, que sí se puede!. Pronto Sony apareció bañado de cariño popular. ¡Dale, dale!. Pronto se le vio a Sony saludando en las tribunas con su latita de "ponle corazón" en la mano. Pronto se le vio a Sony recibiendo el candor Monumental. Pasaron seis meses, y no se pudo. Lo sentimos Sony. Tu gente pidió perdón.

Y ¿dónde estuvieron los prósperos empresarios, emprendedores a plazo fijo, candidatos con ambición de curul o presidentes regionales, que prometieron ayuda?… ¿dónde su apoyo?... ¿dónde? Pues hicieron gala por su ausencia. Quedaron en “buenas intenciones” y ya sabemos que de "buenas intenciones" esta hecho el camino hacia el... bueno, mejor nos callamos.

Ahora Sony Santino descansa en paz y su familia aun lo llora. Debe ser difícil acostarse sintiendo la ausencia del ser que más se quiere. Ahora ellos, en su casa de Palao, en San Martín de Porres, deben lidiar con ese hueco en la barriga, con ese punzón en el corazón. No hay palabras para describir ese martirio, pero sabemos que esa sensación de caer en un pozo sin fin acabará pronto. El tiempo, aunque muchas veces cruel, termina curando las heridas.

DG

(Foto tomada del facebook: "Salvemos a Sony Santino Lachy Abriojo")

jueves, 17 de febrero de 2011

Los ojos del Perú

La noticia la leí a través del Twitter de RPP. “Murió el Chino Domínguez”. Y unos segundos de silencio invadieron este lugar. De pronto recordé que guardado, en mi USB, tenía lo que quizás fuese una de sus últimas entrevistas concedidas. En ella recordó a García Márquez y Lolo Fernández, habló del Sexto y de su cambio de rollo a la fotografía digital. Hoy que muchos lamentan su partida, reedito esta nota, con la vergüenza del que se sabe su texto quedará corto, ante la imagen de este hombre que vivió retratando el Perú.

Por: David Gavidia.
Foto: David Vexelman.

Fotógrafo de la calle, reportero gráfico, los ojos de la historia. Carlos Chino Domínguez, ese reportero de mirada acuciosa y que supo captar los mil rostros del Perú cambió de rollo. Pasó del negativo al pixel de la era digital como quien descubre nuevas texturas en el color. Canjeó las fotos alegres de la bohemia limeña por imágenes caseras: su bisnieto jugando en el patio, las flores del parque, los amigos que llegan a ser retratados. Su vida ya no es la azarosa de antes, encontró en el hogar de su nieta la trinchera perfecta para el crepúsculo de sus días. Y de paso, su refugio en la foto digital. Cosa extraña para alguien acostumbrado al olor del papel mate y al químico del revelado.

¿Cómo sucedió el cambio? ¿Cómo la transición? La historia es sencilla: hace cuatro años caminó hacia Polvos Azules convencido en cruzar las fronteras del negativo. Tenía su vieja cámara colgada en el hombro. Gastaba suela y observaba las miserias de Lima. La congestión del zanjón, los ambulantes, el desfile de cabezas negras a paso de procesión. No sabe cuando, pero sintió el tirón. Un choro jijuna en medio de la gente. Un rufián de bajo vuelo le arrebató –y para siempre- su vieja Nikon. “¡Mierda!”, pensó Domínguez. Debió comprar una nueva, de píxel sin granulado, y olvidarse del negativo, el rollo y el papel.

Uno de los pocos que tiene derecho a tocar esta, su cámara digital, es Juan Diego, su bisnieto de cuatro años. A él Domínguez le quiere inocular el corazón fiero de los fotógrafos avezados y pendencieros de antaño. “Él se lleva todos mis engreimientos”, dice entonces el Chino, mostrando una extraña ternura. Ante el niño, los ojos le brillan, su voz cavernosa parece maquillada por un instante de dulzura. Se quiebra don Carlos. Raro en él, que supo convivir con lo lumpen de Surquillo y Barrios Altos, allí, donde las chavetas se trenzan entre la vida y la yugular.

QUIERE DEJAR SU LEGADO
Una de las últimas fotografías que el Chino capturó fue la de Juan Diego jugando con un cuy. Con él también aparece en dos fotografías colocadas en su hogar. En una de ellas se abrazan, en otra, están sentados uno frente al otro. Comparten una de las últimas exposiciones de Domínguez en el Centro Cultural de España. ¿Qué hace que este pendejerete de la imagen se inquiete ante la presencia del menor?: sus ganas de seguir la “fiesta” de la vida, dice. Ahora, y sin rubor.

A sus 76 años fotografía a los amigos poetas en la Casa de San Borja. Él los acompaña con una copa de vino. Solo una. Pero los acompaña en sus extensas conversaciones que terminan en recitales felices y recuerdos apañados por el humo de la nostalgia. “¡Salud, por César Calvo!”, “¡Qué viva Hora Zero!”, gritan, celebran sus recuerdos.

Domínguez ahora tiene la salud jodida. Ha llegado a la edad de los achaques y las siestas prolongadas. Por ello se alejó del licor y las malas costumbres. En 2006 un tumor cancerígeno en el riñón lo obligó a ser operado. Para su bien, salió bien librado de la cirugía, pero desde entonces debe visitar todos los lunes, miércoles y viernes un hospital de EsSalud y realizarse durante tres horas y media una diálisis que lo debilita y le produce un profundo cansancio. Además, su corazón es un motor que necesita ser restablecido de cuando en cuando: en un mes decidirán si lo operan debido a un mal que le agita la respiración y acelera sus latidos: “tengo dos arterias calcinadas”, dice sereno y, aunque no entendemos bien a lo que se refiere, igual preocupa.

Sentado en un sofá, nacen los recuerdos y olvida los malestares. Domínguez apagó el televisor y dejó a la mitad un partido del Mundial. Ese en que Brasil le metió 3 a los chilenos. Con el fútbol recordó sus inicios en el Gráfico de Argentina. A los 20 años aprendió a captar goles monumentales y magnificas celebraciones. Desde entonces no ha detenido su gran angular con los personajes que se han cruzado por delante de su visor: Fidel Castro y Haya de la Torre; Chabuca Granda y Julio Ramón Ribeyro. Pablo Macera y Alan García; también periodistas y mendigos, niños de la calle y perros chuscos, negros de fina estampa o tebecianos con esperanzas, desnudos artísticos y calatos vulgares… en fin, retratando al Perú.

GARCÍA MÁRQUEZ
En la década del sesenta Domínguez trabaja para la agencia Prensa Latina de Cuba y fue comisionado para acompañar a un joven reportero a Panamá. Entrevistaron al presidente Arístides Royo. Culminada la cita ambos periodistas se dirigieron a un bar. Allí encontraron al bolerista Daniel Santos, este hombre de canto desgarrado, que endurece el bajo vientre y atolondra el corazón. El joven reportero lo entrevistó, luego vinieron los tragos y la buena noche. Terminaron cantando a voz en cuello: “ya yo me despedí de mi adorada/y le pedí por Dios que nunca llore/que recuerde por siempre mis amores que yo ya de ella nunca me olvidaré”. El Chino fue feliz en esa chingana panameña. Cantaba sus temas favoritos junto a su ídolo del bolero y junto a un joven periodista que dos décadas después se encargaría de romper los cánones literarios, hacer un boom, escribir Cien años de soledad y ganar un premio Nobel: Gabriel García Márquez, su compañero en los tiempos del cólera. “Con Gabo no me tomé foto”, se lamenta, regresando a este ingrato presente.

EL DOLOR Y EL SEXTO
Su hija Mary Domínguez –fotógrafa y periodista que radica en Barcelona- comenta una de las comisiones más dura que le tocó cubrir al veterano Chino. Fue en Uchuraccay cuando debió fotografiar el asesinato de ocho de sus colegas, entre ellos, su amigo y alumno Jorge Sedano. Se vio obligado a registrar la escena con lágrimas de dolor y lo absurdo de las muertes. Se enfrentó al cruel dilema de la información y al cariño por el amigo perdido. Al ser consultado ahora por aquel distante momento, dice, que solo se limitó a disparar. Hay momentos –y lo sabe muy bien Domínguez- en el que cada periodista tiene que hacer de tripas corazón.

Pero el dolor también te lleva a la aventura. En una ocasión debió fungir de estafador para ser llevado por ocho días al penal El Sexto, la que por entonces era la cárcel más dura del país. La misión no era sencilla: hacerse amigo de los internos, llegar al cuarto piso que conocían como el gallinero y fotografiar el hacinamiento en el que se hallaban los presos. Al tercer día su abogada ingresó a la cárcel con la cámara escondida y Domínguez se enrumbó al lugar: disparó y registró el pavor de los internos: Gentes caminando con los torsos desnudos, espacios inhabitables, cientos de cabezas con chuzos que se confunden entre el muladar y los barrotes. Unas cuatrocientas personas convivían en un espacio para cien. La foto salió publicada en Caretas y años más tarde en el Libro Los peruanos, de su propia autoría. En el libro se grafican imágenes que logró gracias a su viejo refrán: “Perro que no camina no encuentra hueso”. Un detalle final: ¿Cómo salió Domínguez del Sexto? Se descubrió que era periodista y que jamás estafó. Al noveno día salió a las calles y disparó por el Cercado de Lima.

NOSTALGIAS EN SEPIA
Carlos Chino Domínguez tiene más de un millón de negativos y actualmente viene digitalizándolos. En un año la Universidad Alas Peruanas compilará su obra y cumplirá un deseo del fotógrafo: que sus imágenes “se conviertan en los ojos del Perú actual”. Así lo describió Pablo Macera y así lo calificaron los distintos intelectuales que ven en Domínguez a un “sociólogo del lente”, un ex insomne periodista, de libres pensamientos y de vicios que no aniquilaron su ser.

Así está Carlos Domínguez a sus 76 años. Hombre que recuerda con Cariño al Chino Velasco y sus arranques revolucionarios, que habla de Chabuca Granda como si se tratara de una prima hermana con la que no se cansó de cantar y bailar valses mientras se embriagaba excitado por la jarana; así está quien viajó por Bulgaria, Italia, España y se llenó de amigos, muchos lo quisieron y también muchos lo odiaron. Hombre de contradicciones extremas Domínguez: es hincha de Alianza Lima pero llevó a la eternidad al legendario Lolo Fernández con una fotografía que hoy la Trinchera Norte- la barra popular de Universitario de Deportes- idolatra colgándola en una gigantografía y que la usa como símbolo de una batalla ganada, de idolatría suprema.

En otro momento, asegura el Chino, que nunca estuvo en planilla, y con orgullo, asegura que mandó “a la mierda” a cuanto director de diario intentó disminuir su labor. Recuerdos en sepia, los del Chino; miles, como sus negativos, que hoy, ante su partida quedan cortos ante su basta experiencia. Adiós.

viernes, 28 de enero de 2011

Un librero trashumante


Jorge Vega “Veguita”
Un librero trashumante

Rediseño. En julio del 2010 publiqué la crónica de Jorge Vega, “Veguita”. No me gustó. Decidí reescribirlo y agregarle nuevos pasajes, más historias. Quitarle la estampa del último gran librero de Lima, para mostrarlo ahora, más Vega que nunca. Este fue el resultado.

David Gavidia.


La vida te ha golpeado, Vega. No jodas, tú lo sabes. Estas sentado frente a mi y tienes la columna dañada. Y por eso te vimos entrar al bar Croata jorobado, arrastrando los pies de viejo caminante. ¿Qué pasó?, te preguntamos, y lo justificas mal, evocando tus años mejores, cuando te lucías metiendo letra o corriendo tabla en La Herradura. “Cargaba piedras de 40 kilos antes de ingresar al mar. Era para calentar, eso con los años me dañó”, dices. Y trato de creerte. O bueno, sí, te creo. Tus amigos me han contado que eras un nadador estupendo y un afanador con clase. Un pingaloca-intelectual y un doctorado en el mundo de las putas y los libros. Eras un envidiable, Jorge Vega. No, en serio, lo eres.

Ahora, como prueba, sacas de un sobre las fotos de un Vega musculoso, de un Vega de cabello largo y en traje de baño. De un Vega de otros tiempos. El Vega que tengo frente a mi viste un polo rojo y un gorro crema. Un pantalón de dril oscuro con algunas manchas blancas de no sé qué y unas zapatillas desgastadas. El Jorge Vega de las fotos coquetea con una rubia, y el que está en mi delante pide un anís Najar y un vaso con agua. El de la foto brinda con cerveza helada en un vaso de dos litros, y el de ahora, no toma chela, la salud no se lo permite. Es la luz y la sombra de un viejo soldado que evoca los tiempos mejores. ¿Es el ocaso del último librero de viejo de Lima? “Yo no voy a morir”, responde.

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A los cuatro años leyó su primer libro. “Corazón”, de Edmundo de Amicis. ¿Lo leíste?, me pregunta. Y le digo que sí, dos veces. Pero le oculto que es de la literatura más aburrida que me tocó leer. En cambio tú me hablas del diario del niño, de las nostalgias, del campo y la ternura del personaje. “Maravilloso libro”, dices. Yo quiero responder que en realidad lo leí dos veces, pero que nunca pasé del 28 de octubre, que debe ser la página 32. En cambio tú, sigues hablando con soltura, pero sobre todo con la memoria intacta, sobre los pasajes del texto y las fechas que más te emocionan. Me siento incómodo…

El libro se lo regaló una madrina pudiente. Nunca falta una en la familia. Y sí pues. Tenías cuatro años cuando lo tuviste entre tus manos. Fue un seis de diciembre de 1939, el día de tu cumpleaños. Esperabas un juguete del Llanero Solitario, pero a cambio recibiste una bolsa con libros. Desde entonces, iniciaste tu vida plena de voraces lecturas y de amores tan húmedos como las copas que frecuentas en las cantinas de esta Lima sin corona, todavía a tus 75 años.

“Desde aquel día ninguna biblioteca es perdonada por mi”, dices, sin pavonería. Debes de ser de las personas que conozco que más ha leído en su vida. Y aun lo haces con una costumbre monasterial. Además de los libros que vendes y lees, cada madrugada antes de dormir, tomas El Quijote y repasas unas cuantas líneas, al azahar. “A Cervantes lo leí por primera vez a los 8 años”, dices, como el lector infatigable que eres. O mejor aun, como el “malabarista de la palabra”, como tan bien te definió Toño Angulo Daneri.

Me preguntas cuantos libros leo. Y te respondo que en promedio uno al mes. Quizás dos. La falta de tiempo, la chamba, los amigos… en fin, justifico. Tú me respondes que –a mi edad- podías leer uno por día, tres… me parece una alucinación. Pero decido creerte. Y envidiarte.
Memoria, autores, sobaco

Recuerdo cuando ingresabas a la redacción de La República y se armaba un pequeño jolgorio. En serio, y no es patería. Tenía tu hora cronometrada. Más o menos entre las 7.30 y las 8 de la noche. A joder en pleno cierre. Te acercabas -y no sé si será así siempre- pero con mi jefe de aquel momento, Carlos Paucar, se mandaban besos, se insultaban con sutileza. ¡Ay, llegó la Vega!, te decía. Y tú respondías con frases curiosas, siempre en doble sentido y con mucha inteligencia. Llegabas con los libros bajo el brazo, Mariátegui, Raymond Chandler, Bradbury, Wallace, Dos Pasos. A 10, 20, 30 soles. Y carajo, que mi sueldo precario nunca me alcanzaba. Fiabas, claro, pero después cobrabas (qué eso era lo malo).

Ahora cuentas que siempre has tenido buena memoria. Que nunca se te escapa un deudor. Tú memoria es privilegiada. A mi se me olvidan promesas y costumbres. Tú, con 50 años más que yo, eres capaz de recordar hasta los céntimos atrasados. ¡Eres un grande!
Te pregunto sobre tú chapa, el Sobaco ilustrado y te cagas de risa, Vega. Ya se sabe que es porque caminas con los libros bajo la axila. Pero quería escucharlo de tu propia boca. Pero bueno, me cambias de tema. Me hablas de tus clientes ilustres: Pablo Macera, Fernando Ortiz de Zevallos, César Lévano, César Hildebrandt. De este último me cuentas que organizaste su despedida de soltero en un puterío de la vieja Lima. En fin, también me cuentas que ni bien llegó salió disparado. “Una morena se lo quería levantar al Chato-recuerdas- pero él se escapó… le decíamos ven, pues… ven… pero él se corrió”. No aguantó ese mundo de bandidas lumpen que a ti tanto te gustan.

Y ya que me hablas de mujeres. Ahora recuerdas tus primeras inquietudes del bajo vientre. Comenzaron a los 14 años. Con una charapa menor que tú. “Tenía 13. Jugábamos a las escondidas y bueno… para qué seguir contando”. Es un caballero. Allí se convirtió en un adicto al sexo sin amor, que es el deporte del flirteo con placer.

- ¿Se enamoró usted, Vega?
- No. Era perder el tiempo. No había tiempo para el amor cuando todo era sexo… ¿qué tiempo para el amor hay?

Sin embargo, Toño Angulo describe el primer gran amor de Veguita: “Fue una puti-doncella que lo expulsó de su cama cuando descubrió que no era el ladrón prófugo y aventurero que había dicho, sino apenas un poeta de versos tristes y huidizos”.

A los 16 años, Vega, ya eras periodista. Pero por lo que me dices, lo que más te gustaba eran los cierres, o mejor dicho, las salidas. Por la noche, visitabas El Trocadero, el Cinco y medio o Huatica. Alguna vez la policía cayó en operativo y te encontró menor de edad, pero vestido como viejo. ¿Te canearon? “No”, me cuentas. ¿Qué pasó? seguro y pendenciero le dije: “jefe, estoy en misión informativa”.

El periodismo de esa época lo recuerda con nostalgia. “No teníamos necesidades de plata. Nos permitíamos ser felices. Teníamos de todo: comida no nos faltaba, alegría no nos faltaba, mujeres no nos faltaba y plata de vez en cuando teníamos en el bolsillo. Vivíamos orgiásticamente de la noche. Cuando veíamos el amanecer comenzábamos a requintar porque se acababa la fiesta”, dices. Y me conmueves, conchesumare. Disculpa la lisura, pero no hay mejor forma para describir este momento.

Ahora me hablas de tus tiempos en Última Hora. Hacías deportes: pero no sabías “ni mierda de deportes”. Y en El Peruano fuiste corrector de estilo. Pero tu mayor frustración fue el no corregir al Perú. Hiciste periodismo por nueve años y dejaste de serlo porque mejor te iba vendiendo libros, pero sobre todo. Y muchos no sumamos a tu forma de pensar: porque no soportabas el tener jefes.

De tus recorridos nocturnos te queda un recuerdo. En Surquillo, en el bar Los Cholos. Tomabas cerveza y siete sujetos te atacaron con chaveta. Tú a botellazo limpio los enfrentaste. Y si bien, escapaste. A uno le rompiste una silla de 14 kilos en la cabeza. “Murió el fulano”, cuentas. Pero te enteraste años más tarde cuando un auxiliar de la PIP te lo contó. “El tipo era de alta peligrosidad y su muerte no importaba”, te dijo.

- ¿Y no se arrepiente, Veguita?
- No me arrepiento de nada de lo que he hecho ni nada de lo que no he hecho. En la vida no hay lugares para el arrepentimiento.

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Ahora Vega tienes una vida diáfana. Despiertas a las nueve de la mañana. Te preparas un tacu-tacu o lomo saltado de desayuno. Recorres las calles en busca de libros y por la tardes visitas La Herradura. Vega, entonces, te pones nostálgico.

Hace un año no ingresas al mar por tu problema en la columna. Se te han juntado dos vértebras, han dicho los doctores. Y te sientes jodido. Por eso caminas jorobado. Pero te inyectas optimismo: “En una semana me zambullo”, dices, y observas tus retratos llenos de vida, llenos de sonrisas, llenos de un blanco y negro memorable. Musculoso Jorge Vega, afanador Jorge Vega, librero Jorge Vega...

Es en este momento que te pides otra copa de anís Nájar y recuerdas tus paseos por Europa recorriendo el Museo Del Prado en Madrid o las interminables caminatas por la Vía Veneto, en Italia. Pero vuelves a lo mismo, Vega. “Allí me metí los polvos extranjeros más maravillosos de mi historia”.

- ¿Tienes familia, Vega?
- Vivo con mis hermanos en Matute, todos solteros y con malas intenciones
- ¿No te sientes solo?
- Todos estamos solos, ocultamos la soledad a través de la conversación y la amistad y el jolgorio para no pensar en el terrible problema de la propia muerte.
- ¿Hablas de muerte Vega? (Tú Vega, que siempre te oí hablar de vida) ¿Temes a tu muerte?
- No, porque es la cosa más natural del mundo. Además, mis moléculas engendrarán vida. Yo voy a seguir viviendo.
- Cambiemos de tema ¿Alguna vez escribiste?
- Todos escribimos cojudeces en algún momento de nuestra vida.

Y ahora comienzas un nuevo monólogo en el que te declaras ateo, fanático de Ray Bradbury y sus Crónicas marcianas con prólogo de Borges. Y encima tienes la concha de recordar los párrafos enteros. Y yo te respondo que La Tercera expedición es la mejor, y que Capitán Spender logró conmoverme hasta el hartazgo de querer admirarlo, así sea un personaje de ficción. Él nos demuestra cómo los humanos somos capaces de destruirnos. ¿Serás tú, Vega, una especie de capitán Spencer? ¿Exagero? Pero lo sé…eres de una rara especie en extinción.

(Sonríes).

Ahora miras el reloj. Y me dices que debes ir a Caretas. Debes llegar antes de las 6 para que te den un ejemplar. Me doy cuenta que la noche aprieta y andas ansioso por irte.

-Bueno, Vega, disfruta la noche.

Y claro. Ahora me recitas a Ventura García Calderón: “El día tiene doce horas... pero la noche es eterna”. Sales del Croata. Inicias tu periplo. Adiós.