miércoles, 29 de diciembre de 2010

Luces de Navidad

Solo recuerdo que di un salto. Pequeño pero eufórico. Por la televisión repetían las imágenes del gol. Fue un salto de niño de doce años, de un niño con heridas en las rodillas por tanto darle al balón. Estaba en mi cuarto junto a Luis, mi primo, que por ser cinco años mayor quizás prefirió guardar la calma y solo decir: “¡gol!”, un grito seco, frío, como el tono de un locutor con curso de oratoria. Fue un grito feo. El mío en cambio fue eufórico, un aullido que se escapó por la ventana e hizo que un vecino y amigo mío me gritara: “¡calla, gallina!”. No me importó, corrí hacia la sala en busca del abuelo, el “Papá Eulalio”, quien veía el partido en su televisor blanco y negro. Recuerdo su gesto al verme ingresar a la sala corriendo con los brazos abiertos gritándole: “gol, papá Eulalio, gol”. Fue una sonrisa tan sincera que nos llevó al abrazo. Fue un abrazo fraterno, de esos a los que llamo “abrazos de gol”.

Era las 9:15 pm de un miércoles 27 de diciembre de 1995 y junto a Papá Eulalio y a mi primo celebramos el último gol de aquel año: era el 1-0. El de la clasificación a la Copa Libertadores. Roberto Martínez –antes de bailar el Waka Waka y querer un choque y fuga con la Señora - había introducido el balón en arco de Alianza y nos regalaba, a los hinchas de la “U”, el subcampeonato del Descentralizado. En casa, mi mamá llegaba y encontraba el alboroto: yo en short y sin bañarme luego de haber jugado pelota toda la tarde, aplastando al abuelo quien me palmoteaba la espalda, y mi primo, grabando el partido en el VHS, la casa hecha un desorden pues la Navidad todavía no se iba del hogar.

- ¿Quién ganó?, preguntó ella, quien también es hincha de la “U”.
- Ganamos, le respondió el abuelo; hablando en plural. Y a mi mamá se le formó una sonrisa, leve, pero sonrisa al fin.

Veía a mi primo, al abuelo y a mí felices después de mucho tiempo, sonreíamos con la sinceridad de un viejo y la alegría de dos niños. Ese 95 había sido triste y marcado por la muerte de mi tío, el papá de mi primo, el hijo de mi abuelo. Salíamos de un luto y al fin una sonrisa sincera para terminar un año complicado.

- Tanto alboroto, dijo ella. Y nosotros seguimos celebrando. El árbitro, Alberto Tejada, había terminado el partido. Era casi las 9:30 pm y después de mucho tiempo la casa de Habich se llenaba de un poco de alegría, de un poco de luz, que no eran de la de los fuegos artificiales... ni muchos menos, de las luces de navidad.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Héroe del silencio


Elmer Escobedo Rojas, ex soldado del Ejército. Hace veinte años un ataque senderista lo dejó minusválido. Es un héroe de la guerra interna y vive en el Hospital Militar de Lima rodeado de gasas, enfermeras y gritos de dolor. Es un testimonio de la posguerra en tiempos de frágil democracia.

David Gavidia.

Su cuarto es oscuro. Aunque la luz del televisor ilumina las pálidas paredes de loseta. En la pantalla, un hombre llora su desgracia. Miles deben sintonizar ese talk show. Pero esta vez Elmer Escobedo Rojas no le presta atención. Tiene una laptop y prefiere revisar su Facebook, chatear con los amigos y comenta algunas fotos como si se tratara de una triste pero entretenida rutina. Esta acostado en su cama del Hospital Militar. “Así paso mis horas”, dice resignado. Su vida de minusválido, es más dramática que cualquier reality show.

Elmer, 40 años y ex soldado del Ejército intenta distraer su memoria. Los recuerdos aparecen en su mente como fantasmas que salen de ningún lado. Han pasado veintiún años desde que Sendero Luminoso lo acribilló en Aguaytía a él, a las cuatro patrullas que lo acompañaban y a veinte de sus compañeros. Veintiún años en los que las balas, las bombas, los gritos y esos confusos cinco minutos de ataque hirieron su columna para dejarlo lisiado.

“Fue un lunes 19 de junio de 1989. Eran las 9.30 de la mañana. Tenía 19 años. Una patrulla con soldados de Aguaytía encabezaba el convoy. Era para asegurar que el camino estuviese limpio de terrucos. Llevábamos el rancho frío, el armamento para las tropas. Íbamos veinte compañeros más. El primer carro pasó sin problemas. Pero ni el segundo, ni el tercero tuvieron la misma suerte. El cuarto intentó huir pero no pudo. Sendero nos había rodeado y lanzaban bombas y balas”.

Habían recorrido el país de Tumbes a Tacna sin contratiempos y ésta era la última misión que debían cumplir antes de regresar a Lima. Todo estaba planificado, al llegar a la capital volverían al Cuartel Militar Rafael Hoyos Rubio del Rímac y se reunirían con los amigos, contarían las experiencias y jugarían un partido de fulbito. Este momento nunca llegó, pues el viaje terminaba en tragedia.

“Yo presentía el ataque… no era temor, pero sabía que algo malo venía…cuando cayó la bala sólo quería que me maten”, recuerda Elmer al sentir que el proyectil FAL atravesó su cuerpo, perforó su omoplato izquierdo y -formando una “U”- bajó al intestino, cruzó el estómago, hirió la columna, dañó el pulmón y se alojó en el omoplato derecho, donde permanece hasta hoy, como un cruel recuerdo.

Lo único que sintió fue un profundo ardor. Y en medio: gritos, insultos, bombas, estallidos. Como una película hecha en sepia recuerda que sus ojos captaron las piernas mutiladas de sus compañeros y hombres vestidos con pasamontañas que les mentaban la madre... “conchetumare, conchetumare”.

Luego de unos minutos llegó una paz hiriente. Un silencio espantoso, apenas interrumpido por el sonido del viento y la maleza. Un helicóptero del Ejército intervino. Los senderistas huyeron dejando surcos de sangre...

Escobedo fue evacuado al Hospital de Tingo María y el diagnostico no fue alentador: la bala estropeó algunos nervios de la columna. No volvería a caminar. Pronto, Elmer se echó al abandono y perdió la fe en Dios. Renegó, blasfemó y se convirtió en un ser amargo. Siguió tratamientos psicológicos para que, al fin, aceptara con resignación su nueva vida en silla de ruedas. Una condición terrible para alguien acostumbrado al ejercicio constante y a largas caminatas.

El resto de la historia es una suma de infortunios: a su cuerpo le salieron escaras. Una, la del glúteo derecho, le fue mal curada y la herida penetró hasta el hueso. Por el descuido, le amputaron la pierna desde la cadera. Como si fuera poco, producto de males sucesivos y negligencias sin fin le dañaron la vejiga en una confusa operación. Ahora evacua a través de una sonda conectada cerca a su ombligo.

Elmer permanece internado hace dos años en el Hospital Militar y su cuarto, ubicado en el pabellón de quemados, se ha convertido en ese refugio al que llegan los pasos de las enfermeras y los quejidos de otros internos. “A veces me dan permiso para ir a casa”, confiesa, con el temor de infligir una norma. En este lugar prima el régimen militar y solo con la orden de un superior puede visitar a su esposa, que vive en Breña, en una vieja casona conocida como el Ex cuartel de inválidos, ubicada en la cuadra cuatro del jirón Restauración y que se encuentra a diez minutos de Palacio de Gobierno, a quince del Congreso y que resulta un refugio para los héroes caídos del Ejército.

La casona fue construida en 1927. Se trata de una quinta venida a menos y que el Instituto Nacional de Defensa Civil declaró inhabitable en 1997 debido a sus techos debilitados y a sus tuberías carcomidas; al adobe corroído por la humedad y a los hongos que nacen en las esquinas; a los cables expuestos y a los baños comunes que parecen desplomarse.

La casa de Elmer tiene sesenta metros cuadrados y en ella se suman sala-comedor-cuarto-habitación-lavadero-tendedero. Allí “Terkito”, como se le conoce al ex soldado en la Internet, se encuentra con los amigos: Uno de mano mutilada que se recursea como pintor de brocha gorda y otro con daño neuronal que camina apoyado en una silla de ruedas que le sirve de andador. Con ellos habla de los tiempos mejores, como cuando él araba el campo en Chachapoyas, su tierra natal.

Hace unos días Elmer visitó a su familia, la mejor terapia para luchar contra el estrés del encierro hospitalario. Se juntó con otros ex soldados heridos en el Cenepa o la guerra interna. Ellos llevan como estandarte: “heridos pero no vencidos” y cada cierto tiempo se reúnen con representantes del Ejército pues la institución les ha presentado un proyecto para demoler esta vieja casona de Breña y, se supone, convertirla en un condominio para soldados con discapacidad. Cada departamento será ofrecido a 15 mil soles a las familias que logren calificar y esto ha causado disputas entre los vecinos que luchan por imponer su voluntad: los que quieren ahorrar para salir de la precariedad y los que piden la gratuidad de la futura construcción o de lo contrario, prefieren seguir viviendo en esas condiciones.

“Vivir aquí es imposible”, dicen sus habitantes. Elmer ha recorrido incontables veces los pasillos de éste lugar y siempre más de lo mismo: el suelo es tan frágil que parece romperse como una galleta al ser aplastada.

Visitamos la casa de Elmer e ingresamos a su habitación vacía. Esta era una caja de recuerdos, un baúl de tiempos mejores. Una fotografía suya cuando era militar en actividad. Otra de su matrimonio con Jessica, luego de nueve años de relación.

Su boda fue un 4 de diciembre del 2009 y celebraron su amor con una fiesta interminable en donde abundó la ilusión por un mañana mejor. Estuvieron los familiares, amigos y ex compañeros del Ejército. Corrieron las felicitaciones y fue una noche prolija de felicidad.

Pero ese momento es parte del pasado y ahora “Terkito” está en su cama de hospital, rodeado de gasas y de vinagre para curar las heridas, visitado por médicos y enfermeras que llegan a preguntar si “¿todo está bien?”. En este cuarto del Hospital Militar Elmer Escobedo guarda un álbum con una imagen en la que ex ministro de defensa, Rafael Rey, lo abraza como un viejo amigo. Se encuentran en una actividad del Ejército y ambos sonríen. Uno que pide ayuda y el otro que dice cumplirá. Eran tiempos en los que Rey todavía no avalaba el Decreto Legislativo 1097 y no se postulaba como vicepresidente por la lista de Keiko Fujimori: como sea, su apoyo fue tan escaso como su poca moral.

- De estar sano, ¿qué es lo que más extrañas?, le preguntamos, luego de varios minutos en silencio.

- Ir al campo, a las chacras…extraño a mi mamá que murió”, responde, con un nudo en la garganta. No dice nada de su vitalidad perdida y sólo menciona que pronto será operado de la vejiga. Intuye que las cosas no cambiarán mucho y su futuro será más de lo mismo: una suma de precariedades, difíciles de sobrellevar.

lunes, 2 de agosto de 2010

Doctor Magnesio


Pérez- Albela es el doctor que receta, promociona y si por él fuera vendiese en cada esquina ese polvito, que dice mágico, llamado Magnesol. Este es el perfil del chamán de la medicina, quien esta vez no supo contener la paz interior que profesa.

David Gavidia.

El doctor José Luis Pérez-Albela no usa medias pero sí lleva una corbata azul. Además de dos anillos de acero que, dice, sirven para neutralizar las radiaciones. Se trata de uno de los médicos más carismáticos y quizás polémicos de la televisión peruana por promocionar el consumo del magnesio. Es capaz de irradiar un buen aura si habla de salud pero, esta vez, una pregunta incómoda lo crispó.

- Doctor, quienes lo cuestionan afirman que el Magnesol solo beneficia a tres tipos de personas: a los estreñidos, a los insomnes y a usted con su bolsillo…

La sonrisa de hace unos instantes se transforma. Se pone serio. La frente se le arruga. “Hay colegas que critican porque no saben de nutrición pues. Qué van a opinar. El curso no existe en la universidad. Mira los libros que aquí tengo (señala su vehículo) tengo doce libros que hablan de este polvito que cura muchos males. Un neumólogo del hospital Almenara, así ponlo, un neumólogo del hospital Almenara me dijo: “Ahora sí creo en el Magnesol, hermano…estamos tratando el asma con magnesio. Saben de sus beneficios. El decano del colegio Médico lo utiliza”, dice entonces, un poco excitado, casi irritado en las afueras del edificio RPP, donde acaba de grabar su programa “Vivamos felices”, que se transmite a través de las ondas de radio Felicidad.

- Doctor, se pica…
“Me sacan pica algunos colegas. ¿No vas a poner eso en la nota?, horrible si pones eso”, dice, sacándose el sudor de la cabeza calva y buscando una serie de publicaciones que guarda en la gaveta de su vehículo.

“Mira este libro, es de la doctora Carolyn Dean, y se llama El magnesio milagroso. Dice que es un suplemento requerido y habla de sus bondades y su valor terapéutico… no lo dice Pérez-Albela sino la-mejor-médica-del-mundo”, insiste, con gestos pintorescos. Mueve las manos, gesticula su rostro, acelera su voz. Pocas veces se le ha visto de esa forma. Suele andar feliz, de buen humor, irradiando optimismo. Las preguntas lo han incomodado aunque diga lo contrario. Él afirma que renegar te baja las defensas, ahora parece que hubiera sufrido un descenso.

Es mediodía y el sol de Lima aun quema. Irrita la paciencia. El médico –con 24 años ininterrumpidos en la televisión- parece víctima de ello. Se ha despertado a las cuatro de la mañana y su esposa anda de viaje. Cuida a sus cuatro hijos y corre de una cabina de radio a otra de televisión para luego visitar el Instituto Bien de Salud en San Isidro. En unos instantes deberá partir a Zárate donde se encontrará con un grupo de personas. Previo, ha corrido 5 kilómetros a las cinco de la mañana y tomado la fórmula que tanto promociona: Magnesol, un complemento nutricional a base de magnesio y zinc.

- ¿Es ético recetar, vender y distribuir su propio producto, doctor?
Es que yo no vendo el Magnesol, yo lo regalo. Esta mal lo que dices. Hace 33 años hice una fórmula, un laboratorio la elabora, es Cifarma, que es de Química Suiza. Cada día es lo que más consumo. Además, es lo más económico en el mundo. En el cono oeste lo venden a setenta céntimos el sobrecito en las bodegas. Han hecho doce congresos mundiales de magnesio, por qué nadie dice nada de eso.

Justamente el Magnesol es el sol en la vida de José Luis Pérez-Albela Beraún. Lo creó hace treinta y tres años con la finalidad de seguir sus estudios en la Universidad Federico Villarreal. Cursaba el tercer año de medicina, carrera que dejó en dos ocasiones por considerarla un poco fría pero que finalmente volvió para terminarla pues encontró en la medicina alternativa, su beta de felicidad.

-¿El Magnesol nutre su organismo y también es un trabajo rentable para usted?
Yo no trabajo, esa es una mala palabra. Trabajo viene del latín “tripalium” que significa tres palos y es suplicio, tortura. Yo laboro, hago servicio. Yo sirvo a las personas. Lo hago desde chico cuando vendía empanadas, hasta libros de pensamiento, los libros más pequeños del mundo a diez soles. Los dejaba en oficinas. Siempre buscaba culturizar y sanar.

La incomodidad aun se nota en el ambiente. Atrás quedaron las bromas y las chanzas. Le seguimos preguntando esta vez sobre ese pequeño imperio de la salud que logró construir con esfuerzo y corazón. “¿Cómo le va a “su revista” Bien de salud?”, un bimensual de 3 mil ejemplares que se vende en diferentes quioscos de Lima a diez soles.

“Esa no es mi revista… pues. ¡Uno no es dueño de nada carajo! Aprende esas cosas, dice y sonríe, ya más tranquilo, relajado o quizás con sorna. Él no cree en el apego y lo comentó en un programa de televisión. El video está colgado en Youtube y tiene más de dos mil visitas. Allí dice lo siguiente: “Lo que angustia es el apego. Cuando la gente se deja utilizar se convierte en objeto y nadie es objeto de nadie ni nadie es dueño de nadie. Ese apego hace sufrir a la gente”.

- Doctor, ¿Sigue picón…?
- No estoy picón…ando en mil cosas. Tengo mucha actividad.
-Tome Magnesol…
En el bolsillo de su camisa tiene un sobre para un litro del “complemento nutricional”. Lo saca, lo flamea. Lo muestra feliz. Parece un fanatizado, pero él asegura que no lo está... “Antes me decían loco magnesio… ahora mira”, dice en referencia a que, hoy por hoy, el tiempo –afirma- le dio la razón.
- Pero, ¿tomarlo en grandes cantidades no puede ser veneno para el cuerpo?
- “No”, dice, aunque sí recalca que los pacientes con insuficiencia renal deben consultar antes de beberlo. Sin embargo, aclara, que si se toma en exceso sí puede causar una diarrea. Todo en exceso es dañino. Un sobre contiene 2 gramos, que dice, es la medida justa.

En ese sentido, consultamos con diferentes especialistas y tanto, el nutriólogo Gerardo Borouncle como el presidente de la Federación Médica del Perú, Julio Vargas La Fuente, coincidieron que de ser tomado en grandes cantidades el magnesio (más de 5 gramos) puede causar alguna diarrea. En ese caso, el cuerpo lo terminará evacuando de un modo un tanto tormentoso. En realidad, ambos médicos dijeron que al ser el magnesio un componente necesario de nuestro organismo puede ser beneficioso. Pero también pusieron en claro que no es “el milagro” que se promete y que en muchos casos se magnifican sus bondades.
El doctor Pérez-Albela se defiende con una extensa bibliografía que explica los beneficios del magnesio: “sirve en el tratamiento de la ansiedad y ataques de pánico, asma, enfermedades intestinales, osteoporosis, hipertensión… previene la infertilidad, depresión, males del corazón”. Hasta la impotencia, ese mal que ataca silenciosamente a miles de peruanos pero que él-asegura- también lo soluciona.

Cinco kilómetros diarios
Con 58 años de edad cronológica pero “33 de edad espiritual”, corre a diario cinco kilómetros a las cinco de la mañana. O trota, o nada en la piscina, o escala algún cerro. “Al despertarme hago diferentes cosas para no aburrirme”, cuenta. No fuma ni bebe.
Se despierta a las 4 de la mañana y se duerme “cuando me da sueño”. Mientras dice esto, caminando, diferentes personas lo saludan, le alzan la mano, le piden consejos… le tienen cariño.
Cuando Pérez-Albela comenzó a trabajar vendía cafarenas, bujías de carros, y hasta frutas en el Mercado mayorista. También se prestó el carro de un tío y taxeó. No se le quita, es un hombre chamba. Ahora busca ingresar a otro ámbito, pero sin dejar de ser ese simpático personaje de la televisión. Recuerda con cariño cuando hundía la panza frente a las cámaras del talk show de Mónica Zevallos, por ejemplo. Pero hoy quiere que destaquen su faceta como catedrático universitario en la Villarreal y en la San Marcos o su imagen como conferenciante y deportista. Pérez-Albela fue campeón nacional en 100 metros planos entre 1970 - 1975.

El menú del doctor, a quien no le molesta que le digan el Ghandi peruano, es 60% cereales y menestras, 25% verduras y otro 15% de frutas secas. También cree en el ayuno moderado “los inofensivos y muy beneficiosos de un día y de tres”, que le dan reposo al estómago, intestinos, hígado, páncreas y le devuelven la alegría al cuerpo.

“Aceptamos que es saludable dormir una tercera parte de nuestra vida, para que los músculos, glándulas y el sistema nervioso se recuperen de las actividades diarias. Pero ¿qué hay de la digestión?”, se pregunta en uno de sus artículos publicados en su página web.

Uno de sus primeros acercamientos con la medicina oriental y andina fue cuando tenía cinco años. Sufría de estrabismo divergente. Tenía los ojos desviados. Visitó la gruta de la Melchorita chinchana y luego le pasaran el cuy para curarle su mal. Una vez que el roedor pasó por su cuerpo, operaron los ojos del animal y el milagro se dio. Como arte de magia -cuenta- los ojos del médico se corrigieron. Su explicación: “La enfermedad está en el cuerpo astral (el animal), no en el cuerpo físico”, dice. Allí pudo comenzar ese idilio con la naturaleza.

Consejos de vida en la cabeza
Lo hemos acompañado a su programa televisivo y radial. Pide en cabina que le pregunten sobre “La gestación en la mujer”. Domina el tema de la salud. Responde hasta por problemas en los huesos. Es una máquina de ofrecer soluciones: cómo enfrentar un esguince de tobillo, cómo tratar los males al riñón, cómo tratar una depresión severa. Y también habla sobre la indignación que le causa cuando los médicos le cortan la leche a las lactantes con una ampolla. Aconseja que los bebes sigan chupando el pezón materno si ocurre eso… “Y en treinta días volverá a salir la leche”, dice.

Una madre, que se halla trabajando en la cabina de Radio Felicidad, oye el consejo del Doctor y le pregunta: ¿Y si en vez de mi bebé lo hace también mi marido? “¡Que lo haga!”, responde muy divertido Pérez Albela. Ese hombre que, como él mismo se describe, es un niño grande y juguetón, que habla mucho y que busca que las personas hagan empresa y salgan adelante gracias a la fe y la sinceridad. “Sin-ce-ri-dad”.

Luego sale disparado de la cabina: ha grabado tres programas en casi una hora. Debe ir corriendo a otro punto de Lima. Él es así, se mueve de un lado a otro y parece que jamás se cansa. Tiene mucha paciencia. ¿Virtud heredada de sus prácticas constantes de las artes marciales, de su filiación a la Cruz Roja, su vocación por el masaje o su amor por la agricultura?.

Aun tiene los anillos de acero en los dedos índices para protegerse de la radiación y debe seguir su marcha en ese carro azul, lleno de libros y de cajas de Magnesol-muestra gratis. Ahora pregunta el porqué de la nota y la onda en la que será escrita. “Si no me gusta que les dé cinco días de estreñimiento”, dice a carcajadas… Que su pronóstico no se cumpla.

martes, 20 de julio de 2010

¡Vamos Campeón!

Sony Lachy Abriojo tiene doce años y Leucemia linfática aguda. Requiere un trasplante de médula y los gastos de operación, hospitalización y medicinas suman 60 mil soles. Obvio que la madre, ama de casa y el padre taxista, no tienen dinero por lo que requieren ayuda. Hace unos días Sony pidió un deseo: la camiseta de la “U” y conocer a los jugadores del club. Él necesita nuestro aliento.

Por: David Gavidia.
Foto: Tomada del Facebook de Universitario de Deportes.

Duerme Sony. Reposa un poco luego de la quimioterapia. Te han practicado sesenta en un año y dos meses, desde que te detectaron la enfermedad: una leucemia linfática aguda que consume tu vida de doce años y que no te permite ir por los caminos tropezando con la difícil tarea del crecer con normalidad.

A tu edad uno se ve peloteando por el parque. A tu edad, uno se enamora quien sabe por primera vez. A tu edad, se juega a las chapadas, se intercambia figuritas, se habla del mundial y se desprecia las cuentas de la casa, se adora el Play Station, y no se entiende eso del sacrificio de los padres. Pero no. A ti te tocó jugar al Llanero solitario y sufrir la embestida del destino: esperar a que la solidaridad de la gente sume sesenta mil soles para poner en marcha el trasplante de médula que necesitas para devolverte la felicidad que se te fue arrebatada. Suena dramático, sí… pero acaso, quién entiende del dolor ajeno.

Tu madre, a través del teléfono, cuenta que ayer le dijiste: “Estoy cansado, me quedo sin fuerzas”, y ella desconcertada te respondió: “No digas eso… tienes que poner de tu parte”. Y no sé si te convenció, pues andas con una depresión que no sólo te contamina de tristeza, sino también contagia a tu entorno de la más profunda pena. A tu madre, la doña del hogar que se enjuaga las lágrimas en la cocina y a tu padre, el taxista que intenta ser coloquial, pese a todo y “contra todo”.
Hace dos semana te decepcionó el equipo de tus amores: La “U” perdió el clásico ante Alianza en el Monumental y de seguro requintaste porque a nadie le gusta perder. Aun así, hincha de corazón, pediste un regalo: la camiseta crema firmada por la plantilla de jugadores. Un socio anónimo del club te la hizo llegar y ahora esperas a que los jugadores te la llenen de firmas. O quizás, que te lleven a conocer ese templo crema que se ubica en Ate, darles la mano al “Negro” Galván y a Rainer Torres, o decirle a Raúl Fernández cuánto admiras cada vez que se despega del grass y de un manotazo ahoga un grito de gol del bando enemigo. En fin, decirles cuantos los admiras cuando ponen el pecho y cuanto reniegas, si es que no la sudan.

La madre de Sony se llama Flora Esperanza Abriojo Soria y hace unos días declaró para elcomercio.pe. Allí explicó que la operación que requiere su hijo no es cubierta por el Seguro Integral de Salud (SIS) y que optarán por la clínica Ricardo Palma, “donde la intervención no baja de los 60 mil soles, entre exámenes previos e intervención”.

Mañana, Sony debe someterse a otra quimioterapia de cinco horas en el Instituto de Enfermedades Neoplásicas. Jodida intervención que lo deprime y lo debilita. Su madre dice que él ya no quiere recibir su tratamiento. Cada pinchazo de aguja le duele tanto. Las quimios le han “quemado las venas y le alteran el estado de ánimo”, las náuseas son síntomas secundarios que se hacen odiar tanto que prefiere no comer o no tomar si quiera, un poco de agua. “Él ya está harto, pero es un luchador”, confiesa doña Flora.

El próximo 13 de setiembre, Sony Santino Lachy Abriojo, cumplirá trece años. Este 2010 debió ingresar a primero de secundaria pero su enfermedad lo obligó a abandonar el colegio. Ahora descansa en su casa de San Martín de Porres y hace unos días se tomó una foto con la camiseta de la “U”: hincha guerrero, sabe, que todo crema sabe voltear los partidos. Este es uno de ellos: ¡Vamos, campeón!, que como entona la Trinchera: “la garra nunca muere”.

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PARA COLABORACIÓN

Elcomercio.pe informa que la familia vive en la Manzana L Lote 18 de la Urbanización Cooperativa PIP, en San Martín de Porres. Quienes quieran apoyar pueden hacerlo en la cuenta en soles del banco Interbank 132-3032685463, que está nombre de Flora Esperanza Abriojo Soria. O también pueden llamar al: 484-9525 y 997632062. (Doña Flora).

miércoles, 23 de junio de 2010

Graciela de Losada: la vida después de Felipe Tudela


El pasado dos de junio Graciela Lozada cumplió 80 años y en medio de su depresión sus hijos le quisieron organizar un cóctel a lo que ella respondió: “solo quiero a Felipe”. Esta es la historia de la señora a quien llamaron “arribista” y “tía aprovechada”.

Escribe: David Gavidia.
Foto: Archivo familiar.

Graciela de Lozada riega su jardín. Se preocupa porque ese pequeño espacio en las afueras de su casa en Magdalena no pierda ese verde alegre de los tiempos mejores. Es su rutina matutina, así como dar un paseo lento debido a un problema en la rodilla, siempre con un gesto adusto, ese de mujer a quien se le hizo añicos la moral.

El 11 de mayo cumplió un año sin ver a su esposo Felipe Tudela y Barreda, con quien el 8 de noviembre de 2007 contrajo nupcias en medio del escándalo público y acusaciones de grueso calibre por parte del hijo del patriarca de los Tudela, Francisco, el ex ministro fujimorista.

Durante ese año de ausencia, la señora Graciela Lozada subió quince kilos de peso “por la ansiedad”, confiesa una de sus hijas y, debido al golpe tan fuerte que le significó le sacaran “violentamente” de su vida a don Felipe, la pareja con la que compartió 30 años de su vida, “debe seguir tratamiento psicológico y siquiátrico”. El primero es para recuperar un poco la autoestima dañada y el segundo, para mantener el equilibrio emocional a través de los fármacos.

“Para ella es muy doloroso ese tema. Es como si le hubieran metido una dinamita en su vida”, dice Gracia Aljovín, una de las hijas de doña Graciela en la casa familiar de la calle Bernardo Monteagudo.
“Cada día la vemos peor. Le han demolido el autoestima debido a la campaña mediática que le hicieron: la han dejado como una ladrona, como una persona que se aprovechó de don Felipe para casarlo. Y la gente no se da cuenta que quien ha sido la verdadera víctima es ella, quien lo perdió todo”, describe Gracia, sobre la situación actual de su madre.

En tanto, Graciela de Lozada, se encarga de despejar su mente con visitas familiares y con actividades domésticas. Duerme mucho y durante las mañanas, tres veces por semana, sirve como voluntaria en la Casa de los ancianos desamparados en la avenida Brasil. El lugar es un asilo para adultos mayores de escasos recursos. Ella les brinda su apoyo, los visita. Uno de sus hijos se encarga de llevarla los lunes, miércoles y viernes. Llena un espacio vacío.

¿Se encuentra bien de salud?, le preguntamos en la puerta de su casa a doña Graciela de Lozada Marrou de Tudela. Viste pantalón beige y polo manga cero del mismo color. Se coloca un audífono y pide le preguntemos nuevamente a lo que ella responde: “Yo no hablo (de Felipe) porque es una cosa muy dolorosa para mi”, se disculpa, con una sonrisa opacada por la tristeza. Ya por teléfono nos lo habían adelantado. “La señora se encuentra cansada y está deprimida por ésta situación”.

La depresión aguda por la que atraviesa, afirma su hija Augusta Aljovín, es “aguda” y está clínicamente diagnosticada. Sin embargo, no se le nota en la apariencia. “Es que ella se guarda sus sentimientos, nos los exterioriza. Es muy recatada con esas cosas”, comenta. A la señora no se les ve débil ni baja de peso, tiene el cabello bien cuidado, y anda con los malestares propios de la edad. Es casi octogenaria. Afirman que anda con buen apetito, que debe hacer dieta para adelgazar. Que para triste.

Recién se le vio llorar
Como una triste anécdota, cuentan sus hijas, que nunca en sus vidas vieron llorar a su madre: “ni cuando murió el abuelo, ni cuando murió un sobrino de cáncer. Era una mujer muy fuerte. Recién, en este 2010, la he visto llorar de pena y por don Felipe”, dice Augusta Aljovín.

Para mejorarle el alicaído ánimo a la mujer que fue víctima de una campaña mediática en los medios, según afirman sus hijos, le propusieron hacerle un cóctel para el 2 de junio, día en el que cumplirá 80 años. La respuesta de la futura homenajeada fue: “Solo quiero a Felipe”.

“Felipe era el centro de su vida- dice Gracia-. Mi mamá se despertaba a las ocho o nueve de la mañana y lo primero que hacía era llamarlo. Toda su vida estaba organizada alrededor de Felipe, vivía para Felipe, era eje de su universo”, dice, describiendo lo violento que le resulta a doña Graciela, la ausencia de su compañero por casi 30 años.

Quizás por ello la Dama ignoró las declaraciones de Felipe Tudela y Barreda, quien en televisión la descalificó con adjetivos impropios -la acusó de secuestro, de que se quedaron con su dinero, pasaporte, que no la amaba, que era una interesada y que quiso lucrar con su relación- sin embargo, se indignó cuando en una conocida revista se reprodujo unas declaraciones de “Pancho” Tudela, en las que afirmaba que su padre usaba pañales.

“Qué horror, qué escándalo es ese para Felipe, qué se cree Pancho para humillarlo de esa forma declarando su intimidad, Fíjate cómo lo maltrata”, dijo Lozada Marrou, indignada y agregó: “No me importa lo que dijo en la televisión, solo me importa el estado en el que se encuentra ahora”.
La depresión aguda, cuenta un allegado a la familia Aljovín, empeoró el día que uno de sus integrantes le contó la supuesta situación en la que se encuentra el patriarca Tudela: tendría una embolia y estaría aislado: “la situación de la Señora empeoró. No le dolió lo que declaró el señor Felipe, pero sí la entristeció enterarse que él no podía ir al baño solo, que no se pueda levantarse ni para comer”, declaró la fuente.

¿En quiebra?
Mucho se habló sobre la actual situación económica de doña Graciela. Incluso, de un supuesto aprovechamiento para quedarse con la fortuna de don Felipe. En su descargo, la familia aseguró que su situación colinda con la quiebra por los gastos en abogados (solo en Estados Unidos habrían invertido unos 200 mil dólares y en Bolivia enfrentaron acusaciones de secuestro y allanamiento, por ejemplo).

“hay gente que nos ha prestado dinero para la defensa de Felipe y estamos vendiendo lo último que tenemos porque tampoco vamos a dejar a toda esta gente sin pagar. No podemos endeudarnos más… no tenemos para los abogados”, dice Augusta. Y sentencia con una frase que parece arrolladora: “”A mi madre le han pasado un rodillo por encima, económicamente, judicialmente y como imagen…en todo, todo”.

Actualmente llevan un proceso judicial de amparo para que se reviertan las multas que asciende a ocho millones y medio de dólares y que comenzó a enfrentar doña Graciela ni bien pisó suelo limeño en agosto 2009, cuando retornó, en silencio, desde Miami. La familia quiere apelar, pero aseguran “el Tribunal constitucional nos lo ha denegado”.

Como parte de pago le fueron embargados, a la señora, acciones de bolsa y lo poco que no se le quitó tuvo que venderlo para vivir un año sin ingresos. Hoy su situación económica, afirman, es más que complicada. “Debe pedir préstamos”.

Problemas como esos son los que trata de olvidar doña Graciela cuando riega su jardín o en sus paseos por Magdalena. La depresión no acaba con ella y sus hijas la apoyan para que no sea así. Sin embargo, andan preocupados por el futuro que le tocará enfrentar a doña Graciela y su vida después de Felipe Tudela.

domingo, 30 de mayo de 2010

Por la Victoria, soy hincha de la (U)


A la señora Paz, qué me cuida desde arriba... Historia de cómo una madre puede influenciar tanto en el fanaticado hinchaje de su único hijo y cómo, hoy, esos recuerdos se convierten en una lucha entre el quedarse o el extinguirse.

David Gavidia*.

Mi madre tiene la memoria extinta. Alzheimer, le dijeron con tan solo 54 años. Nadie sabe cómo se cura eso y mientras, sus recuerdos se diluyen en las inmensas lagunas de su cerebro.

Por eso hoy que veo a mi madre recostada en su cama, durmiendo, quiero imaginar que desde algún rincón de su memoria quedan rezagos de aquellos momentos de felicidad que compartimos. Como esos obsequios que siempre me supo entregar, sencillos, claro, pero que siempre venían teñidos de crema… siempre fueron los mejores. Mi madre se llama Victoria y gracias a ella, soy hincha de la (U).

Victoria me regaló mi primera camiseta crema. Era bamba y mal estampada. Una copia de esas que vendían en la avenida Abancay. Decía Calvo y tenía la quinta vocal bordada sobre el pecho ¡Qué linda camiseta! Era la Anchor, creo que la más bonita y la más nostálgica de la cual tengo recuerdo: la estampa del bicampeón 93.

La camiseta tenía impresa en la espalda el número 7, la de Ronald Baroni, ese delantero de bincha en la cabeza y venda en la mano que junto a “Balán” Gonzales nos hizo delirar con sus goles de fábula: zapatazos o chalacas; remates de lejos o balones encontrados, rebotes, paredes, tacos, o cabezazos, como el que marcamos aquella tarde del 10 de octubre de 1993.
Aquel día fue la primera vez que pisé tribuna. Y fue un clásico en matUte. Tenía ocho años. Por aquellos tiempos solo hablaba de la (U) y mi madre soportaba mis comentarios durante toda la noche. El talento de Zubzuck, las jugadas de Nunes y Martínez, la garra del Puma y lo insultos que caían sobre Reynoso desde el bando enemigo, cuando se dio lo del jale. Siempre hablábamos cuando ella llegaba de su trabajo, cansada. Yo era su único hijo y soñaba ser como los ídolos cremas que adornaban la pared de nuestro compartido cuarto.


Le comentaba que quería ser campeón como ellos, defender la Gloriosa, como ellos. Le dije que soñando me vi haciendo un gol ante Alianza en el clásico definitorio, que me vi celebrando y llorando de alegría, que es la mejor forma de llorar. Creo que fue ese un momento crucial. Una noche, ella cansada, casi durmiendo llegó a la casa del trabajo y feliz sacó dos boletos de su bolso: eran las entradas para el partido más importante del campeonato. U- alianza, en matUte, tribuna oriente, el domingo próximo a las 3.30. El ganador de aquella tarde se iba derecho a la lucha por el título nacional.

Los días posteriores se me hicieron eternos y el sábado previo dormí con la camiseta de la (U) puesta. Amanecí temprano y coloqué las pilas en la radio que llevaría al estadio. Partimos a las 11 de la mañana y llegamos a la cola cuarenta minutos después. Recuerdo las personas que cruzaban con la crema en el pecho en barrio enemigo, sin temor a ser golpeados. “Aquí estamos los cremas de corazón”, decían y coreaban el “llora, llora cagón”, himno inmortal, allá en matUte, dónde también jugamos de local.
Era bello sentir que formaba parte, al fin, de esa marea de cabezas que solo pensaban en gritar y celebrar por la (U). “Estamos en matUte y qué chucha va a pasar”, cantaban, cantábamos desde las pistas hacia los techos de los edificios donde los “cagones” lanzaban piedras o cualquier otro tipo de proyectil. Era la primera vez que oía ese adjetivo para los hinchas de alianza Lima: “cagones” (que por siempre escucharás). Recuerdo que sonreí por el calificativo.

Mi mamá se contagió de esa emoción y ya hasta cantaba. Cuando salió el equipo y las tribunas se llenaron de papeles picados y la fiesta se instaló ella ya hasta coreaba los nombres de los jugadores. Cuánta felicidad desparramada.

El partido lo recuerdo brusco y con poco futbol. Me parecía increíble el mirar a la Trinchera y junto a ella mi mamá. Más increíble me pareció cuando Nunes recibió un pase largo de Martínez y el “viejo” golpeó la pelota tras vuelta en U. Esta chocó en el palo, pero Baroni apareció, fantasmal, y conectó de cabeza la pelota que en slow se introdujo en el arco frente a tribuna sur, pidiéndole permiso al arquero, que se estiró, que gritó, que se esforzó, pero su frustración fue nuestra alegría. ¡Golazo!

Los jugadores salieron victoriosos con los brazos en alto y la gloria acumulada en la boca. La mitad del estadio celebró, la otra era callada y triste. Después de eso tú, mamá Vicky (ya en casa), hablaste de la fanaticada, de la gente y su contagioso entusiasmo. Aquel tanto significó el acercarnos al ansiado bicampeonato y la alegría de medio Perú ¿Recuerdas? Espero que sí.
Una vez afuera del estadio cayeron las piedras desde los edificios de matUte. No soportaban vernos salir de su casa victoriosos. Se armó el pleito con la policía y llovieron las botellas que reventaban en las cabezas o en la pista. Fue entonces que no te importó que nos corrieran a balazos, mamá. Ni que tomáramos el primer bus que nos sacara del estadio ni menos oír por la radio que en las afueras de matUte un gran despliegue policial se encargaba de contener la furia de aquellas gentes, ¿recuerdas?... Tampoco te interesó arriesgar tu billetera, ni los gritos, solo querías protegerme, “cuidado con las piedras”, me gritabas… y yo, en medio de la brutalidad, con mi cabeza gacha entre tus brazos, solo atinaba a decir: “¡ganamos mamá!”… y por dentro pensar: “gracias por hacerme feliz”.


Esa anécdota la repetías siempre. No había fiesta ni reunión familiar que no contaras la misma historia. Era un orgullo salir victoriosos de esa forma. Éramos cómplices de alegría. Luego vinieron tus preocupaciones, pues me escapaba solo a la cancha y te sacaba dinero para las entradas, nos peleamos y reconciliamos mil veces. Luego vino lo de tu memoria que se enfrasca en turbios momentos de tristeza. Luego vino que dejaste de hablar y la pena que nos haces sentir tus profundos e inexplicables silencios. Hace poco me viste con una camiseta de la (U)- con mi nombre estampado- y te dije una mentira: “fue la que me regalaste”. Sonreíste un poco, quise pensar que recordaste aquella vez, en la que me diste esa alegría y convertiste a este tú único hijo, en el fanatizado hincha que es ahora. Sé que no me creíste, mamá, pero aquella sonrisa reprimida me hizo sentir que me entendiste, que recordaste y que fuimos cómplices, como aquella vez…
Lima, 13 de abril de 2010.

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* El texto es una colaboración para la revista CREMAS, editado por integrantes de la Trinchera Norte, la barra popular de Universitario de Deportes y cuyo objetivo es demostrar que en la barra no todos son delincuentes, como los medios y la PNP intentan hacer creer. El testimonio fue publicado en la tercera edición de la revista, que vio la luz durante mayo, mes de la madre. Por ello el tributo y la publicación en este blog. Para aquellos que no encuentran la revista en kioskos o para los que no asisten a la Popular, domingo a domingo.

martes, 25 de mayo de 2010

Un camarada para Villa el Salvador


A propósito de la salida de Lori Berenson, aquí les dejo una entrevista que realicé al esposo de la norteamericana en la que anuncia su candidatura al distrito que dio cuna a María Elena Moyano.

Escribe : David Gavidia.

(La imagen es de internet)

Aníbal Apari Sánchez podría pasar desapercibido en la escena política sino fuera por dos motivos: se casó en 2003 con Lori Berenson, la ciudadana norteamericana condenada por terrorismo; y por su pasado como militante del MRTA, por lo que purgó condena en los penales más rigurosos del país, durante doce años y medio. El otrora camarada se perfila ahora como candidato a la alcaldía de Villa el Salvador y afirma sentirse “tranquilo con su conciencia”, en suma: dice que ya pagó y no reniega de su pasado. Por el contrario, hoy piensa igual que antes, ¿la diferencia?: “no volvería a la lucha armada pues no es una forma de hacer política que convoque a la población”.


El partido de Aníbal se llama Gana Villa y ya reunió las dos mil firmas para presentar su lista ante el Jurado Nacional de Elecciones. Ahora habla sobre la “democracia” ¿Menciona esa palabra, acaso, con resignación por la derrota del terror en los noventa? “No, pues nos movemos bajo ese marco. No hay resignación, simplemente somos una organización abierta a los cambios. Este mundo ya no es el mismo de los setentas u ochentas”, dice quien fuera capturado un primero de junio de 1991 en una escuela de adoctrinamiento del MRTA junto a Alberto Gálvez Olaechea y Rosa Luz Padilla, dos pesos pesados del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru.


Pasó trece años tras las rejas en una edad crucial: entre los 27 y los 40. Cualquiera pensaría que se trata de una vida desperdiciada entre Castro Castro o Yanamayo (Puno), y que fácil reniega de su pasado ¿Es ese su caso? “Si lo hiciera no podría mirarme en el espejo. Sería un desperdicio de vida hacerlo. Yo fui coherente con lo que pensaba en ese momento y por eso actué de esa forma”, dice y agrega: “Yo asumí mi militancia en el MRTA conscientemente. Nadie me convenció ni nada de eso. Estar con ellos implicaba asumir las consecuencias, tantos los activos y los pasivos”, cuenta sin remordimiento: “Yo no me fui a la cárcel por ladrón o violador. Sino por ser coherente con mis ideas”, explica el abogado de 47 años.


Y las ideas de Apari en aquellos tiempos eran las mismas que ahora, aunque suene irónico. “Yo sigo pensando igual, sigo pensando que la justicia no existe en este país y que es necesario cambiarlo”. ¿Cómo? “trabajando con energía”, dice, aunque no menciona más que los principales ejes ante un eventual gobierno suyo: “gestión eficiente de recursos públicos, servicios y buena infraestructura.


EL AYER NO LE PESA
Su pasado –afirma- no es una carga pesada con la que deba lidiar y sabe que sus adversarios políticos podrían señalarlo. “Qué lo hagan. Cuando pertenecí al MRTA yo era un hombre solo. Era un muchacho de 22 años que estaba en la universidad y si algo me pasaba lloraría mi viejo probablemente. Ahora hay un gran cambio”, subraya, seguramente pensando en su hijo Salvador, quien tiene menos de un año y está junto a su madre, Lori Berenson, en el penal de máxima seguridad de Chorrillos.


Sobre su relación con Berenson no quiere profundizar ni hablar. Algunos medios especulan sobre una posible separación ¿es eso o una forma de alejarse de dicha imagen que pueda dañar su candidatura? Silencio. “No hablo sobre mi hijo, ni temas personales”. Sin embargo, el fin de semana pasado la visitó en el penal. Apari también es su abogado y cuando se le pregunta sobre la pronta salida de la norteamericana, el mutis es absoluto.


La anécdota cuenta que Apari conoció a la Berenson en el penal de Puno en 1997. Fue amor a primera vista entre los tormentos de la prisión a 2. 800 metros del mar. En 2003, él libre y ella trasladada en el penal de Huacariz de Cajamarca contrajeron nupcias. Por estar con libertad condicional, Apari, no viajó desde la capital y no asistió a su propia boda. Su padre, Teófilo, fue en su representación. De inmediato la noticia saltó a la prensa y Aníbal gozó de cierta popularidad. En alguna ocasión –cuenta- un policía lo reconoció y lo felicitó. Le gritó: “¡Buena…buena!” levantándole el pulgar; otra señora lo abrazó. Es ese el cariño que dice sentir ahora que sueña con la alcaldía del distrito en donde vive. La cárcel, las muertes y el secuestro es un pasado oscuro para cualquiera pero él lo acepta “sin complejos”.


“El vivir esa experiencia para mi es una fortaleza porque la puedo narrar. No tengo temor en contarla, puedo decirles a mis adversarios políticos por qué me fui preso y mucho más. Así, ninguno de ellos puede juzgarme”, dice con la expectativa puesta en las urnas, en el voto y en la democracia de la que ayer renegaba.

lunes, 22 de febrero de 2010

Jodido hospital


Al que le caiga el guante, que se lo chante. Aunque generalizo a lo largo del texto, sé que también hay médicos esforzados y humanos, excelentes profesionales en los hospitales públicos. Pero como abunden de los otros, les dejo éste escrito... para aquellos que se sienten aludidos.

Escribe: David Gavidia.
Foto: tomada de http://www.ciudadaniainformada.com/

Mi papá está internado en un hospital y mi mamá frecuenta uno. Yo de niño estuve internado también. Mi panza me tumbó por varios meses debido a la falta de una vitamina que ya no recuerdo. Un dolor brutal me arrastró hacia el viejo catre de un tópico infantil (cama 202). Solo tengo en la mente, un plástico transparente que colocaron en mi brazo izquierdo, una inyección y un sueño profundo. Tan profundo como el dolor de mi madre al verme sufrir allí.


Desde entonces nace ese odio mío a los hospitales. Pues son, la residencia de los jodidos. Los lúgubres edificios que separan a los vivos de los muertos, el purgatorio terrenal que no diferencia entre buenos y malos, sino que es la pasarela de enfermos que dudan entre quedarse aquí o irse al más allá. La galería de imágenes de un final conocido: El doctor expide el guión. San Pedro hace el casting. Dios, es el director de cámaras y escoge el momento preciso. Hacen un Drama-forniqueichon. Un suspenso de vida… una pornografía del trato humano. Todos juntos crean un gran dolor.


Detesto esos viejos hospitales, en especial el Cayetano Heredia. Allí murió mi tío y un amigo mío, mi mamá se trataba allí y por unos días también me internaron. En fin, a todos… o por viejos o por mundanos, pero deberían cerrarlos. Por qué no se construyen nuevos y modernos, al menos otros que no huelan a muerto o que tengan aroma a Lavanda, que es la fragancia del telo recién trapeado.


Así como detesto los hospitales, odio las colas para las citas, las boticas y en especial a los doctores a los que se les escapan los caracoles. Médicos jodidos que no la chutan, que se les cruzan los chicotes, que tienen el mandil crema de tanto uso y la camisa de puños desilachados. Son otros jodidos también. O te agravan el mal o te llevan a la morgue. Algunos, así como tienen contrato o convenio con ciertos laboratorios deben tener lo mismo con las agencias funerarias. Dudo sean muchos los que curan, creo que son más los que te entierran.

Los doctores no te curan, te joden. O te cortan la pierna. Los doctores no te mejoran la calidad de vida, te la empeoran. Y pobres, qué sabrán ellos de calidad de vida si muchos tienen sueldos que dan pena, como los enfermos que dan pena, como las camillas que dan pena, como las cucarachas que caminan entre las sábanas y dan pena, como la comida que da pena, como el edificio que da pena, como todo ese ambiente que enferma y te apena. Como tu papá o como tu mamá que se muere y da pena… como todas esas escenas de dolor que joden y repito, dan pena.

Mi papá está internado en un hospital de EsSalud y está que se muere. Él pagó su vida entera un pinche seguro social pues tiene un cartón de docente, otro de sociólogo y otro de filósofo. ¡Lo merece pues!. Pero el trato que le dan es tan miserable que se anda muriendo de un cáncer y la cita se la dieron para tres meses después. “Al Estado le cuesta 500 soles día el mantener a un enfermo internado en un hospital”, me dice resignado, como si todo lo contribuido por más de 50 años no le fuera a alcanzar para una quimio… “Que se vayan a la puta que los parió”, le digo… Estado cabrón y su poca eficacia en el sistema de salud. “¡Alan presidente, pues… tu hijo se atiende en clínica privada!”.

Cuando recorro los pasillos del Cayetano Heredia, hospital al que frecuento casi todas las semanas no puedo dejar de sorprenderme con lo jodido que está. No es que me sorprenda tanto en realidad…sino que es la primera vez que lo vivo. Durante mis tiempos en La República escribí muchos artículos, de diversos hospitales, en los que denunciaba lo mal de la infraestructura y lo pésimo del trato al asegurado o al simple usuario que debe amanecer con el canto del gallo o con la primera combi para tener una cita de 10 minutos y obtener una pastilla que calme el dolor pero que no detenga del todo la enfermedad.

En sus pasillos se reúnen paralíticos y cuadripléjicos, anémicos y dementes, niños con problemas de conducta, señores con cataratas en los ojos, gentes con depresiones severas, acuchillados, personas con gastroenteritis, infecciones agudas, accidentados, moribundos, niños con enfermedades respiratorias, casi tísicos, gentes con TBC, VIH, chicas con el apéndice reventado, que se enroscan del dolor, cardiopatías, paros fulminantes, accidentados, gritos, llantos, desesperación, esperanza, un doctor que blasfema y tapa un cuerpo inerte, aun tibio pero tocado por la muerte, una doña que llora y se agarra a cabezazos contra la pared por la pérdida del único hijo, un adulto robusto que va por su examen de la próstata y suda frío, tan frío como el día en que dudo de su virilidad en el momento que jamás se le paró…

Un hospital es la cueva de las esperanzas, lugares oscuros que albergan un poco de nuestra fe…mucha de nuestras tristezas…la gente se muere, otros se curan, muchos desisten en volver para dejarse morir, como mi viejo. Por eso ya no hay dolor.

Qué culpa tiene uno de ser pobre. El ser miserable de bolsillo y no poder acceder a un adecuado servicio de salud. No lo digo por mi, por suerte, pues la persona que más quiero ahora anda por clínicas pitucas que te dan un trato humano: te llaman por tu nombre, su edificio huele a hierba natural, a incienso chino, se preocupan por tus avances y tus dietas, están alejados de la ciudad y en un bello espacio natural. Hasta por teléfono te siguen el tratamiento en el hogar. ¿En cambio los cagados, los jodidos del hospital? ¿Quién los cura, quién los atiende?... doctores que sobreviven curando sin saber que se mueren de sus propios males sociales: no tienen ni para el menú… se andan en combis o protestando una AETA mejor… a veces admiro a la Federación médica, otras, como habitualmente sucede, la detesto.

Ahora quién vela por mi amiga N que viaja desde Puente Piedra con su hija M, de dos años, para intentar obtener una cita con el pediatra. Ser pobre y con hija pobre es su millonaria desdicha. “¿Quién la cura, quién la atiende?, le pregunto en la cola y detrás de unas 30 personas que ruegan por una cita. “No lo sé”, me dice….

-“Estás jodida”, pienso. Un silencio toma el lugar y solo es roto por un inclemente aullido de sufrimiento. Alguien más dejó este purgatorio del dolor… para siempre.

viernes, 12 de febrero de 2010

Carnaval en mi corazón ayacuchano


Texto: David Gavidia.
Foto: Miguel G. Podestá, del site todoayacucho.pe

“¿A qué hora acaba esto?” La pregunta fue a una doña de zapatos pequeños y polleras inmensas que baila por la noche en la avenida 9 de diciembre, a 30 metros de la plaza de armas de Ayacucho. “Esto nunca acaba… no tiene hora”, responde. Su baile parece el movimiento de un cuerpo descompensado. Sus pies ordenan a la izquierda, pero sus faldas la llevaban a la derecha. Se trata de un movimiento curioso cuyo desbalance a todos les parece un gracioso compás, similar al oscilante péndulo de un viejo reloj. “Tic, tac; tic, tac”.

¿Por qué bailan?, pienso. Es tiempo de carnaval en la tierra de la libertad latinoamericana y la gente llena las calles mojadas por la lluvia de febrero. “¿Por qué bailan?”, no hay respuestas. Felicidad, tristeza, ¿Costumbre? Claro, el carnaval es el motivo, pero ¿Acaso el suficiente para salir con talco y pica pica mostrando los dientes apolillados por la coca chacchada, empinando el codo, bebiendo alcohol de 96° y, zapatear al ritmo de guitarras, tarolas, trompetas y bombos? No lo sé.

“¿Por qué bailan?”. Ahora la pregunta se la hacemos a un amigo viajero y romántico ayacuchano, Miguel Gutiérrez Podestá. “No sé”, responde. Hay cientos de personas reunidas en la plaza de armas, que ha sido acondicionada con graderías frente a la Catedral y junto a la Municipalidad de Ayacucho, por donde las comparsas desfilarán su canto y su danza. “¿Por qué bailan?” La respuesta, para alguien que viene desde lejos puede ser sencilla: En Ayacucho danzan, porque allí, como acá, adoran la escultura del movimiento, que también es la belleza del alma.

Fui feliz allí donde hubo dolor y hablar de Huamanga era abrir heridas que aun no cierran. ¿Museos de la memoria rechazados?, gobiernos corruptos de alianzas nefastas que aun intentan hacernos caer en la amnesia de la ignorancia. Ayacucho es la ciudad del chuzo que divide un pasado de terror y un presente de esperanza. ¿Patrias divididas?, ya no. ¿Nostalgias olvidadas?, jamás. ¿Reconciliación?, esperemos que sí.

El cielo ayacuchano se ilumina con un rayo. ¡Truenos!, fui feliz allí donde el gobierno intenta seamos ingratos de recuerdo. ¿Cargo de conciencia?, no. ¿Aprendizaje continuo?, sí. Se puede ser aventurero en tierras ajenas. Allá, donde reinaron los Wari, me queda la sensación de querer volver y reconocernos. No es floro, es autenticidad.

Volver. ¿Por qué? Pues me quedaron chicos los dos días de placer visual y la frase “¿Qué bonito, no?”, se me repite a cada instante en el oído, como eco silencioso de pasos que se pierden en las pampas de Quinua. Allí donde nos libramos del yugo español. O en la catarata de Paqcha Chirapa, donde llegamos para comprobar que la naturaleza te regala espacios de sabiduría en sus entrañas, donde jamás piensas que llegarás pero un día te toca conocer para retratar en tus pupilas esas imágenes grotescas de peñascos inmensos y valles verdes, con ovejas olor a humedad y lodo formado de lluvia placentera, como dolores de llantos ajenos que se ocultan en medio de arbustos para irlos descubriendo con cada paso y caminar.

Te digo, qué bonito es Ayacucho. Tuve suerte de sumarme a una aventura ajena y escribir esto que me suena a verso, nada de floro, sinceridad absoluta. Ser invitado de una historia que no debía ser la mía pero la tomé como propia para que me queden cinco fotos de sonrisas perfectas a las que me rindo, no sé porque, ni hasta cuándo.

Cada hombre tiene su ciudad. Y difícilmente pienso que la serranía ayacuchana sea la mía. Pero su religiosidad con miércoles de ceniza, su andar pausado y calles de adoquines destrozados y pistas de piedra mal cuidada se parecen al ritmo de vida que quiero llevar. Alegre por las mañanas, tierna por las noches. Apretada de día, mortal de nocturnidad. Bipolaridad de una ciudad moderna enclaustrada en un régimen de antigüedad.

Fui feliz en Ayacucho. ¿No es cierto?, la pregunta es trasladada a “X”. ¿Quizás a ustedes también? Anduve con soroche las primeras horas y el aire aceleraba mi corazón. ¿El aire?, sí, un aire escaso y frío. Fui feliz en un lugar en donde al gobierno le jode recordar su existencia. Qué vaya el MIMDES con sus limosnas caritativas de alimentos no perecibles, que vaya el programa Juntos y desmienta que las madres se embarazan por recibir cien soles por crío, que niegue que un niño por la plaza vende su cuerpo y que en el VRAE, donde reinan los bosques de tinieblas y enamoran los bellos parajes, los narcoterroristas malditos asustan y espantan. Cómo es de irónica la vida, uno es feliz en el lugar donde otros solo conocen llanto. Uno estuvo contento en un lugar que sufrió de desolación pero que goza de un cielo celeste, que conoce de justicias efímeras y de un sol dorado que anda por los cielos como el padre Inti que nosotros apreciamos. Ayacucho es una tierra a la que le ha tocado danzar con la más fea, pero donde, como reza el verso, “bailan, porque su pena espantan”.

La danza es una manifestación del alma: bailan los tristes y contentos, baila el quechua hablante y el limeño. ¿Quién no baila en Ayacucho?, el compás de las comparsas te marca el paso y el camino. Baila el rico y baila el pobre, baila el cholo y baila el negro, bailo yo y baila el choro. “¿Dónde está la billetera y los pasajes, el DNI y las tarjetas?”. Baila el alma en su estado más puro e intelectual. Bailas para liberar los demonios y dar los santos oleos a las almas adoloridas. Todos bailan en Ayacucho que por hoy es sinónimo de fiesta pues las casas de tejas a doble caída son adornadas con globos y serpentinas y sus 33 iglesias de estilo barroco - renacentista permanecen abiertas para pecadores sin pecados, cuna de párrocos héroes e hipócritas. La ciudad me sabe a cuy chactado y pachamanca, a chicharrón, a puca picante y a felicidad.

Felicidad que busco se filtre por el tiempo, que en estos momentos es la dilatación de la esperanza. Quiero que dure más, que las montañas que observas te acompañen siempre, como el cielo de estrellas tintineantes. Pediré que la noche de Ayacucho se extienda y perennice aquella caminata por las calles sin pistas y las trochas de la ciudad. Allí donde circulan riachuelos de lluvias, por donde se camina abrazado a lo que quiero mirar, solo mirar: luz, calles, soledad en las veredas, oír pasos en cuadras peladas, sí, lo sé, suena a utopía, pero existe, eso es verdad.

En Ayacucho observas la diversidad de culturas, la religiosidad de un pueblo, también lo pagano. Te sumerges un poco y rescatas que hay bondad en sus gentes, pero se mantiene esa maldita tara de hablar del terror. Cambiemos, sembremos la costumbre de revalorar sus ríos y lagunas, sus cordilleras y artesanos, sus casas de adobe y quincha, sus tejas con retratos de padrinazgos en fiestas patronales.
En Ayacucho el sol quema pero no arde. Y quiero recordar esa frase de “Ayacucho, ciudad que enamora”, para eliminar la mierda que ya es pasado y, hablar de una ciudad de contrastes y bella para el turismo. Presta para mochileros cautos de miradas perplejas, de esas que se dilatan con el tiempo, de aquellas que pintas y son espejos del cielo. Ayacucho es la ciudad de tradiciones ancladas, con pizcas de chicha y folclor.

Fui feliz en Ayacucho. En su hospedaje con mate de coca y desayuno con pan serrano, con su café tostado y mantequilla de vaca. Fui feliz en el mirador cuando desde lo alto observé la ciudad de noche, negra e inmensa. Fui feliz en ese policromo verde de texturas finas a 2 mil 800 metros de altura. Sonreí en Muyurina, ese campo recreacional donde juegan al fútbol los hinchas del Inti Gas y, por la noche ayacuchana, en el barrio de San Blas, acompañados de chela y papa con huevo para abrazar el hambre y el corazón. Para qué negarlo. Uno se enamora en esos instantes. Aunque las comparsas no crean en el amor (discrepo señora: yo sí). Uno se enamora porque oye el acorde de las guitarras y las gentes que cantan sus penas en yaravíes, porque bailan sus huaynos y se respira el quechua, idioma de sangre. Sangre que se observa en los pies con cada zapateo festivo de baile en carnaval, allí donde las mujeres guapean y conquistan, allí, donde los hombres nos dejamos conquistar. Cómo negarlo, ocultamos sentimientos, somos hipócritas de verbo y corazón, pero allá, he sido sincero de alma. Ayacucho es matriarcado y eternidad. Es cordilleras y sur. Allí se comprende que la vida sí es un carnaval, donde se refugia el inclemente en un cielo de nubes que flotan como copos de nieve. Allí, donde se le pregunta a la doña: “¿A qué hora acaba esto?” y “nunca” te repiten al instante. Solo en ese momento comprendes que es cierto, la vida a veces es un carnaval que sabe a Ayacucho con sus balcones coloniales, con su cerveza en las cantinas, con su andar de la mano por las pampas de la libertad, donde no cabe duda, se firmó la independencia, que a muchos le sabe a mentira, pero que por esos días a mi me supo a verdad.


2010 [La última confesión]

Quiero confesar que mis complejos me ganaron el año que pasó. Que no seguí una ruta fija, que mis caminos se bifurcaron y no supe, jamás, dónde llegar. Si pensé que el 2008 fue una etapa de conflictos propios y ello opacó mi poca luz, en el 2009 se terminó de extinguir ese algo que me daba fuerza y entré en confusión.

Primero fue en el aspecto sentimental. Confundido, raro, un año incipiente e impaciente, con muchas dudas en las que mis tormentos se dejaban apaciguar con pequeñas sonrisas que confundíamos con felicidad. El otro amor. El amor después del amor. ¿Cómo es eso?, era extraño y sin respuestas. Horas de preguntas y dudas, llamadas intensas sin motivación que podían durar horas en las madrugadas, conversaciones vía chat y hasta mensajes dramáticos de “feis” que hoy parecen lejanas a la realidad. Fotos, más fotos y fotos: en Lima, en conciertos, en bares, lejos de la ciudad, también… Idas y vueltas, apariciones y desapariciones. Rondas de trago y revelaciones absurdas. Arrepentimientos, tristezas, mentiras, largas caminatas por el centro de Lima…cuantos engaños acompañados de cigarrillos nocturnos, yo no fumo, no sé por qué lo hacía. Había un poco de alegría cuando oía a Sabina o a Serrat, o al Grupo 5, ufff… el Grupo 5… si la confusión es una ciencia, en 2009 debí ser el mejor discípulo de Confucio, ese “chino-japonés de los más antiguos que inventó la confusión”, Giosue Cozzarelli, señorita Panamá, dixit.

Envidié a mis amigos y compañeros. Por todo lo que lograron y yo no podía y no quería. Llegué a un punto de idiotez que envidié los goles de mi gente en las pichangas domingueras… No había fundamento en mis sentimientos, solo nacían de un lugar oscuro, como si fuera la liberación de un animal inseguro que nunca me atreví sacarlo a pasear sin correa. Siempre era más fuerte que yo.
Mis envidias no eran hacia una persona en especial, sino, a un conjunto de personas, a las que hoy por hoy me volví a acercar con cariño y sin rencor hacia ellos… ni hacia mí, que es el peor de todos los rencores.

Me odié tanto, me acomplejé tanto, me debilité tanto, perdí la pose del vulgar para convertirme en un vulgar, perdí logros y acopié frustraciones. No pedí consejos, cerré la boca y callé lo que me dolía… y hoy lo confieso con aliento a Johnny Walker y con una sensación rara de impotencia en las piernas, que se quieren mover, o correr, o salir disparados al mar y olvidarse de que hay problemas, siempre, por solucionar.

Tengo ganas pues, de salir disparado de la cama hacia ese mar turquesa, de espuma blanca y lizas voladoras, como en las mañanas mancoreñas, te digo: abrázame con tus olas que te envuelven como un remolino, con esa corriente que se mete entre tus dedos y cruza acariciando tu boca y tu nariz para dejarte un poco sin respirar y con los labios salados; es cuando miras al cielo y observas el firmamento celeste, celeste e inmenso, sin límites con el mar, como la vida…sin límites, sin límites, solo tú, la liza voladora y la pequeña ola de remolinos espumosos, que es la vida, que es la paz…

Perdón, divagué.

Admiré mucho, me distancié mucho también, de la gente que quiero, por ejemplo, me alejé de otras personas que me hicieron daño, odié a mis patas de trago, por borrachos, odié a otros por marihuaneros y coqueros. Me alejé de todo tipo de vicios extraños, como el pincharme los dedos y verlos sangrar. Me pegué mucho más a la lectura y en la escritura experimenté estilos, nunca salió nada que me convenciera. Cada texto era una oda a la mediocridad, por eso dejé de escribir.
En lo laboral. Renuncié hasta en cinco ocasiones al trabajo, todas de forma mental, hasta que en realidad lo hice. Harto de lo rutinario y aburrido. Pasé de Sociedad a Deportes en La República y en esta última etapa, exploté… ya sin el apego de mis amigos de sección, sin el filing que siento por lo humano y lo social, traicioné confianzas, es cierto. Gente que apostó por mi le metí una puñalada. Debo afirmar que cuando acepté mi pase a Deportes lo hice motivado más por el dinero, más por hacer algo nuevo, más porque sabía me sería más fácil salirme del diario desde esa tribuna que desde Sociedad. Dije tres meses y cumplí. Al tercer mes renuncié, sin remordimiento. Me fui sin pena y sin gloria, despidiéndome de algunos, sabiendo que le decía adiós a una etapa que incluía, no solo un apego laboral, sino también sentimental. Good Bye, mi friends.

Lo de mi mamá llegó luego, y ya no quiero redundar más en el asunto (ver el pasado post). Llegó como para darnos lecciones. En ese segundo semestre del 2009 aprendí lo que es sudar la gota gorda, había que parar la olla de la casa, ver por los servicios, estar atento a lo que ocurría en el mercado, una suma de cosas que te hacen más fuerte y aprender a la mala. Nunca supe mantener un hogar, tuve que comenzar de golpe y sin dudar.

En tanto, frilanceba, no conseguía algo fijo, como hasta ahora. Pero luego, llegué a una ONG, donde sentí que estafé a la gente. Me sentía un inútil sin saber qué coñazo hacer, no sabía por dónde empezar ni cuándo terminar, siento que solo entregué mediocridad, fui una gran decepción. Nadie me lo dijo, pero seguro lo pensaron.

Debió ser mi peor papel como trabajador y lo acepto. Reemplacé a una amiga que salió de licencia pre y postnatal. A ella, mi agradecimiento eterno, aquel sueldo, me salvó el pescuezo. En medio del trabajo de prensa institucional (que confirmé no es lo mío) editaba la portada de Terra Perú los fines de semana y seguía, como podía, mi maestría de Literatura en la Universidad, con tropiezos incesantes. Pero allí, dándole…
Y así acabó el año. Jugando al borde del reglamento, esperanzado en que algo bueno siempre sucederá. Armando Campos, director del diario El Men, alguna vez me dijo: “cuando estés debajo de la ola alégrate, porque ya te tocará estar arriba”. Y este 2010 pedí revancha.

Comencé el año sin trabajo y jugando al faquir: renunciando a todo “frilo” que me alimentara de dinero por la convicción que tengo de conseguir un nuevo trabajo al que le debo dar prioridad. Pienso, debe ser en algún lugar que sienta me dé la oportunidad de crecer como profesional, de aprender y sobre todo de ganar un dinero que me permita estar tranquilo para mantener la casa y este bolsillo juerguero. En esas andamos…
Me fui a Máncora, al hotel que tiene un tío mío a pasar 15 días. Las vacaciones me hicieron bien. Fui con mi mamá. Regresé más negro y relajado, con la convicción de encontrar cosas buenas y nuevas. Por el contrario, Lima te contamina: hallé que el teléfono, el cable y el internet no estaban pagados, que la tía del segundo piso me piteaba por la deuda con el agua, que mis tarjetas de crédito, y las que no son mías, debían ser canceladas, las financieras ya jodían con su rollo de mandarme a las centrales de riesgo del país... Toda una vaina gris.
Pese a ello no se me fue el optimismo. Pese que a que el dinero se me acaba y la impaciencia me gana. No importa, lo juro, no importa. Positivismo total… Para este 2010, que para mi recién empieza, prometo florecer. No solo me compraré un carro sino que conseguiré un trabajo en el que me sienta feliz. A ello se sumará que escribiré más… iniciaré el proyecto de una novela, creo que ya es hora.

No sé qué narrar. Entrenando se aprende. Quizás hable de todas las malas experiencias, seguro heriré personas, pero busco sincerarme con todos e iniciar de nuevo con honestidad. Aceptando los errores, es una forma de reconstruir. Confesando lo que te duele es una forma de sentirse mejor.
Intentaré viajar más y si se puede irme al extranjero de visita o comisión. Ahorraré dinero y cuidaré mi salud, me quitaré la pose de vulgar y me convertiré en solo un vulgar, jaja… eso es broma. Construiré una pose más estilizada, quizás un dandi al estilo Valdelomar o un Chocano egocentrista. La pose del posero, qué más da.
Quiero sonreír y mucho. Mi felicidad anda apañada, estamos intentando limpiar mi estrella para que todo salga bien. No tengo más metas precisas, las iré construyendo con el trámite de los días. Este 2010 debe ser bueno, escribiré más, lo prometo, me meteré en menos problemas y juro que dejaré las confusiones sentimentales a un lado. Iré más seguro, seré menos autocondecendiente, me comunicaré mejor y no dejaré las cosas a medias, me aventaré más, lo que seguro me traerá muchos rebotes… me afligiré menos, en cuanto a ese problemilla orgánico que tengo en mi corazón, lo trataré…tengo mucha vida por delante. La alegría es sana, el cielo, como el mar, no tienen límite, como la construcción de mi paz.
Hoy almorcé con G., una chica guapa de cejas pobladas y ojos de encanto, mientras comiamos, un Dragón Chino pasó por el frontis del restaurant. Se iba a la calle Capón: “Mañana es el año nuevo chino… feliz año”, le dije, y ella sonrió: “Feliz año”, respondió y yo pensé: “Era cierto… esto recién comienza, aun me queda mucho por avanzar... El 2010 es mío”.

PD: Esta fue la segunda y quizás la última confesión de parte que hago en el blog. Gracias por comprender, por leer y por su paciencia. Gracias por sus críticas y comentarios... sé que muchos se han quedado sorprendidoss por lo que cuento. Todo fue parte de una mala etapa. Ahora, volvamos a la crónica y a los buenos tiempos.

lunes, 8 de febrero de 2010

Carta a Dios [Si el receptor existe]

Te escribo después de mucho tiempo o quizás es la primera vez que lo hago. Cuando la ciencia se acaba, no nos queda más que la fe. Y si en realidad existes, Dios, sabes a lo que me refiero. Mi mamá está enferma y ya no sé qué más hacer.

Po eso te escribo, pues me dicen que te gusta hacer milagros, que cuando la ciencia o la tecnología desaparecen basta un poco de agua bendita para curar las heridas, y las heridas de mi madre son funestas, si la depresión se mantiene, la puede matar de pena atacando su corazón, que es lo más bello que ella tiene.

Su depresión es severa y los doctores no saben qué hacer. “Se nos escapan los caracoles”, han dicho entre ellos. Yo los oí. Ella ha pasado de un policlínico a un consultorio particular, de una conocida clínica y a un hospital. Los doctores hablan de un largo tratamiento, que tengamos paciencia y le demos mucho amor, que todo lo malo pasará ¿pero cuándo?, me pregunto a cada instante. Nos dijeron un año o seis meses, ya han pasado siete y cada día la veo peor.

En mi familia no perdemos las esperanzas pese a que ella dejó de hablar, pese a que no coordina bien sus acciones y parezca un alma en pena, con mucha pena. ¿Qué es la depresión? ,¿La pena que sentí cuando mi chica, a los 15 años me cortó?, ¿La tristeza que tuve cuando murió mi perro de 16 años, o la etapa en la que tuve que andar metido en pastillas y marihuana para olvidar que las decepciones más dolorosas son las que se provoca uno mismo..?. nada de eso, esas son payasadas de adolescente idiota qué no sabe qué hacer con su vida: depresión es esa enfermedad crónica que no sabes cuándo acabará, si con la muerte o con la cura o el remedio. Depresión es ese mal que ataca el sistema nervioso, lo debilita, lo destroza y en el caso de mi mamá, te lo recalco Dios por si no lo sabes, pierdes la memoria, lloras todo el día, dejas de dormir, se te va el hambre y el sueño y con ello los sueños y las ilusiones, pierdes autoestima y esperanza, colapsa tu cerebro, ingresas en shock y tu único motor es el dejarte morir sin motivación. Así esta mi madre, Dios, y tú lo debes saber bien.

Las pastillas no le hacen, ningún tipo de medicamento tiene el efecto esperado. Te hechas al olvido y hace mucho que no te escucho reír, solo llorar, llorar, llorar… hace mucho que no oigo tu voz, hace mucho que no me dices “Davicito”, hace mucho que no eres la misma, sino esa marioneta en la que te has convertido, dependiente y sin esperanzas, una muñeca de trapo a la que hay que lavar y cuidar y alimentar, porque sola ya no quieres o ya no puedes….

Por eso te escribo Dios, por eso te reclamo Dios, porque carajo te metes con los justos. Te recuerdo que hace un año mi mamá se reía a carcajadas con mis historias, me alentaba a seguir con mi vida y mi trabajo, te recuerdo que hace un año era capaz de movilizarse sola, llamarme al celular e invitarme un pollo a la brasa, que hace un año me visitabas en el periódico y comprendías mis dolencias del corazón, por qué si eres tan buena te pasa esto…es justo que a los buenos les hagas la cagada, Dios… ¿es justo?

Ayer fui a la misa del Padre Urraca en la iglesia La Merced, del Centro de Lima. Me paré junto a una columna y fijé mi mirada en la cruz que se alza por encima de toda una pared. Creo que fue la segunda vez que se me escapa una lágrima en todo este tiempo de la enfermedad de mi madre, Dios.

La primera fue en una noche de setiembre, cuando de impotencia mordí las almohadas del sofá para que nadie escuche mis gritos y no dudé en maldecirte y blasfemarte. Lloré diez minutos y me juré no volver a hacerlo por culpa de su enfermedad. “Juro, que sin ser médico yo te curo”, le increpé a Dios, al Padre Urraca y a todos los santos como en esta carta lo hago: “CURA A MI MADRE, CARAJO”, te dije, y no volvimos a hablar. Llore cinco minutos más, Luego salí a encontrarme con mis amigos, y maquillar mi rostro con una sonrisa fingida, una felicidad apañada por ti.

Fui a la misa por una promesa. La cumplí. Mi mamá aun cree en ti, como en el Divino Niño, “el Doctorcito”. Junto a ellos recé un Padre Nuestro incompleto y un Ave María extraño, no recordaba bien lo que era hacerlo y fue cuando noté que hubo gente a mi alrededor que me miraba, quizás por el rostro desencajado y la mirada perdida, no lo sé, pero me miraba. Y yo que seguía insultando y maldiciendo en frente tuyo. Juzgando a la vida. Por cabrona. Por mala. Por perversa. Te la agarras con los débiles y cagas a los buenos. Los malos, ya LO veo, anda en un pie de felicidad, caminando cobrando sus cheques y haciéndose el rico. Dicen que todo es karma, la bondad volverá a nosotros que trabajamos por el bien, tu estas maldecido. No lo digo por ti, Dios, tú sabes a quién me refiero.

Recé y oré por mi madre, solo por ella. No te pedí por mi salud o por mi trabajo ni por mi padre, que anda arrastrando su poca vida producto de un cáncer terminal. Él ya vivió sus 74 años y nos hemos reconciliado hace poco, después de muchos años en los que maquillé nuestro distanciamiento con su muerte ficticia. Mi madre, con 54, mujer guapa y separada, con un solo hijo de 26 es para que goce lo mucho que le queda de existencia. Solo recé por ella y tú lo sabes Dios, tú lo sabes. No nos hagamos los tercios, que si en realidad me escuchas, conoces muy bien la
historia.

Apelo a ti entonces, a la fe que trato de construir para creer en ti, para ser parte de ti. No te pido más que por ella. Que la vuelvas a su estado de gracia, en la que me llamaba “Davicito”, en la que como hace seis meses me invitaba pescado frito en Habich. Antes que tu estado de demencia te consuma y te vuelva temblorosa y llorona, antes de que tu depresión se convierta en nuestra más grande pena, antes de que toda tu alegría se convierta en decepción.

Veo una foto de hace un año Dios, y veo a mi mamá con muchos kilos más y sin ojeras, con la tez rosada y no pálida, con los labios que aun pronunciaban sus deseos. Hoy que eres marioneta en vida te pido le devuelvas su dignidad de persona, que le devuelvas lo mucho que le has quitado. Prometí no llorar porque sé todo acabará pronto y en tu cumpleaños bailaremos alguna cumbia de moda. Mientras tanto tú quédate en el Norte, que la brisa del mar acompañe tu sueño, que las gentes alegren tu existencia, yo me vengo a Lima a enfrentarme a la mierda que puede ser la ciudad, a cambiar nuestro mundo a alistarte las sábanas de tu cama y plancharte la ropa que tengas ajada. Dios, si en verdad existes has el milagro, la ciencia ya no sabe qué carajo hacer, te propongo un trato: te regalo 25 años de mi vida, 50 años de mi vida por la salud de mi madre. Cúrala. Si ella no está, yo tampoco quiero estar. Si ella está, yo estoy. Ayer soñé que estaba sana, y quiero sea así. Analiza mi propuesta.

Adiós.


PD: No tengo muchos amigos cristianos, creo. Yo tampoco me considero tal. Pero creo en la fuerza natural y en la suma del amor y el bienestar que crean la felicidad. Prometo rezar de cuando en cuando y comprometo que esta noche, algunos de mis amigos que leyeron esta carta abierta, se acordaran de ti y también (a su modo) orarán por la salud de mi mamá…así te sentirás más presionado y tendrás que cumplir con el ansiado milagro.