lunes, 30 de julio de 2012

Al rescate de Chambi.

Texto publicado en la edición N°62 de Correo Semanal. Ocho páginas con fotos inéditas del fotógrafo puneño.

Por: David Gavidia.
Fotos: Cortesía Archivo Martín Chambi.


Claudio Pizarro, el máximo goleador extranjero en la historia de la liga alemana tiene la mirada perdida. Lleva la camiseta de la selección peruana de fútbol y sus ojos miran hacia un punto sin destino. La imagen del excapitán de la blanquirroja es una gigantografía y promociona una tienda de prendas deportivas a dos cuadra de la Plaza de armas del Cusco. Pero la imagen daña un poco la belleza de aquella casona que hoy funge de establecimiento comercial. Oculta una placa que es histórica: en ese lugar funcionó, durante la segunda década del siglo 20 y por 40 años, el taller de Martín Chambi Jiménez, el primer fotógrafo indígena de América Latina. 
Hoy, la casona republicana de aquel puneño -pionero en desnudar la complejidad social de los andes - también se lo dividen un hostal sin estrellas y un bazar de zapatos. Y, mirando con nostalgia aquel edificio, se encuentra Teo Allaín Chambi, nieto del fotógrafo que dio luz a los rostros y rastros del Perú andino: desea recuperar ese inmueble  y crear el “Museo Martín Chambi Jiménez” y exhibir de manera permanente las más de 30 mil instantáneas que su abuelo retrató.
-                     “Es nuestro gran proyecto y venimos trabajando hace años en él”, dice, quien se encarga de rescatar, promocionar y revalorar el trabajo de su abuelo con imágenes que  ya han dado la vuelta al mundo, como la serie de “El Gigante de Chumbivilcas”,  un indígena de 2 metros 10 que posa para siempre en harapos, o “La Boda de don Julio Gadea, prefecto de Cusco (1930)”, que fuera considerada - por su juego de luces y sobras- como una de las 100 fotos emblemáticas de la historia de la fotografía por el Museo de Arte de Nueva York.
Recuperar la casona parece una tarea imposible. Sobre todo por el valor que los actuales dueños le han puesto al inmueble: un millón de dólares. Para lograrlo, los familiares están en la búsqueda de capitales extranjeros y nacionales que decidan invertir en la adquisición y la implementación del edificio. “Hay interés de instituciones foráneas. Pero falta la contraparte peruana”, dice Teo Allaín.
-         ¿Y si no recuperan en el antiguo taller?
-         Tenemos el plan B.  Buscar una nueva casa en Cusco.
-         ¿Siempre en Cusco?
-         Sí.
El museo todavía parece un objetivo a largo aliento. En el camino, Teo, ha tocado puertas pero también ha venido trabajando para lograrlo. Desde hace 22 años difunde y organiza el extenso patrimonio gráfico de Martín Chambi, y desde setiembre del año pasado viene haciendo algo loable: el proceso de digitalización de las aproximadamente 30 mil placas y negativos que conformar el archivo.
En ese camino ha redescubriendo un material inédito e inacabable. Ese que alguna vez Mario Vargas Llosa describió: “Como un mundo donde aún las formas extremas de desamparo, discriminación y vasallaje han sido humanizadas y dignificadas por la elegancia”. Entonces, el gran universo Chambi se abre paso con los clásicos retratos de un Cusco aristocrático e indígena; con sus paisajes inaccesibles o con desnudos de la época; con niñas jugando con muñecas y campesinos indigentes que son, sin duda, las estampas de un fotógrafo andino que se identifica con lo que expone.
 EL VASTO ARCHIVO. Estamos en Cusco y hace unas horas terminó la peregrinación del Señor de Qoyllur Rit’i, se inicia la festividad del Corpus Cristi y en las calles se come el Chiriuchu, platillo tradicional que consta de cuy, gallina y huevera. Hemos cruzado la ciudad para llegar al nuevo archivo donde se viene trabajando en la digitalización. Es un privilegio llegar hasta acá. Es un sitio restringido y su dirección debe ser mantenida en secreto por razones de seguridad. Su fachada se confunde con la de otros negocios, puede ser una cabina de Internet o un Laundry Service. En el interior se observan fotografías tradicionales de Chambi: “La llama y el llamero (1930)”; “Víctor Mendivil junto al Gigante (1929)”; y su famoso “Autorretrato”. La luz es tenue y los muebles son los mismos que usó el artista en los años 40. En los distintos ambientes aparecen tesoros para cualquier apasionado de la fotografía: la cámara, el retocador, cortinas, diarios, caricaturas, diplomas, cuadernos personales y autógrafos de artistas e intelectuales a los que Martín retrató: Uno de ellos, el de la poeta y activista social Magda Portal:
“A Chambi, cuya fina sensibilidad de artista debe tanto el pasado, el presente y el futuro de la más peruana de las ciudades del Perú”, Cusco, 27 de noviembre de 1933.
Otro de los recuerdos que se atesora en el archivo son los recortes periodísticos de la época. Uno del diario La Prensa de 1927 informa sobre su exposición en el Hotel Bolívar de Lima y lo califica como: “El mejor fotógrafo andino”. Y La Crónica- sobre la misma muestra- no escatima en elogios: “Chambi, como artista, es mucha cosa”. En tanto, un verso del poeta cusqueño Luis Nieto lo bautiza como “Poeta de la luz [y] corazón de bandolero con pies de chasqui que siempre quiere irse”. Son un crisol de halagos sobre imágenes en blanco y negro, sepia y oro viejo. El tiempo, ya se sabe, solo puede ser atrapado por una fotografía feliz.
En medio de ese ambiente con historia se realiza la más ardua de las tareas. Las fotos inéditas, como las que acompañan esta nota, pasan por un scanner que recibe las placas de vidrio de 18x24; 13x18; 10x15 y 9x12 centímetros. Material guardado en un apartado seco y protegido con papel libre de ácido; cada foto (previa limpieza de la placa con aire comprimido o productos químicos) se digitaliza entre seis y 10 minutos a 300 dpi de resolución, lo que asegura la mejor calidad para ser impresas. Por semana se logra visionar 120 imágenes, y en un año y medio se espera culminar con todo el proceso.
“Todos los días nos encargamos de clasificar las fotos. Según mis cálculos, solo se conoce el 30% del material de mi abuelo, el resto está por descubrir”, afirma Allaín.
NO ES PROFETA. Si bien Martín Chambi Jiménez es un fotógrafo admirado por la intelectualidad peruana y extranjera, su trabajo no es muy popular entre las masas cusqueñas. “Martín ¿quién?”, se preguntó una promotora de turismo. “No sé, no sé”, dijo otra. Está claro, su nombre no figura en las guías ni en el boleto city tour de la ciudad imperial, pese a tener una muestra permanente de 107 fotos en el Palacio del Inca Tupac Yupanqui (local que pertenece a un conocido banco) en la calle Maruri de Cusco. Sin embargo, sus fotos sí son reconocidas por los visitantes. Algunos restaurantes adornan sus paredes con imágenes del tipo “Chicha y Sapo”; ambulantes piratean sus fotos de la ciudadela de Machupicchu y las convierten en postales, pero no incluyen el crédito del autor. Esto último provocó la indignación de Teo Allaín quien hace unos días decomisó el material de un pirata.

-  “Lo que me molestó fue que no consignaran el nombre de mi abuelo”, dijo, en defensa de lo que considera justo, ya que la verdadera misión de Chambi –afirma- era fotografiar lo positivo de cada rincón que visitara y darlo a conocer al mundo. Prueba de ello es una entrevista que Martín concedió a un periodista del diario El Pueblo de Arequipa en 1958, donde reveló el real motivo de su trabajo: “Desde que empecé a tomar la fotografía en serio, mi ideal fue solo uno: dar a conocer al mundo toda la belleza natural de mi patria y la imagen tan hermosa de las ruinas que hablan de nuestro pasado histórico, con el fin de promover en lo posible, de acuerdo a mis medios, el turismo en el Perú”.
Tarea cumplida la de su abuelo, podría pensar Teo Allaín, pues las fotografías del Poeta de la Luz han recorrido las salas de Nueva York, Madrid, Paris, Londres, Buenos Aires, Chile y Lima; y sus trabajos publicados en importantes medios como Variedades y La Crónica de Perú; La Nación y La Prensa de Argentina; así como en la internacional National Geographic. Lo que siempre llamó la atención fue su capacidad para inmortalizar ese universo que aprendió en el estudio del reconocido fotógrafo arequipeño Max T. Vargas; que siguió con el fotoperiodismo en Sicuani y que luego encontró en el Cusco la madurez y estilo personal que lo han catapultado como uno de los más importantes artistas de la imagen.
Pese a todo ello, el trabajo de Martín Chambi todavía no goza de la suficiente difusión que merece para llegar ese episodio épico que el destino le debe tener reservado. La falta de recursos y personal siempre son los baches con lo que uno debe aprender a tropezarse en el camino, sin embargo, los esfuerzos están: La familia lucha por el Museo y la Fundación; el banco que exhibe sus imágenes creó una agenda con sus fotografías, y una empresa postal diseñó un matasello con su retrato.
Teo sabe que las fotos están muy bien resguardadas y que su futura publicación, en un nuevo libro o en  una sala, será un hecho. “Son un tesoro… tanto esfuerzo no será en vano”, afirma, pero sobre todo, espera llevarlas a un inmueble cusqueño que las acoja para darle el valor y la dimensión que se merecen. Y no solo nos referimos al tamaño, como en esos restaurantes que sin licencia colocan las imágenes de Chambi a lo largo de un elegante pasaje, o como en Santo Tomás de Chumbivilcas, donde exhiben la fotografía de “El Gigante” en un marco de tres metros de altura, como contundente y real homenaje de revaloración a la genialidad de este domador de la luz. Pues, finalmente, esa sería la recurrente ambición de su familia: Darle el espacio que, sienten, su historia merece.

viernes, 13 de julio de 2012

El gigante más pequeño de Perú


TEXTO PUBLICADO EN LA EDICIÓN N° 8 DE SOHO PERÚ. Eliseo Arrieta, mide 2 metros 10, pesa 136 kilos, calza 54 y sigue creciendo. A sus 21 años, es el hombre más grande de Ayacucho, ciudad con personas de metro 60 promedio. Llega a Lima y la prensa lo convierte en estrella fugaz de diarios y noticieros. Esta es su historia.

David Gavidia.

Eliseo Arrieta no lo sabe, en unas horas se convertirá en estrella de televisión, pero eso será por la tarde. Ahora, en estos momentos, no.

Tiene 21 años, es huérfano de madre y campesino por necesidad. Ignora de cámaras digitales, luces en el rostro, maquillaje marrón sobre la nariz ancha, chueca y porosa como papa amarilla. Lo suyo es el cielo celeste y las nubes blancas que flotan sobre los andes Ayacuchanos. Su vida, no tiene nada que ver con la firma de autógrafos y las miradas curiosas. Su mundo está en el alimento cotidiano: camote, chuño; y en un lugar para dormir: sobre un pellejo de carnero que usa como colchón. En las próximas 16 horas llegará por primera vez a Lima y su vida cambiará. Pasará del anonimato a la popularidad. Se convertirá en portada de diarios. Posará para una sesión de fotos con el más alto y el más enano del Perú. Se reunirá con la alcaldesa de Lima. Le dará de comer a una jirafa en el zoológico y, sonreirá tiernamente para la televisión, frente a miles de espectadores que lo mirarán con esa displicencia que solo le dan a los personajes con anomalías físicas: Eliseo Arrieta Águila mide 2 metros con 10 centímetros, pesa 136 kilos y calza 54. Le diagnosticarán Acromegalia. Los doctores temerán por su vida. La prensa lo bautizará como el “Gigante de Huanta”... Pero eso él, a las 10 con 32 de esta mañana, no lo sabe.

La historia comienza con un reportero de televisión que se deja llevar por el rumor. En la comunidad campesina Putacca-Pucacolpa, a ocho horas de Huanta (Ayacucho), existiría un gigante temeroso de la gente. Un hombre de gran tamaño que es casto y  que, en el colmo del pudor, orina entre los cerros tapándose el bulto más con vergüenza que con orgullo viril. En las imágenes emitidas por el reportaje de aquel domingo, el periodista Renzo Madrid llega hasta el lugar y está listo para confirmar la noticia. Se presenta ante las cámaras jadeante, cansado, con la misma expresión que usan los reporteros para hacer creer que sufren por lograr una exclusiva. Llega. Abre los ojos, habla como si le faltara el aire. Está a 3 mil metros de altura. Y ¡al fin!, mira a Eliseo sentado sobre una piedra. El periodista se sorprende. No le saca los ojos de encima. De arriba hacia abajo. De abajo hacia arriba. Todo es grabado milimétricamente. Se saludan.

-          “Hola Eliseo... pero, ¡Qué Increíble!, mira esas manos... enséñalas”, le dice, guiando los dedos grandes y gordos y amoratados de Arrieta hacia la cámara. Luego los compara con los suyos y la diferencia es clara. Parecen las manos de un padre y un hijo. Una encima de la otra. Momento Kodak. Debe ser registrado.

A esa hora el reportaje sobre Eliseo ya alcanzó los 16 puntos de rating en un canal que no supera los cinco. La conversación continúa. El Gigante –como ya comienzan a llamarlo- es quechuahablante y su castellano paupérrimo. Frente a las cámaras, y delante del micrófono, se muestra monosilábico.

-          ¡Vamos a Lima!. ¿Quieres conocer Lima?, pregunta el reportero, en medio de ese paisaje de cerros ariscos y secos, de cielo alto y despejado, de sol radiante, de poco verde y de muchas ovejas.

-          Sí. Pero se pueden burlar.

-          ¿Quiénes? ¿La gente?

-          Sí. Sí, porque soy alto.

-          ¿Estás enfermo? ¿No te ha tratado un médico?

-          Nada, nada.

-          Piensas que tu enfermedad puede ser algo peor.

-          ¡Ajá!. La cabeza me duele.

Entonces inician el periplo que es transmitido paso a paso por señal abierta: Eliseo que muestra su casa. Ingresa, agachando medio cuerpo, por una puerta tan estrecha como minúscula para llegar a una especie de almacén lleno de baldes y ollas viejas. Eliseo que se tira al suelo de tierra para mostrar cómo duerme sobre una piel de carnero. Eliseo que viaja en la tolva de una pick up. No entra en la cabina del chofer. Eliseo en Ayacucho recibiendo propina de un público que lo mira con sorpresa. Eliseo cambiando de look. Eliseo en el estilista. Close up: Le hacen la manicure, la pedicure… pide que le regalen unos zapatos.

Ahora, frente a la pista de aterrizaje del aeropuerto ayacuchano, delante de aquella enorme nave blanca, lucha contra los nervios de volar: Un calmante para treparse al avión con destino a Lima. Y una escena final de su llegada triunfante mirando el frío y plomizo mar del Pacífico, ese falso Caribe peruano de horizonte tan gigante como los sueños que –ahora sí- Eliseo Arrieta comienza a fabricar. Todo en plano contrapicado y con un soundtrack que bien encajaría en la película Forrest Gump. Un reportaje lacrimógeno que termina con el comentario de los conductores: “Conmovedor realmente. Vámonos a una pausa”.

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A la mañana siguiente Eliseo Arrieta es portada de los diarios amarillos. “Gigante de Huanta llega a Lima y pide ayuda”. Es llevado a los programas de espectáculos y debe tolerar preguntas del tipo: “Y así de graaaande es tooooodo tu cuerpo”, lo que produce la carcajada del público y le genera una sonrisa nerviosa. Cada invitación llega cargada de inyecciones paternalistas: “Buscamos ayudar a Eliseo”. Gracias a la prensa, se ha convertido en sujeto de atención mediática, en nuevo producto televisivo, de esos que acaparan cámaras y son parte del reallity de mediodía con tufillo compasivo. Freakshow efímero. Rating fácil. Sintonía segura.

Eliseo no es un gigante. Ahora lo pienso, que me encuentro frente a él. 2 metros 10 puede medir un basquetbolista de la NBA. Y eso no lo convierte en un gigante. Sí en un tipo grande de rostro y extremidades muy anchas del ande peruano, donde el promedio de estatura no supera el metro 60. Seguro que eso llama la atención de la prensa nacional y extranjera, que ya le dedican reportajes con extensión de cortometraje.

Eliseo no encuentra ropa de su talla. Solo viste un buzo azul y una casaca del mismo color. Usa zapatos negros ortopédicos. No hay más. Por ello, en cuanto programa se presenta, solicita una casaca para soportar el frío húmedo de Lima. La ayuda no llega, pese a sus incontables pedidos. La excusa es la misma: No hay XXL en las tiendas por departamento. Pero en cambio, le han regalado un celular con televisor e Internet. Él, no sabe cómo usarlo. Tampoco tiene a quién llamar: es el tercero de cuatro hermanos dispersos en el campo, su madre murió víctima del terrorismo y su padre, con quien vive en Huanta, viaja a Satipo cada 15 días para cosechar y cultivar café. Ninguno tiene teléfono móvil.

A lo que Eliseo se acostumbró es a la buena comida. En la sierra tomaba sopa de chuño o almorzaba papa sancochada. En Lima, come seis panes con queso y dos tazas de quinua en el desayuno. La primera vez que llegó a un restaurante arrasó con un pollo a la brasa con papas fritas que bien podría ser consumido por cuatro personas.

-          “No como mucho”, dice, avergonzado.

-          “En realidad, come como para dos personas”, afirma una enfermera que lo tiene a su cuidado.

A los trece años Eliseo notó que crecía demasiado. Creyó que sería un tipo muy alto. Pero cuando le sacó dos cabezas a sus amigos y ellos se burlaban de él, decidió aislarse y refugiarse en su chacra. Se acostumbró a la soledad y a las pocas palabras. Se convirtió en un “gigante” acomplejado. Muy pendiente a las miradas que caían sobre él. Ahora en Lima, le toca enfrentar a este monstruo de miles de cabezas que es la capital del Perú. La adaptación parece difícil.

-          ¿Te gusta Lima?

-          Así es. Me quiero quedar acá. Acabar mi colegio.

Durante la primera semana también inició su tratamiento médico. Se le diagnosticó Acromegalia, ello provoca su gigantismo. Esta enfermedad nace debido a un tumor en la hipófisis y le genera el crecimiento exagerado de sus manos, pies, rostro y órganos vitales. A ello se suma una escoliosis lumbar por lo que su columna parece una gran S mayúscula. Sin mencionar la cadera no alineada, la pierna derecha chueca y un amasijo de várices que no le permiten caminar con normalidad por lo que debe usar bastón. Para evitar que siga creciendo deberán extraer el tumor con una operación al cerebro. “Hay que tener cuidado”, ha dicho el doctor Javier Marzano, quien tiene a su cargo el caso. La noticia fue recogida con tono necrológico: “Gigante de Huanta podría morir”.

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No hay mejor idea para levantar los ánimos del desfallecido que mostrándole casos extremos. De aquellos que aprendieron a convivir con las burlas y las miradas. Entonces, no hubo mejor idea que coordinar una producción fotográfica –a modo de visita motivacional- entre Eliseo y Fernando Del Águila, también conocido como “Largo”, uno de los peruanos más pequeño del país, con solo 96 centímetros. Y otra reunión con Margarito Machaguay, el más alto del Perú, con 2 metros 36 centímetros y que, hace 15 años, sufrió con el mismo acoso que ahora padece Eliseo.

La primera reunión es con Fernando Del Águila. El enano, actor cómico de televisión y vendedor ambulante, llega al albergue donde se encuentra Eliseo. Lo hace vestido de doctor y con un estetoscopio tan grande que la campana toca el suelo.

-          “Pero mira qué pequeñito, oye”, es la primera reacción de Eliseo.

La química es inmediata. Intercambian algunas palabras. Todo en quechua. Solo entiendo la palabra “siqui”, que significa “culo”. Supongo que hablan de las nalgas flacas de la enfermera que, un conocido hospital de Lima, designó de forma gratuita para su cuidado. Es la primera vez que veo a Eliseo reír con cierta desenvoltura. Largo es un comediante de vieja data. Tiene unos 53 años y ha participado en exitosos programas de televisión. No está ajeno a la lisura y a la palomillada. Por eso, ha pedido al Gigante se acueste sobre una camilla y pose para las cámaras vestido como paciente de hospital. Largo se para sobre una silla y coloca el estetoscopio sobre el corazón de Eliseo. Bromea con él. Ríen. Y los medios que fueron convocados para el encuentro buscan sus mejores ángulos. En unas horas el encuentro asaltará las webs, los impresos y los canales de televisión. El ánimo es fresco. Y ahora Largo, en castellano, le dice que todo saldrá bien, que la operación al cerebro es fácil, que no se asuste, que él mismo la podría hacer, pero en estos momentos no tiene ni el serrucho, ni el tiempo, ni las ganas, por lo que debe volver al Centro de Lima a vender sus caramelos.

Días después del comentado encuentro, Eliseo descansó de tanto asedio. Se olvidó de los set de televisión. Pero la calma terminó pronto.

-          Eliseo, Margarito llega a visitarte. Viene a Lima junto a su esposa y quiere pasear contigo. ¿Dónde quieres ir? ¿Al Parque de las Leyendas a ver animalitos?, le pregunta una periodista.

-          Al Parque de las Leyendas será, pues.

Aquel sábado Margarito Machaguay llegó desde Bagua, ciudad amazónica del Perú. Es un sujeto flaco y su rostro – no sé porqué- me hace recordar al de Anonymous, pero sin bigote. En sus brazos lleva tatuados un micrófono, porque es periodista, y las iniciales de su nombre.

La cita se da en el Parque de las Leyendas, el zoológico más tradicional de la capital del Perú. El encuentro es con un abrazo y el comparativo de estaturas es más que necesario para iniciar el show.  Margarito es una cabeza más alto.

-          Vaya, al fin puedo conversar con alguien mirándole de frente a los ojos; dice Margarito.

-          Dirás con alguien que está a tu altura; agrega su esposa, que le llega a la cintura y usa taco alto.

-          Si pues, señor; responde Eliseo.

Roto el protocolo del “hola, cómo éstas” y el “que Dios te bendiga”, ingresan al zoológico. Recorren sus pabellones. Previa coordinación entre la reportera y el jefe de marketing del Parque, Eliseo y Margarito son llevados al pabellón “Internacional”. En este lugar están los animales que solo se ven a través de la National Geographics: hipopótamos, cocodrilos, cebras y por supuesto, la jirafa Peggy, de cinco metros. Irónico espécimen para llevar a los peruanos más altos del país, pues de seguro, el sobrenombre de “jirafa” les cayó de golpe en algún triste momento de sus vidas.

-          ¡Caramba! tremendo gigantón. ¡Mira ve! más grande que nosotros. ¡Qué bacán!. ¡Pasu machu!, ¡caramba!; dice Eliseo, rompiendo su habitual mutismo.

El cuidador de Peggy, un sujeto de mediana estatura pero acostumbrado a mirar hacia arriba, invita a los gigantes a ingresar a la jaula. Una sorpresa que no estaba en el guión pero que para las cámaras significa el traveling perfecto para llegar al clímax de la nota. Eliseo-Margarito-Peggy, juntos en una toma tierna y eficaz, rodeados de un público numeroso que les da vivas desde afuera de la jaula. Los tres son parte de un espectáculo, casi circense.

Ambos con sus manos le acercan la alfalfa al hocico. Peggy, saca su lengua áspera y muestra  unos dientes amarillos y cuadrados. Toma el alimento y levanta el cuello hacia el cielo en una magistral parábola.

-          ¡Pasu machu, qué bonito!. ¡Jaja!

A Eliseo se le ve feliz. Camina tranquilo por el interior de la jaula, que es una especie de gran pampón. No se cansa de darle alimento. El público aplaude.

-          ¿Quieren conocer más animales?, les preguntan.

-          Claro que queremos conocer más animales; responde Eliseo.

Los llevan a la jaula de la Tortuga gigante. 

Aquella mañana pasearon en botes, comieron pasteles y sin querer, Eliseo tuvo un encuentro con la alcaldesa de Lima Susana Villarán, quien prometió ayudarle a conseguir trabajo. Él le comentó que quería culminar el colegio y había decidido estudiar ingeniería. Que quería hacer carreteras para su pueblo y una suma de sueños que se habían activado cuando él y su soledad arribaron a Lima.

Pasaron las semanas y Eliseo se convirtió en noticia de ayer, de ser portada en los diarios se transformó en una nota breve de 500 caracteres. Los canales se olvidaron de darle seguimiento al caso y su ayuda se hizo efectiva mientras los enlaces microondas generaban publicidad. Ya no obtuvo la mención de semanas atrás. Se acabaron sus 15 minutos de fama. Los reflectores apuntaron hacia otro lado. Y Eliseo, ni cuenta se dio. Desde entonces, las enfermeras que velan por su salud comentan que él se ha convertido en un sujeto más comunicativo y es el engreído del albergue en donde se encuentra desde hace nueve meses. Pero todavía es muy tímido, y mucho más cuando le hablan de amor. Aun así no logra romper con su dificultad de mirar hacia abajo para comprender el mensaje oculto que llevan los ojos de sus interlocutores. Es difícil para él que estuvo tan alejado al afecto y la atención. Todavía agacha la cabeza cuando le hablan. Más si tiene un micrófono delante de él. Su lucha por romper las barreras de ser tan grande en un país de estatura promedio continúa. Es el gigante más enano del Perú, y no solo nos referimos a su tamaño, sino a esa capacidad que tenemos para hacer pequeño al más noble de todos los gigantes. Pero eso él, todavía no lo sabe.

jueves, 10 de mayo de 2012

Miss relave 2012


PUBLICADO EN LA EDICIÓN DE ANIVERSARIO DE LA REVISTA CORREO SEMANAL (CS N° 53). Elizabeth Lino, autoproclamada última reina de Cerro de Pasco, y un "toxirecorrido" que intenta crear conciencia sobre la contaminación que continúa azotando a este otrora emporio minero.

Texto y fotos: David Gavidia.
Ante un inmenso agujero de 400 metros de profundidad, dos kilómetros de diámetro -y cuyo color plomizo y forma espiralada ahora nos recuerda al símbolo de Marca Perú-  Elizabeth Lino Cornejo se ve pensativa. Ella es la Miss Cerro de Pasco. Mejor dicho, es la autoproclamada Última Reina de este pueblo ubicado a 4 mil 380 metros de altura y cuyo cielo es tan percudido y gris, como el mineral que sacan de sus entrañas.
No es una reina convencional, de las que pasean su carácter altruista en carros alegóricos. Es de las que se preocupan por darle promoción a los “atractivos” de su ciudad, a través de un “toxirrecorrido”, que no es más que un circuito turístico por las zonas más contaminadas de esta “Villa minera”, que infecta la piel e intoxica los pulmones.


-          Quiero que el mundo entero conozca nuestras “maravillas”; explica con sorna mientras camina entre desmontes de relaves y pequeños charcos de agua amarilla, paisaje común en esta –aun definida por algunos- “opulenta ciudad”.
Pero Elizabeth Lino, no es una Miss. En realidad, es una narradora oral e investigadora literaria que desde noviembre del 2009 se enfunda en el personaje de la “Última Reina” para dar a conocer los problemas socioambientales de Cerro de Pasco, lugar donde nació hace 38 años.


Así intenta retratar con crudeza la realidad de esta tierra que hoy es devorada por ese hoyo que sigue en expansión y no perdona a sus 80 mil pobladores, quienes deben convivir rodeados de pasivos mineros que se filtran por la nariz, riachuelos de agua ácida que recorren las calles y escasas horas de agua potable, que son la suma de precariedades que provocaron que el Estado,  en diciembre del 2008, promulgara la Ley Nº 29293, que declaró de necesidad pública e interés nacional la reubicación de esta “Ciudad Real de Minas”.


A tres años de emitida la norma, la mudanza parece una utopía. La población sonríe cuando le hablan de ella. - “Qué va a ser, oye”, dicen. - “Vas a estar creyendo, tú”, comenta socarronamente la reina.
En tanto, las obras de extracción a tajo abierto continúan y, ante la certeza de la expansión de los trabajos, algunos vecinos negocian la venta de sus viviendas para que sean demolidas -como sus recuerdos- “a favor del crecimiento minero.


UNA REINA SIN PALACIO. Hace algunos años, una de esas viviendas fue la de Elizabeth Lino, quien ahora observa lo que fue la casa de sus abuelos. Ese espacio en la que pasó su infancia, hoy es parte de la minera y luce frente a un cerro de relaves. Al lado yacen los rieles de un tren que corre con el sonido de las cosas  oxidadas.
Conocedores de la poca voluntad política para lograr la mudanza de la ciudad, algunos pobladores continúan levantando sus casas de dos, tres pisos. Aparecen nuevos comercios, tiendas por departamento, modernizan algunos negocios. Otros optan por partir a San Juan, nuevo distrito ubicado en la parte alta de la urbe -a pocas cuadras del tajo y a dos minutos en taxi-. En tanto, la “Última Reina” -vestido negro, banda en pecho, corona en la cabeza- mira todo esto con la ironía que solo cabe en alguien que ve como un hoyo gris se traga y contamina el lugar que más quiere.


Así, el sarcasmo también es un mecanismo de defensa y Elizabeth Lino lleva la protesta en taco aguja. Como toda mujer de ingenio sutil y talento punzante, su reclamo difiere del puño en alto y el bloqueo de carreteras. Ella creó el “circuito turístico” más alto del mundo –una caminata de cinco horas a más de cuatro mil metros- que incluye un recorrido por el agujero y las calles aledañas donde se observan, excavaciones y mineros de casco amarillo; viviendas clausuradas y cañerías expuestas; calles cercadas por la minera Cerro SAC (antes Volcan) y muros que delimitan la zona con pintas con mensajes del tipo: “Propiedad privada”, y tiene el objetivo promover la candidatura del tajo como “Maravilla Universal y Paisaje Cultural Histórico de la Nación".


El recorrido incluye, además, una visita a la laguna Quiulacocha y sus aguas amarillentas. Hace un tiempo se realizó allí un experimento que consistió en meter a un pez en esas aguas tornasoladas y ver su reacción: murió intoxicado, 40 minutos después.


DESDE MI VENTANA, UN AGUJERO. Elizabeth vivió en Cerro de Pasco hasta los 17 años y desde su ventana observaba ese profundo hoyo. “Creía que todas las ciudades del mundo tenían un hueco por la mitad”, cuenta risueña. Luego entendió que no era así. Llegó a Lima buscando calidad educativa, viajó a España y recorrió parte de Europa. A su retorno ideó su personaje bajo la conducción de Miguel Rubio Zapata, director y fundador de Yuyachkani. Desde entonces está en esa lucha por la defensa del medio ambiente y demostrar que la minería manejada de forma irresponsable daña vidas y el ecosistema.
Para escenificar a su personaje, los zapatos se los regaló su madre. El vestido, una amiga; diseñó su banda de reina y la peina Azul, la Miss cerro de Pasco Gay. Su peculiar reinado durará hasta que la nueva ciudad sea construida y ella entregue el cetro a la futura Miss. “O sea, me veras saludando a la gente con canas”, explica mientras ríe.


Con Elizabeth recorrimos las calles de Cerro de Pasco y algunas parecen una metáfora de mal gusto: el jirón Plomo es paralela al jirón Plata y distante del jirón Libertad. Y entre  los rieles del tren y los juegos de los niños en Champamarca hay relaves sin malla de protección que aseguran un futuro de pulmones contaminados. Al terminar la caminata cada uno pasó su mano por el cabello y esta queda impregnada de un polvillo dorado entre los dedos. “Me estoy volviendo rubia con la minería limpia y responsable”, se ríe, en medio de ese granizo que cae como piedras sobre la cabeza y bajo una lluvia que empantana y descompone la ciudad.
Más realista, ella te lleva a comer unos panqueques con café tostado para sobrellevar el frío y el soroche, pero para despertar conciencias, realiza intervenciones públicas en plazas y mercados; usa las redes sociales y un blog para entrar en debate. Ha colocado una tienda virtual donde ofrece “Agua embotellada de psicodélico color amarillo” y “una grabación con los más altos decibeles de las explosiones de las 11 de  la mañana y 3 de la tarde para tener a la ciudad cerca, por más lejos que se esté”.  


En su blog publica poemas además poemas, habla sobre los mitos y leyendas y escribe cuentos con el Muqui como personaje principal; se enternece con un huaino y con una canción que Los Mojarras le compusieron a este pueblo de Capacheros.
Hace unos días Elizabeth llevo su personaje a México e invitó a conocer su pueblo como el primer destino ecológico para ir antes de morir. Fino humor que ofrece a través de un testimonio real y no maquillado por una ideología. Es la experiencia de haber vivido en este lugar que, como recuerda Manuel Scorza, está rodeado de maltrechas calles sin pintar, plazas sin árboles, calles fangosas y una Prefectura a punto de caerse como “la cáscara de una riqueza delirante”. Justamente eso es el sitio que promociona: la cáscara de una riqueza delirante. Y Elizabeth Lino Cornejo es su última reina.