miércoles, 27 de febrero de 2008


Crónicas populares
Tarjeta recibida, tarjeta pagada

Le llaman “actividad”. Y esta ausente toda clase. Chacalón es el rey y las navajas sus siervos. El pollo es el ingrediente especial. Imposible no conocer alguna. El mundo se rige bajo su cultura. Señores, el mundo chicha a sus pies. “! Apoya pe!”.


Escribe: David Gavidia.
(Texto publicado en el diario Liberación en agosto del 2004)

Charito se pinta la boquita. Pronto el Pepe la vendrá a recoger. Hace una semana su mejor amiga, la Carmencita, tuvo un accidente, no tenían cómo pagar los gastos del Hospital, y pronto la echarían. Charito, bondadosa ella, organizó la actividad. Una pollada, ¡quiii buiiiina! Con su sonrisa coquetona y el viejo truco de tarjeta recibida, tarjeta pagada. Se armó la jarana.

El barrio se puso de pie. La actividad se organizaría en casa de la interna. Sonia, su madre, estaba feliz por el apoyo brindado. La pollada sería todo un éxito, la “gente” había prometido secar el bar, que, como siempre, estaría surtido de la deliciosa cerveza y las gaseosas bien heladas y habían hecho el juramento de bailar “La Culebrítica” y “Pedro Navaja” al estilo J.Lo toda la noche. Claro, siempre acompañados por el sonido del potente equipo estereofónico. El donativo: 6 luquitas. La fiesta del pollo prometía diversión y era por una buena causa: el sanar a Carmencita, “como estaría sufriendo la pobre, tan alegre ella”.

En el Hospital le habían exigido a la familia Lara pagar los costos del internado, alimento y medicinas. Ellos, provenientes de “una familia humilde” no tenían un real para pagar sus desgracias. El padre era gasfitero, quien se quejaba del abuso de los tributos e impuestos y del alcalde desgraciado que no lo deja trabajar. La madre, la abnegada ama de casa, renegaba pues su novela “El clon” fue cortada en sus capítulos finales. Mil oficios suspendido y Jessica Tapia se veía regia, ella no.

El Pepe, con sus mejores ropas llegaba a la casa de la Charo, ella mondonguda y anestésica, aparecía misma quinceañera por su escalera, el jeans apretadito parecía romperse. Era perfecta para el Pepe bodeguero y con estudios de diseño gráfico incompletos en el instituto Riva Agüero. “!Prométeme!, ¡Júrame!, que no harás escándalos José, por el amor de Dios”.

Algún amigo me contó que las polladas son las mejores fiestas del mundo. Y no se equivoca. Hay de todo: Cervezas, cigarros, música y mujeres. Siempre tienen un fin social y demuestran solidaridad. Las anticuchadas, las picaronadas, las frejoladas y todas las terminadas en “...adas” eran derivadas de la reina de las actividades, donde la excusa de ayuda se refleja en un pollo bien sazonado. Él lo sabía bien, Mónica Zevallos lo bautizó como el Rey de las polladas, tenía autoridad para dictar cátedra.

La idea de “actividad” en los distritos villamiseria ha sido despojada, estas ya se han globalizado y forman parte de la llamada cultura chicha, conformada por la cultura combi, y el hacer o deshacer las normas. Ahora, estas fiestas populares uno las encuentra por doquier y lo único que suele variar es el precio, puede llegar hasta 10 soles en el más pituco de los casos.

La tía Pochita había sido la encargada de aderezar, echar los ajos, la pimienta, el vinagre y el toque secreto del sabor, su compadre Juan fue el encargado de hacer el contrato con la cervecería para abarrotar el bar y la sufrida familia de la accidentada se contentaban con “poner” el local. La inversión en la compra de los 50 pollos había sido de 200 tarjetas proyectadas a recuperar el dinero y ganar alguito con lo que puedan curar las heridas y el trauma que habrían dejado como secuelas el choque perverso.

Debe ser que en toda fiesta popular nunca faltan los alaridos espantosos y cánticos chillones de las mujeres, esta no era la excepción. Cuando llegaron Pepe y Charo, tras una caminata de dos cuadras, la humilde casa era una carpa Grau con los últimos hits de moda. La fiel amiga llegaba del brazo con su novio adorado, era hora de marcar tarjeta: el 056 doña Gertrudis, ésta lo hace con un plumón sobre cartulina amarilla, observa, casi todas estaban vendidas, era las 6 de la tarde, faltaría más pollo, la cerveza se acababa, eran felices, esto significaría que ya estaban ganando.

Estas fiestas hacen un clima especial en los alrededores de la casa, muchachos jugando pelota hasta altas horas de la noche, bien vestidos y con los zapatos de estreno, las tiendas abiertas hasta que finalice la reunión, no falta quien extremadamente alegre se ponga a bailar con la chica que siempre quiso en plena vereda, mientras esta le sigue el juego y el hombre fiel a su instinto sexual empieza a recrear imágenes malignas en su mente, “se me hizo, ya me ligo” y los amigotes haciendo la barra respectiva. El otro se agacha en el suelo y cree bailar bonito, no sabe que hace el ridículo, es el centro de atención.

La Charo preocupada de la organización logra sacar cuentas, pronto su amiga estaría a su lado para confesarle que ella estaba embarazada y necesitaría una pollada parecida para el tratamiento, “nunca para el aborto mi amor”, la carismática organizadora no puede tomar y sus gestos se hacen extraños, parece haber recordado que hace dos meses no reglaba y que el Pepe no la amaba.

Mientras tanto Carmencita, tumbada en una cama de sabanas blancas frías, se da por enterada: “La pollada es todo un éxito, pronto saldrás de tan feo lugar”. Sus estudios los había suspendido por un tiempo, o por falta de dinero y unos días antes del accidente se reunió con su mejor amiga planeando como se llevaría acabo una reunión entre los amigos no mas” para pagar la mensualidad de su instituto, donde estudiaba computación y administración de empresas, tenia un sueño: el negocio propio. Los planes habían tenido que cambiar, el festín ya no seria para pagar el mes si no su tratamiento. Charito ya dudaba: un día después se enteraba que tendría un hijo dentro de siete meses y a sus escasos 21 años. Ese día la desgracia le toco la puerta dos veces: su amiga estaba convaleciendo, se moría. Una pollada sería la solución. Ahora era todo un éxito

La familia Lara se divertía como nunca a pesar de la desgracia. Los Caribeños retumbaban las paredes al ritmo del Me enamoré de ti y qué. En ese instante, Chicho por fin se le mandaba a Fiorella, la respuesta: afirmativa. Un beso para festejar y dos más para celebrar. La nueva pareja del barrio, es típico comentan, falta la pelea.

Una suma rápida y las cuentas ya excedían los dos mil soles. Cifra exorbitante. Y seguía llegando gente, ahora era el turno de los amigos del instituto de la herida, llegaron en el momento exacto, la fiesta estaba en su clímax. Habían venido de diversos distrito, todos en el mismo auto, un StationWagon blanco, arrumados uno encima del otro, mujeres cargan a los hombres, “al revés no corre chicos, y si hay baches en el camino”.

Ocho de la noche. Hora digna para los buitres nocturnos, cazadores de doncellas tímidas y algunas guaraperas. La Charito apretadita ya no aguanta más, quiere vomitar. El pollo mal sazonado le había provocado nauseas, esa fue la excusa. Pepe presintió algo malo, fue en su búsqueda, no es pollo, ni la juerga, vas a ser papá. Mal momento para una discusión, el escándalo estaba desatado, una bofetada en la boquita pintadita y un desesperado grito: “ese hijo no es de mí”.
- “Era de esperarse esta fiesta siempre acaban en pelea” exclama un espectador, pues esta trifulca ya se desataba.

Carmencita ilusionada por que pronto saldría de ese hospital de miércoles no se daba por enterada. Los padres presentes de Charito sufrían una decepción, el barrio entero tendría un tema para chismosear en la mañana, mientras el enfurecido y temeroso Pepe escapaba de la pelea, se daba a la fuga, jamás lo volverían a ver, aquella noche tomaba el primer viaje a Trujillo. Ese mismo día la Carmen era evacuada del hospital y la abandonada Charito, triste y sola se enfrentaba a un mundo distinto, sin apoyo y rechazo, era la hora de planificar otra pollada y acceder a la solidaridad de los amigos de toda la vida. Tarjeta recibida, tarjeta pagada.

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