viernes, 25 de febrero de 2011

Chau, chau…Sony

(El texto lo escribo a un mes de su partida).

Murió Sony y dejó a su madre huérfana de hijo. Lo sabemos, el diccionario no tiene palabras para describir tanto dolor. No conoce de sentimientos, menos de desconsuelo. Y tampoco se da por enterado de que Sony Santino se fue al cielo. Que lo venció una leucemia linfática y dejó a su familia extrañando su presencia. Hola Sony. Chau Sony. El querido Sony.

¿Qué es más doloroso que una vida trunca?

Sentir que doce años no fueron suficientes para darle tanto amor.

“¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?...” suena como incesante y furioso martilleo en sus cabezas.

Nunca encuentran respuestas.

Murió Sony y la noticia apareció en las redes sociales. Enlutó el Facebook y vía Twitter - los que conocieron el caso- lloraron un poquito por él. Claro, su desaparición no figuró en los noticieros. ¿O acaso fue mención honrosa entre el bloque deportivo y la Amistasí de América Noticias? Lo dudo. Su desaparición fue relegada a la página de defunción y su recuerdo se convirtió en frío y percudido obituario en blanco y negro que no representa ni un gramo de amor.

Sony Santino Lachy murió en la edad que debió jugar a la pelota. Desaprobar el vacacional o tirarse panza de burro a la piscina más feliz del mundo. Pero ya no está entre nosotros. Se fue… y la noticia, claro que sorprende.

Todavía recordamos la nota publicada en el comercio.pe en la que su madre, doña Esperanza (miren qué bello nombre), pedía le regalen a este, su hijo, una camiseta de la “U” y lo ayuden a recolectar los 60 mil soles que se requería para lograr el trasplante de médula ósea y salvar a su “cremita de corazón”. Por supuesto que el pedido tuvo eco entre los jugadores y los dirigentes que conmovidos ayudaron en el caso. Y por supuesto que su historia movilizó a un pueblo que se puso la camiseta de “Salvemos a Sony”.

Pronto aparecieron las colectas. ¡Lograr el milagro de Sol en Sol! Pronto se le vio a Sony sonriente. ¡Vamos, que sí se puede!. Pronto Sony apareció bañado de cariño popular. ¡Dale, dale!. Pronto se le vio a Sony saludando en las tribunas con su latita de "ponle corazón" en la mano. Pronto se le vio a Sony recibiendo el candor Monumental. Pasaron seis meses, y no se pudo. Lo sentimos Sony. Tu gente pidió perdón.

Y ¿dónde estuvieron los prósperos empresarios, emprendedores a plazo fijo, candidatos con ambición de curul o presidentes regionales, que prometieron ayuda?… ¿dónde su apoyo?... ¿dónde? Pues hicieron gala por su ausencia. Quedaron en “buenas intenciones” y ya sabemos que de "buenas intenciones" esta hecho el camino hacia el... bueno, mejor nos callamos.

Ahora Sony Santino descansa en paz y su familia aun lo llora. Debe ser difícil acostarse sintiendo la ausencia del ser que más se quiere. Ahora ellos, en su casa de Palao, en San Martín de Porres, deben lidiar con ese hueco en la barriga, con ese punzón en el corazón. No hay palabras para describir ese martirio, pero sabemos que esa sensación de caer en un pozo sin fin acabará pronto. El tiempo, aunque muchas veces cruel, termina curando las heridas.

DG

(Foto tomada del facebook: "Salvemos a Sony Santino Lachy Abriojo")

jueves, 17 de febrero de 2011

Los ojos del Perú

La noticia la leí a través del Twitter de RPP. “Murió el Chino Domínguez”. Y unos segundos de silencio invadieron este lugar. De pronto recordé que guardado, en mi USB, tenía lo que quizás fuese una de sus últimas entrevistas concedidas. En ella recordó a García Márquez y Lolo Fernández, habló del Sexto y de su cambio de rollo a la fotografía digital. Hoy que muchos lamentan su partida, reedito esta nota, con la vergüenza del que se sabe su texto quedará corto, ante la imagen de este hombre que vivió retratando el Perú.

Por: David Gavidia.
Foto: David Vexelman.

Fotógrafo de la calle, reportero gráfico, los ojos de la historia. Carlos Chino Domínguez, ese reportero de mirada acuciosa y que supo captar los mil rostros del Perú cambió de rollo. Pasó del negativo al pixel de la era digital como quien descubre nuevas texturas en el color. Canjeó las fotos alegres de la bohemia limeña por imágenes caseras: su bisnieto jugando en el patio, las flores del parque, los amigos que llegan a ser retratados. Su vida ya no es la azarosa de antes, encontró en el hogar de su nieta la trinchera perfecta para el crepúsculo de sus días. Y de paso, su refugio en la foto digital. Cosa extraña para alguien acostumbrado al olor del papel mate y al químico del revelado.

¿Cómo sucedió el cambio? ¿Cómo la transición? La historia es sencilla: hace cuatro años caminó hacia Polvos Azules convencido en cruzar las fronteras del negativo. Tenía su vieja cámara colgada en el hombro. Gastaba suela y observaba las miserias de Lima. La congestión del zanjón, los ambulantes, el desfile de cabezas negras a paso de procesión. No sabe cuando, pero sintió el tirón. Un choro jijuna en medio de la gente. Un rufián de bajo vuelo le arrebató –y para siempre- su vieja Nikon. “¡Mierda!”, pensó Domínguez. Debió comprar una nueva, de píxel sin granulado, y olvidarse del negativo, el rollo y el papel.

Uno de los pocos que tiene derecho a tocar esta, su cámara digital, es Juan Diego, su bisnieto de cuatro años. A él Domínguez le quiere inocular el corazón fiero de los fotógrafos avezados y pendencieros de antaño. “Él se lleva todos mis engreimientos”, dice entonces el Chino, mostrando una extraña ternura. Ante el niño, los ojos le brillan, su voz cavernosa parece maquillada por un instante de dulzura. Se quiebra don Carlos. Raro en él, que supo convivir con lo lumpen de Surquillo y Barrios Altos, allí, donde las chavetas se trenzan entre la vida y la yugular.

QUIERE DEJAR SU LEGADO
Una de las últimas fotografías que el Chino capturó fue la de Juan Diego jugando con un cuy. Con él también aparece en dos fotografías colocadas en su hogar. En una de ellas se abrazan, en otra, están sentados uno frente al otro. Comparten una de las últimas exposiciones de Domínguez en el Centro Cultural de España. ¿Qué hace que este pendejerete de la imagen se inquiete ante la presencia del menor?: sus ganas de seguir la “fiesta” de la vida, dice. Ahora, y sin rubor.

A sus 76 años fotografía a los amigos poetas en la Casa de San Borja. Él los acompaña con una copa de vino. Solo una. Pero los acompaña en sus extensas conversaciones que terminan en recitales felices y recuerdos apañados por el humo de la nostalgia. “¡Salud, por César Calvo!”, “¡Qué viva Hora Zero!”, gritan, celebran sus recuerdos.

Domínguez ahora tiene la salud jodida. Ha llegado a la edad de los achaques y las siestas prolongadas. Por ello se alejó del licor y las malas costumbres. En 2006 un tumor cancerígeno en el riñón lo obligó a ser operado. Para su bien, salió bien librado de la cirugía, pero desde entonces debe visitar todos los lunes, miércoles y viernes un hospital de EsSalud y realizarse durante tres horas y media una diálisis que lo debilita y le produce un profundo cansancio. Además, su corazón es un motor que necesita ser restablecido de cuando en cuando: en un mes decidirán si lo operan debido a un mal que le agita la respiración y acelera sus latidos: “tengo dos arterias calcinadas”, dice sereno y, aunque no entendemos bien a lo que se refiere, igual preocupa.

Sentado en un sofá, nacen los recuerdos y olvida los malestares. Domínguez apagó el televisor y dejó a la mitad un partido del Mundial. Ese en que Brasil le metió 3 a los chilenos. Con el fútbol recordó sus inicios en el Gráfico de Argentina. A los 20 años aprendió a captar goles monumentales y magnificas celebraciones. Desde entonces no ha detenido su gran angular con los personajes que se han cruzado por delante de su visor: Fidel Castro y Haya de la Torre; Chabuca Granda y Julio Ramón Ribeyro. Pablo Macera y Alan García; también periodistas y mendigos, niños de la calle y perros chuscos, negros de fina estampa o tebecianos con esperanzas, desnudos artísticos y calatos vulgares… en fin, retratando al Perú.

GARCÍA MÁRQUEZ
En la década del sesenta Domínguez trabaja para la agencia Prensa Latina de Cuba y fue comisionado para acompañar a un joven reportero a Panamá. Entrevistaron al presidente Arístides Royo. Culminada la cita ambos periodistas se dirigieron a un bar. Allí encontraron al bolerista Daniel Santos, este hombre de canto desgarrado, que endurece el bajo vientre y atolondra el corazón. El joven reportero lo entrevistó, luego vinieron los tragos y la buena noche. Terminaron cantando a voz en cuello: “ya yo me despedí de mi adorada/y le pedí por Dios que nunca llore/que recuerde por siempre mis amores que yo ya de ella nunca me olvidaré”. El Chino fue feliz en esa chingana panameña. Cantaba sus temas favoritos junto a su ídolo del bolero y junto a un joven periodista que dos décadas después se encargaría de romper los cánones literarios, hacer un boom, escribir Cien años de soledad y ganar un premio Nobel: Gabriel García Márquez, su compañero en los tiempos del cólera. “Con Gabo no me tomé foto”, se lamenta, regresando a este ingrato presente.

EL DOLOR Y EL SEXTO
Su hija Mary Domínguez –fotógrafa y periodista que radica en Barcelona- comenta una de las comisiones más dura que le tocó cubrir al veterano Chino. Fue en Uchuraccay cuando debió fotografiar el asesinato de ocho de sus colegas, entre ellos, su amigo y alumno Jorge Sedano. Se vio obligado a registrar la escena con lágrimas de dolor y lo absurdo de las muertes. Se enfrentó al cruel dilema de la información y al cariño por el amigo perdido. Al ser consultado ahora por aquel distante momento, dice, que solo se limitó a disparar. Hay momentos –y lo sabe muy bien Domínguez- en el que cada periodista tiene que hacer de tripas corazón.

Pero el dolor también te lleva a la aventura. En una ocasión debió fungir de estafador para ser llevado por ocho días al penal El Sexto, la que por entonces era la cárcel más dura del país. La misión no era sencilla: hacerse amigo de los internos, llegar al cuarto piso que conocían como el gallinero y fotografiar el hacinamiento en el que se hallaban los presos. Al tercer día su abogada ingresó a la cárcel con la cámara escondida y Domínguez se enrumbó al lugar: disparó y registró el pavor de los internos: Gentes caminando con los torsos desnudos, espacios inhabitables, cientos de cabezas con chuzos que se confunden entre el muladar y los barrotes. Unas cuatrocientas personas convivían en un espacio para cien. La foto salió publicada en Caretas y años más tarde en el Libro Los peruanos, de su propia autoría. En el libro se grafican imágenes que logró gracias a su viejo refrán: “Perro que no camina no encuentra hueso”. Un detalle final: ¿Cómo salió Domínguez del Sexto? Se descubrió que era periodista y que jamás estafó. Al noveno día salió a las calles y disparó por el Cercado de Lima.

NOSTALGIAS EN SEPIA
Carlos Chino Domínguez tiene más de un millón de negativos y actualmente viene digitalizándolos. En un año la Universidad Alas Peruanas compilará su obra y cumplirá un deseo del fotógrafo: que sus imágenes “se conviertan en los ojos del Perú actual”. Así lo describió Pablo Macera y así lo calificaron los distintos intelectuales que ven en Domínguez a un “sociólogo del lente”, un ex insomne periodista, de libres pensamientos y de vicios que no aniquilaron su ser.

Así está Carlos Domínguez a sus 76 años. Hombre que recuerda con Cariño al Chino Velasco y sus arranques revolucionarios, que habla de Chabuca Granda como si se tratara de una prima hermana con la que no se cansó de cantar y bailar valses mientras se embriagaba excitado por la jarana; así está quien viajó por Bulgaria, Italia, España y se llenó de amigos, muchos lo quisieron y también muchos lo odiaron. Hombre de contradicciones extremas Domínguez: es hincha de Alianza Lima pero llevó a la eternidad al legendario Lolo Fernández con una fotografía que hoy la Trinchera Norte- la barra popular de Universitario de Deportes- idolatra colgándola en una gigantografía y que la usa como símbolo de una batalla ganada, de idolatría suprema.

En otro momento, asegura el Chino, que nunca estuvo en planilla, y con orgullo, asegura que mandó “a la mierda” a cuanto director de diario intentó disminuir su labor. Recuerdos en sepia, los del Chino; miles, como sus negativos, que hoy, ante su partida quedan cortos ante su basta experiencia. Adiós.